Wednesday, March 19, 2014

El hombre del arcén que odiaba los lagartos, un relato de Vara.

El hombre del arcén que odiaba a los lagartos
Un relato de Vara escrito entre el 20 de diciembre de 1989 y hoy mismo, marzo del 2014.






“Quien lucha demasiado tiempo contra los dragones
 también se vuelve dragón”.
 Frase atribuida a F. Nietzsche




     De no haber sentido aquel intenso calor, -que ya había logrado despellejarle en parte-, él no se habría dado cuenta de que se hallaba en mitad de la nada o, lo que es lo mismo, en el arcén de una carretera en mitad del desierto que, aparentemente, no lleva a ninguna parte.

     (estamos en un camino a ninguna parte vamos entra haciendo un viaje a ningún lugar nosotros también viajaremos)

     Si miraba hacia su derecha
     (dirección o situación de una cosa que se halla en el lado contrario al que corresponde al corazón en el ser humano)

     se encontraba con la pasividad hiriente, -que no hacía otra cosa que remitirle a su propio estado-, de unas hileras paralelamente simétricas de cactus, que parecían entretenerse contándose mutuamente las espinas o pinchos que los cubrían. Si, por el contrario, miraba hacia su izquierda
     (dirección o situación de una cosa que se halla en el lado que corresponde al corazón en el ser humano)
     se encontraba con la frialdad desafiante de un asfalto de tonalidades oscuras que sólo transmitía pesimismo,-lo que incrementaba su desasosiego-, y que, además, comenzaba a provocarle ilusiones perceptivas, ya que en aquellos precisos instantes le parecía estar contemplando un inmenso lago. Lago repleto de agua, a la que atribuía una supuesta portabilidad debido a su propia necesidad fisiológica que estaba llegando a un punto más allá de lo humanamente soportable. Pero, decidió que no se iba a dejar engañar tan fácilmente por los espejismos a los que le inducía su mente sometida a los crueles embistes de la ansiedad orgánica más abyecta.
     Con la lengua, -mediante un gesto automático y desesperado-, intentó forzar la comunión entre sus labios, -algo cortados-, y una inexistente, -pero antaño abundante-,
     (incluso se había permitido el lujo de escupirla, de escupir la...)
     saliva que, de haberla habido, habría contribuido a hacer desaparecer, al menos momentáneamente, la sensación, -y más que sensación realidad-, de sequedad extrema de su boca. Y habría sido algo positivo, ya que la xerostomía
     (la sequedad en la boca ocurre cuando las glándulas salivales no producen suficiente saliva como para mantener la boca húmeda. Dado que la saliva es necesaria para masticar, tragar, saborear y hablar, estas actividades pueden ser más difíciles con la boca seca)
le hacía pensar en cosas desagradables, como por ejemplo, en el hecho de que no tenía ni la más remota idea de lo que estaba haciendo allí, sentado al borde de una carretera de doble sentido en mitad de un vastísimo mar de arena situado en mitad de ninguna parte. Sin darse apenas cuenta, su mente le trasladó en décimas de segundo hasta el recuerdo puntual y concreto de la noche anterior, en la que se hallaba con su amiga-amante Susana en un bar de las Ramblas de Badalona, degustando un par de cervezas de litro, sin poder advertir en lo que se convertiría su vida algunas horas más tarde, en una especie de cruel elipsis delirante. Lo que no llegaba a rememorar era el tema de conversación de aquel entonces, pero tampoco tenía demasiado interés en ello.
     (Lo que sí sabía con certeza es que luego se habían ido a la cama, ya que ella era una bestia pura de  hipersexualidad (2) )
     De repente, una sensación fría le invadió. Parecía provenir del extremo de su brazo derecho. A partir de allí, y de un modo aparentemente imposible, parecía comunicarse con la rodilla que pertenecía la pierna de la misma parte de su cuerpo. Un simple giro de sus globos oculares le reveló las causas: la primera de ellas era que estaba desnudo, la segunda era que sostenía una pistola, -una magnum-, con la mano derecha, pistola cuyo cañón descansaba en parte sobre su rodilla.
     Podría haber reaccionado de muy diversas maneras ante aquellos súbitos y reveladores conocimientos, pero lo único que hizo fue sonreír levemente a la arena tumbada frente a su campo visual, y lo hizo sin excesivas ganas, ya que aquellos datos lo único que le aclaraban era que tenía que añadir un absurdo más al conjunto de absurdos en el que se hallaba inmerso. En ese instante, -siguiendo en la misma dirección de su mirada-, notó un casi imperceptible cambio de color de su piel, justo sobre la uña del dedo pulgar de su pie diestro, pero tal apreciación coincidió con el paso de una nube que se esforzó desesperadamente por tragarse al sol, objetivo que consiguió en parte, ya que su majestuoso resplandor se desvaneció durante un lapso temporal relativamente largo. Este juego de manos provocado por el azar resultó ser un factor sumamente decisivo en la situación, ya que él se distrajo, en el sentido de que se puso a mirar al cielo. Entonces, cuando pareció darse cuenta de su error, ya era demasiado tarde: la piel que había por encima de la uña del pulgar de su pie le sonreía con su genuino color rosado. La inquietud hizo acto de presencia en su mente, pero la indiferencia le dió un fuerte puñetazo en la mandíbula, relegándola al olvido, pero, eso sí, a un olvido accesible.
     Después de todo esto empezaron a llegar las preguntas:
     ¿cómo había llegado hasta allí?
     ¿qué hacía desnudo en el arcén de una carretera que parecía no llevar a ninguna parte?
     ¿de que había estado hablando con Susana en aquel bar de las Ramblas?
     ¿qué hacía con una pistola en la mano?
     ¿por qué no había visto los polvos que ella le había echado en su cerveza?
     Y, en definitiva, ¿quién era él?.
     Las preguntas se disolvieron entre la arena y el aire al ser desplazadas, bruscamente, por el sonido del motor de un coche que se acercaba a gran velocidad por el lado izquierdo de la carretera. Él levantó la cabeza y la giró en dirección a los ruidos. Descubrió entonces un coche,- un Fiat Uno-, con dos ocupantes algo extraños, ya que el color de su piel era verdoso. Luego su mirada se estrelló contra la negrura traslúcida de sus gafas de sol.

     Mercedes y Rafael estaban completamente colocados. Los efectos de la cocaína embestían placenteramente las paredes interiores de sus cerebros, que experimentaban, desde hacía un par de años una importante carencia de neuronas. Sus paladares estaban resecos, quizá por ello recurrían a la ingesta de abundantes dosis de cerveza Voll Damm, que estaba envasada en latas que estaban desperdigadas por el interior del vehículo. La música de Nick Cave and The Bad Seeds, -el disco Nocturama y el tema Wonderful Life-, rebotaba contra la superficie metálica de las latas para acabar expandiéndose sobre la inconmovible aridez del terreno y

Ponte en marcha, muchacha.
Cruzando estos campos púrpura
el sol se ha puesto tras de tí
Cruzando estos campos púrpura
ese niño estúpido de la esquina
está diciendo desviadas verdades.
Venga, admítelo, muchacha
Es una vida maravillosa
si puedes encontrarla
si puedes encontrarla
si puedes encontrarla
Es una vida maravillosa que tu aportas
Oh, es una cosa maravillosa

Dile nuestro secreto a tus manos
y sostenlo entre ellas
Zambulle tus manos en el agua
y ahógalo en el mar
No habrá nada entre nosotros, chica,
salvo el aire que respiremos
No llores,
es una vida maravillosa, maravillosa
si puedes encontrarla
si puedes encontrarla
si puedes encontrarla
Es una vida maravillosa que tu aportas
Es una cosa maravillosa, maravillosa

Nosotros podemos construir nuestras mazmorras en el aire
y sentarnos y llorar las penas
Podemos cruzar pateando este mundo
con clavos atravesando nuestros zapatos
Podemos unirnos a ese coro atormentado
que critica y acusa
Eso no importa mucho
No tenemos mucho que perder
excepto esta vida maravillosa
si la puedes encontrar
y cuando la encuentres
y cuando la encuentres
Es una vida maravillosa que tu aportas
Es una cosa maravillosa, maravillosa, maravillosa

A veces nuestros secretos son todo lo que tenemos
Con nuestras vidas debemos defenderlos
A veces el aire entre nosotros, muchacha.
es insoportablemente tenue
A veces es sabio dejar caer los guantes
y simplemente rendirse
Ponte en marcha, ponte en marcha
Ponte en marcha, ponte en marcha
hacia esta vida maravillosa
si la puedes encontrar
y cuando la encuentres
Es una vida maravillosa que tu aportas
Es una cosa maravillosa, maravillosa
Es una vida maravillosa
Es una vida maravillosa,

     también, sobre la narcisista esterilidad del aire, que, en lo alto, fingía copular con seductoras nubes blancas.
     Mercedes vestía pantalón tejano corto y camiseta blanca. Rafael, tejanos negros. Estaba desnudo de cintura para arriba. Sin saber por qué empezaron a reírse a carcajadas. En aquel preciso instante se lo estaban pasando de puta madre. Ella era la que conducía. Él, de vez en cuando, miraba sus piernas. Con más frecuencia miraba sus abultados pechos, que parecían dispuestos a reventar la camiseta de un momento a otro. Mercedes tenía la boca grande, los labios muy rojos y carnosos. Conocían íntimamente al pene de Rafael. Solían tutearse un par de veces al día. Ella pisó el acelerador. Todavía no se habían fijado en el tipo del arcén, pero lo harían algo más tarde, y con consecuencias nefastas para ellos.
     Ocurrió. Rafael puso una mano sobre las piernas de Mercedes, pero no lo había hecho a causa de un impulso sexual. Lo único que pretendía era llamar su atención. Él había sido el primero en ver al tipo desnudo que corría hacia ellos apuntándoles con una pistola. Mercedes lo vio inmediatamente después. Las carcajadas se esfumaron. Después, en un acto automático, pisó el pedal del freno, ya que el tipo se había cruzado justo delante de ellos. Y, desde luego, no era su intención atropellarlo.
     Bang.
     Con el primer disparo coincidió el chirriar de las ruedas durante la frenada. El tipo había apretado el gatillo. Después, apareció el histerismo. Rafael pareció volar hacia atrás, ya que el impacto le había alcanzado en el pecho. Luego, rebotó hacia delante y su cabeza se estrelló contra el destrozado parabrisas. Algunos cristales se incrustaron rabiosamente en su cabeza. Mercedes gritó. Fue un chillido agudo y largo, muy largo. Era un grito que expresaba un infinito horror. El horror a la muerte violenta. Rafael empezó a agitarse espasmódicamente. Sus manos, ocasionalmente, rozaban a Mercedes, que, desesperada, se apretaba contra la portezuela del Fiat. Un segundo impacto le alcanzó de lleno en la frente. La sangre campó a sus anchas. Esta vez, dejó de moverse. Rafael acaba de palmarla. Entonces, ella, con ojos desorbitados, miró hacia aquella especie de psicópata que había aniquilado la vida de su amante. La estaba apuntando directamente al centro de su cabeza.

     El hombre apuntaba a un lagarto de rasgos humanos. Había conseguido eliminar a uno de los dos y se sentía satisfecho e inundado de un intenso júbilo. Volvió a disparar. Evidentemente, no erró el tiro. Repitió su acción un par de veces. El resultado fue la muerte instantánea del segundo de los lagartos.

     Los ojos sin vida de Mercedes parecían contemplar la ensangrentada entrepierna de Rafael, sobre la que también reposaba una de sus manos inertes. Parecía rendir un último tributo al amor que sabía han profesado.

     El hombre volvió sobre sus pasos y se dejó caer al suelo. Ahora había algo que le apenaba. Odiaba a los lagartos, eso era cierto, y se alegraba de haberse cargado a aquellos dos hijos de puta del coche. Lo que le sucedía era que tenía un funesto presentimiento. En efecto, aquel pedacito de piel situado encima de la uña del pulgar de su pie derecho se estaba tornando de color verdoso. Y aquello sólo podía significar una cosa: que se estaba convirtiendo en un asqueroso reptil. La maldición también había caído sobre él, porque tenía la ciega convicción de que todo aquello no podía tratarse más que de una extraña maldición ancestral o, al menos, era lo que le dictaba el delirio paranoide (1) que habitaba en lo más recóndito de su cabeza. Pero, aún tenía un as en la manga y estaba dispuesto a emplearlo. Levantó el arma hasta situarla a la altura de su cara. Se detuvo un instante a contemplarla. La encontró preciosa. Mientras tanto, la mancha verdosa seguía extendiéndose por su piel. Introdujo el largo y frío cañón en su boca en una especie de último acto desesperado de felación mecánica. Esperó un instante. Escuchó el sonido áspero del viento sobre la arena y ésta a su vez desparramándose sinuosa sobre el asfalto y entre los cuerpos muertos dentro del coche. Su dedo índice acarició el gatillo. Aquel tacto pareció reconfortarle en aquellos instantes de angustia existencial. Respiró profundamente como intentado devorar sus propios miedos. Por último, lo apretó. La bala acabó saliendo por su nuca. A su paso había dejado un rastro de muerte y caos de masa cerebral estallando en todas direcciones dentro de su cabeza. Pero, no era una muerte excesivamente importante, ya que sólo había cercenado la vida de un repugnante lagarto.


                                                                                                     FIN












NOTAS.

(1) El trastorno delirante o paranoia es un trastorno psicótico caracterizado por ideas delirantes no extrañas en ausencia de cualquier otra psicopatología significativa. En particular, la persona con trastorno delirante no ha cumplido nunca los criterios para la esquizofrenia y no tiene alucinaciones marcadas, aunque pueden estar presentas alucinaciones táctiles u olfativas si éstas están relacionadas con el tema del delirio.1
Una persona con trastorno delirante puede ser bastante funcional y no tiende a mostrar un comportamiento extraño excepto como resultado directo de la idea delirante. Sin embargo, con el tiempo la vida del paciente puede verse más y más abrumada por el efecto dominante de las creencias anormales.
El término paranoia ha sido utilizado previamente en psiquiatría para denominar lo que ahora se conoce como 'trastorno delirante'. El uso psiquiátrico moderno de la palabra paranoia es sutilmente diferente pero actualmente rara vez se refiere a este diagnóstico específico.2
El significado del término ha cambiado con el tiempo, y por lo tanto diferentes psiquiatras pueden entender por él diferentes estados. El diagnóstico moderno más adecuado para la paranoia es el de trastorno delirante.
Diagnóstico
(Munro, 1999)
  1. El paciente expresa una idea o una creencia con una persistencia o fuerza inusual.
  2. Esa idea parece ejercer una influencia excesiva, y su vida se altera habitualmente hasta extremos inexplicables.
  3. A pesar de su convicción profunda, habitualmente hay un cierto secretismo o sospecha cuando el paciente es preguntado sobre el tema.
  4. El individuo tiende a estar sin humor e hipersensible, especialmente respecto a su creencia.
  5. Tiene un carácter de centralidad: independientemente de lo improbable que sean las cosas que le ocurren, el paciente lo acepta sin casi cuestionárselo.
  6. Si se intenta contradecir su creencia es probable que levante una fuerte reacción emocional, a menudo con irritabilidad y hostilidad.
  7. La creencia es, cuando menos, improbable.
  8. La idea delirante ocupa una gran parte del tiempo del paciente, y abruma otros elementos de su psique.
  9. El delirio, si se exterioriza, a menudo conduce a comportamientos anormales y fuera de lugar, aunque quizás comprensibles conocidas las creencias delirantes.
(2) Hipersexualidad es el aumento repentino o la frecuencia extrema en la libido o en la actividad sexual. Aunque la hipersexualidad puede presentarse debido a algunos problemas médicos, al consumo de algunos medicamentos y a la ingesta de drogas, en la mayoría de los casos la causa es desconocida. Trastornos de la salud tales como el trastorno bipolar pueden dar lugar a la hipersexualidad1 y el consumo de alcohol y de algunas sustancias adictivas puede afectar el comportamiento sexual en algunas personas. Se han usado varios modelos teóricos para explicar o para tratar la hipersexualidad. El más común, en particular en los medios de comunicación, es el enfoque que presenta a la hipersexualidad como una adicción, pero los sexólogos no han llegado aún a un consenso. Hay explicaciones alternativas como, por ejemplo, la de un comportamiento obsesivo y la de un comportamiento compulsivo..
Cuadro clínico
La hipersexualidad se caracteriza por una frecuente estimulación visual que hace que el individuo exacerbe su natural sexualidad hasta la adicción.
Esto provoca que se autoestimule genitalmente y una vez alcanzado el orgasmo, puede no resultar en la satisfacción emocional (o sexual) a largo plazo del individuo; o bien escale en mayores grados de placer. La hipersexualidad se manifiesta en individuos que fueron reprimidos sexualmente en su infancia o en su adolescencia; y en los de mayor edad, el sentimiento de perder el vigor sexual (especialmente en hombres) y desear mantener la libido consumiendo pornografía.
En ocasiones, la hipersexualidad va acompañada de sentimientos de malestar y de culpa. Se piensa que esta insatisfacción es la que alienta la elevada frecuencia de estimulación sexual, así como síntomas psicológicos y psiquiátricos adicionales.2 Otra manera en que se manifiesta la hipersexualidad es cuando ocurre la ruptura con la pareja en que la relación ha sido predominantemente sexual, el o la afectado(a) o abandonado(a) busca a la pareja inconscientemente en otras parejas sexuales y de este modo se produce la adicción al sexo.
Los hipersexuales pueden tener problemas laborales, familiares, económicos y sociales. Su deseo sexual les obliga a acudir frecuentemente a prostíbulos, comprar artículos pornográficos, buscar páginas sexuales en Internet, realizar con frecuencia llamadas a líneas eróticas, buscar el contacto sexual mediante citas a ciegas, entregarse al sexo ocasional con desconocidos, sexo con animales (zoofilia), etc., y hacen que su vida gire en torno al sexo.
Ninfomanía y satiriasis
El concepto de hipersexualidad sustituye los antiguos conceptos de «ninfomanía», (furor uterino) y de «satiriasis». La ninfomanía se consideraba un trastorno psicológico exclusivamente femenino caracterizado por una libido muy activa y una obsesión con el sexo. En los hombres el trastorno era llamado satiriasis y a quien la padecía se le denominaba sátiro o satiriaco (no confundir con satírico).
Actualmente, los términos ninfomanía y satiriasis no aparecen como trastornos específicos en el Manual estadístico y diagnóstico de los trastornos mentales (DSM-IV), aunque sí siguen apareciendo en la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-10).
El umbral para lo que constituye la hipersexualidad está sujeto al debate, y los críticos preguntan si puede existir un umbral diagnóstico.[cita requerida] El deseo sexual varía considerablemente en los humanos; lo que una persona consideraría deseo sexual normal podría entenderlo otra persona como excesivo e incluso otra como bajo.
El consenso entre quienes consideran la hipersexualidad un trastorno es que el umbral se alcanza cuando el comportamiento causa incomodidad o impide el funcionamiento social.[cita requerida]
La hipersexualidad también se manifiesta en individuos sanos, y se presenta por cortos periodos en que la testosterona o estradiol presentan máximos niveles.[cita requerida]
La hipersexualidad puede expresarse también en quienes tienen trastornos bipolares durante periodos de manía. Personas que padecen un trastorno bipolar pueden presentar continuamente enormes oscilaciones en la libido, según su estado de ánimo. Algunas veces esta necesidad psicológica de actividad sexual es mucho más alta de lo que ellos reconocen como normal, y a veces está muy por debajo de ello.
La hipersexualidad es una de las dependencias menos conocidas y visibles, puesto que las personas que la padecen suelen mantenerla oculta y disimularla, sobre todo con las personas conocidas (con quienes se muestran incluso como tímidos). Se estima que hasta el 6 por ciento de la población lo padece, y que sólo el 2 por ciento de las personas afectadas son mujeres.[cita requerida]




Monday, March 17, 2014

ALFONSO XEN RABANAL - HIJOS DEL PLAGIO (UNA DESPEDIDA DEL FACEBOOK)

Aquí no existe la normalidad. Los avatares no conocen del lenguaje corporal. Una frase es interpretada de mil maneras, buscando la afrenta oculta. Nadie lee, ni asimila lo leído: la velocidad... se quiere llegar a todo y no se entiende nada. Eso da lugar a miles de malentendidos virtuales por no leer ni saber ya contextualizar las frases. Herencia de los norteamericanos y su estilo de vida forjado en pleitos. Se busca la intención solapada: me está insultando, algo pasa... todo, menos leer una simple frase en su contexto y descodificarla, muchas veces no tiene más misterio. Pero buscamos y buscamos tres y cuatro sentidos a todo, gracias a los manipuladores de la palabra que por aquí abundan y hacen saltar las alarmas de los egos... eso es facebook, whatsapp:
Gracias por llegar hasta aquí. Ha sido un placer por mi parte. En estos últimos tiempos, me he dedicado a hacer una cosa pendiente: limpiar y ordenar libros. Cogerlos uno a uno, acariciarlos al limpiarlos con un paño. Limpiar manchas de uso. Darme cuenta de que un par de ellos no deberían estar conmigo y separarlos para devolverlos a quien me los prestó, pidiendo disculpas por mi dejadez involuntaria.
Me he dado cuenta de que es lo único que siempre me ha acompañado, y me he emborrachado al recordar los libros perdidos. Ellos me han hecho lo que soy, me enseñaron a mirar la vida, a escudriñar, a buscar el envés de lo que veía. Siempre pensé que era un camino digno, que merecía la pena dedicar una vida a ello. Y pese a quien le pese, lo sigo pensando. Pese a quienes dicen amarlos y sólo buscan mercantilizarlos.
Me he ido de muchos mundos ficticios... también de este decorado que cierro hoy. Una vez creí que era un mundo más libre, que se buscaba algo más... eso creí entender en los libros. Ahora sé que nunca supe leer si lo que me encuentro siempre es lo mismo en todas partes.
No les voy a dar más razones a quienes no se las merecen. A los que rige en su vida la envidia ya están adobados en ella. Los estrategas me hacen gracia, hasta un punto. Los manipuladores también, hasta medio punto. A todos ellos los he estudiado, bebo de las fuentes... de ellos.
Llevo buscando un paso necesario demasiado tiempo. Si alguna vez alguien me ha leído sabrá que insisto en que si existe una solución, ha de partir de nuestro interior, de nosotros mismos. Chorradas... lo que hay que hacer, insisten, es venderse... pero aparentando que no se venden... disociándose a modo con lo políticamente correcto, el mundo regido por los genes neardentales que siempre resurgen en el fin de algo... llámalo imperio o mundo conocido.
La disociación entre dos mundos, supuestamente opuestos, es lo que siempre ha esclavizado a esta sociedad occidental. Incentivando esa disociación nos han manipulado toda nuestra historia hasta hoy, su fin: un mundo septicémico cuyas células no se rebelan pues forman parte de la infección.
La mentira, la apariencia es endémica aquí. Lo siento, ya he visto demasiado. Me voy.

Pertenezco a una generación que lidera el desastre, generación egotista como no se recuerda, manipuladores, disfrazados de falsa derecha falsa izquierda según convenga, todos fascistas de su ombligo, vacíos de mente que buscan grupo creyéndose todos líderes, que han vendido a sus padres, a sus abuelos, por decorar su ombligo... empáticos en la simulación si consiguen algún beneficio inmediato para sí, generación que ha esclavizado a sus descendientes, aun virtuales.

Psicópatas.

La palabra es un virus, así lo dijo Burroughs, la palabra es un virus que necesita insertar su rna en otra célula sana para replicarse, la palabra es un virus que entra en nuestro vacío y nos convierte en virus andantes. Hoy, la palabra dominante es la vacía de simbolismo y replica su vacío en el nuestro, transmuta nuestro todo en la parte que es la máscara que enseñamos, y nos hace caminar predicando el odio, inseminando en otros vacíos nuestros miedos impuestos, al no asumirlos, propagando el virus de los ismos que inconscientemente buscamos al no dejarnos ser, ser en conciencia: eso que extirpamos. Virus andantes que predican el fin de una época, que llegue ya y se extinga el hombre muerto, que desaparezca su olor a putrefacción bajo miles de toneladas de piedra hasta ya no ser ni un estrato, ninguna huella, ni un oopart del egotismo de esta época.

La palabra es un virus, un puto virus... y aquí se llama: eufemismo.

Y yo abogo por la verdadera palabra, la llena, la que crea, la que es plena de magia.

Llevo demasiado tiempo en este cruce de caminos entre la niebla digital. Desde el principio he sido empático, buscando nuevas voces no para fagocitarlas como hacen demasiados, ni para follármelas. Por suerte de convicción, nunca me ha hecho falta recurrir a la vieja fórmula: acércate a mí que publicarás, prueba mi semen reciclado, lo que vomito de las babas y lefa revenida que yo he tragado. A quien tiene algo dentro, he buscado que germine su esencia, que no dé infinitas vueltas alrededor de una culpa que no es suya, sino impuesta por las envidias de los que le rodean. Apuesto por un futuro y por que no muera nunca la esencia, es mi papel en este desierto de palabras. Y he cumplido. Nunca me ha hecho falta lubricar con babas a un ego. Y no por guapo, que lo soy. Simplemente, yo tengo mi propia y original lefa. Y tarde o temprano, en este mundo de clones, se busca lo original... aunque sea ya vintage.
Esto es una pelea a última sangre entre dos mundos, dos maneras de ver la vida. Y los que definen en los medios, crean opiniones vacías, me sitúan en el bando perdedor. No entro en sus juegos. No deseo sus paraísos de ventas. Sólo se es un perdedor si te riges por sus fórmulas, no por las tuyas. Si aceptas su lenguaje y sus métodos. Si buscas un lugar dentro de su mundo psicópata. El triunfo no está en sus premisas. Casi todos los que reivindican hoy en día a los malditos, si conviven en el tiempo con ellos los hubiesen lapidado... simplemente porque ellos tenían, aun en la puta miseria social, un algo que hace que, sí, todos los necios se conjuren contra ellos: libertad.
Nunca me han gustado las etiquetas, los borregos necesitan encasillar para deglutir, eso enseñan en sus rediles. Pero yo tengo esa libertad y la aprovecho. Me ha costado renuncias y pérdidas de todo tipo que, como la mierda, quedan atrás en el camino. Y en el fin del juego, llega el momento de empezar a arrastrar. Y si digo “llega” es por que sé qué cartas llevan los demás. Me lo enseñó un gran jugador de tute. Hay que saber contar, aún haciéndote el borracho, todas la cartas que han salido y dejar que suelten los triunfos.
Me costó mucho dirimir la lucha egotista, demasiado. Mucho más de lo que la gran mayoría estaría dispuesta a perder o esperar, llegar a este punto: el punto en el que sólo queda uno... y ese uno, en mí fueron dos o más que se dieron de hostias entre ellos durante largo tiempo.
Hoy, al limpiar los libros, he llegado a pensar que no han merecido la pena... pero mi Instinto me ha replicado: eso es lo que quieren que pienses. Y, como siempre, la verdad nace de él. Dicen que no hace falta leer, es contraproducente, es más, denostado y así ventilado a los cuatro vientos virtuales, para triunfar en esta sociedad: tener dinero, mucho, es lo que prima. Y no, sigo mi camino.
No tengo ninguna mentira detrás de mí, no me veo impelido a seguir perpetuándola hasta que la máscara se deforme mientras me pudro por dentro.
Soy libre y plenamente consciente de que eso jode y mucho a los borregos que aúllan,
no entro en vuestro juego, hijos del plagio,
tengo cosas más importantes por hacer que escuchar los gemidos egotistas de los narcisistas psicópatas que ya no se ven en el espejo de sus lágrimas fingidas, y escabullirme de sus babas de ácido que corroe las juntas y penetra. Adoban con sus babas, envuelven en un capullo de palabras egotistas y desfondan, chupan la energía. Y en cuanto se les deja de hacer caso, se ofenden y se centran en crear un ambiente virtual adverso a quienes no les hacen caso. Pobrecitos, supongo que ya no les quedan babas y esperan que alguien les engrase como hicieron ellos. Mundo de trepas que adaptan su discurso al viento que huelen en los culos ajenos.
Asco.
Expertos fagocitadores de las palabras que les cuadran en sus crucigramas mentales... y las vacían y utilizan extirpando su esencia, su origen, su firma. Hijos de un plagio de Democracia, me despido de vuestra virtualidad:
A tomar por el culo, facebook
...




Blog de Xen: http://elbluesdeluzazul.blogspot.com.es/


También podrás encontrar este texto en el número 3 de MEANDO CONTRA VIENTO (Cuadernos transgresivos): http://meandocontraviento.tumblr.com/





publicado en: http://escritoressucios.blogspot.com.es/2014/03/alfonso-xen-rabanal-hijos-del-plagio.html

Monday, March 10, 2014

HISTORIA MACABRA DE UN CONTENEDOR DE BASURAS.

Historia macabra de un contenedor de basuras.
un relato de Vara de 1990 reciclado hoy





“Badalona.-El Ayuntamiento de Badalona ha confirmado la existencia de una secta que realiza ritos satánicos en el cementerio municipal del centro de la ciudad. Ayer, aparecieron 15 cruces arrancadas de sus tumbas y colocadas al revés, clavadas en el suelo del cementerio. Esta es la segunda vez en un plazo de un mes que aparecen estas cruces arrancadas y colocadas en el suelo formando círculos. El 17 de diciembre fueron 59 las cruces sacadas de sus tumbas. En medios municipales se cree que detrás de estos hechos puede haber alguna secta que utiliza el cementerio para algún tipo de ceremonia. Las tumbas, por el momento, no han sufrido ningún otro daño.”
Noticia aparecida en El Periódico el día 9 de marzo de 2014.


     A la edad de 16 años Germán había hecho un pacto con Satanás. La típica edad absurda en la que se hacen el 80% de las gilipolleces que nos marcarán la vida en nuestra etapa adulta. Le había pedido la vida eterna y el señor de los abismos se la concedió. De hecho no le costaba mucho hacer este tipo de promesas, ya que eran las que daban sentido a su existencia ficticia o, como mucho, delirante, dentro de la categorización correspondiente a manuales de psiquiatría en lo referente a clasificación de enfermedades mentales y en concreto a la acepción “delirios demonológicos” (1).
     Eso sí, un deseo sencillo concedido a cambio de su alma y de una especie de impuesto idolátrico durante todos los días de su “peculiar” existencia futura. Germán, nuestro ingenuo adolescente, podía sentirse relativamente satisfecho, ya que gozaría de la vida eterna (concepto sobrevalorado en años pasados), pero, por otra parte,- y a esto viene lo de relativamente-,  la disfrutaría convertido en una especie de mutante, resultado de una imposible simbiosis entre contenedor de basuras y ser humano, es decir, un contenedor de basuras previo a la diferenciación según materias a reciclar (él siempre sería un “aquí cabe todo”) y superviviente a la implantación del plástico de colores (él sería el último contenedor de metal de la ciudad) tocado con una cabeza de apariencia humana, salpicada por las decenas de granos purulentos de una pubertad mal llevada. Para resumir todos estos conceptos, Satanás ( o el demonio menor correspondiente que había invocado a través de su delirio insensato) le había otorgado aquel don, haciéndole al mismo tiempo, una de sus diabólicas bromas: Germán era un contenedor de basuras pensante (de hecho, más recipiente de residuos que humano en sí). Por otra parte. la cuestión del tributo idolátrico fue fácil de resolver, ya que se convirtió en el amo,-sin demasiado esfuerzo mental-, de una chusma de alcohólicos y mendigos callejeros a los que ordenaba realizar un ritos en honor de su Hacedor en un cementerio cercano. Las ceremonias eran bien sencillas. Tampoco se trataba de que aquel atajo de desgraciados se complicara mucho la vida, sólo de que hicieran lo que se les pedía. En parte los ritos se basaban en números cabalísticos y, en parte, en la profanación simbólica de algunas tumbas. Consistía, en definitiva, en invertir un número determinado de Cruces. Un número diferente cada vez. Una especie de tributo simbólico hacia el Maligno y que, al mismo tiempo, causase algún tipo de estupor entre las denominadas fuerzas de luz, que tanto odiaba su demoníaco jefe. Con esa simple ofrenda su señor no le importunaba desde hacía años. Y esperaba que la cosa continuara así durante mucho tiempo, ya que las apariciones del señor de los Abismos no solían resultar especialmente gratificantes. De hecho, las broncas con aliento fétido de azufre siempre le provocaban bastante acidez, que solía acabar con la expulsión convulsiva de parte del contenido de su estómago-contenedor. Afortunadamente, habían sido muy puntuales. Casi inexistentes y se esforzaría mucho porque aquello continuara siendo así.

     Antonio y Marisa vivían en aquella calle desde hacía cuatro años. Llevaban casados algo más de dos. Eran felices, moderadamente felices. Ambos sabían que el contenedor de basuras llevaba allí más tiempo que ellos. Aunque no sabían exactamente cuánto. De hecho, la inmobiliaria que les vendió el piso nunca les habló de su existencia.  Pensándolo fríamente se habían dado cuenta de lo improcedente que hubiera sido tal revelación, aunque habían llegado a la desagradable conclusión que habrían acabado viviendo en aquel agujero urbano de todas maneras, ya que pertenecían a aquel grupo social que desde el mundo político se empeñaban en seguir llamando clase media española. Lo cierto, es que con el tiempo, aquella zona urbana había continuado un lento, pero progresivo proceso de degradación, sobre todo, debido a los rigores salvajes de una crisis que casi los había llevado a convertirse en guetto.
De hecho, no era habitual ver por aquellas calles a funcionarios del orden y raro era también ver a funcionarios de las brigadas de limpieza municipales. De hecho, sabían por las noticias que en otras partes de la ciudad ya había otro tipo de contenedores de plástico inyectado y de una corta gama de colores según el reciclado de residuos. Su contenedor era metálico y tocado por ciertos toques de óxido, lo que le confería un toque casi pre apocalíptico. Pero, ya asumían que era la vida que les había tocado vivir y en varias reuniones vecinales habían acordado acatar el cruel destino que la pertenencia a su social les había deparado. Recordaban incluso cuando un equipo de reporteros se adentró hace años en los dominios del contenedor y de los que jamás volvió a saberse. De hecho, incluso las autoridades locales pactaron que aquel suceso quedara en un segundo plano y que nunca llegara a primera línea de actualidad. Su realidad era que eran prácticamente invisibles para el resto del mundo, salvo para el contenedor de basuras.      Hoy era viernes. Por lo tanto, le tocaba bajar la basura a él. Antes de eso, cenaron. Luego hicieron el amor pausadamente, sin prisas, como todas las noches. Como si fuera a ser la última noche que fueran a estar juntos, ya que ambos sabían con total certeza que aquella era una posibilidad. Sobre todo, porque el día anterior uno de sus vecinos había sido el elegido por el contenedor para el sacrificio diario. Se dieron, finalmente, un beso de despedida.  Antonio cogió  con fuerza la bolsa de basura y salió del piso sin mirar atrás. Era menos doloroso. Previamente, había tomado su dosis de benzodiacepinas (2). Marisa, sin perder un segundo, cerró la puerta y la aseguró con tres cerrojos. Después, abrió la mirilla, miró por ella y se dispuso a esperar mientras veía a su marido como era succionado por la tiniebla de las escaleras. En silencio y para sus adentros improvisó una vieja oración de estilo católico.
     Antonio llegó a la calle en un santiamén y empezó a notar algunas convulsiones en su estómago, sin duda debidas al consumo prolongado de aquellos medicamentos, pero atenuaban mucho la ansiedad y devenían vitales para afrontar aquella mala jugada que el destino les había deparado. Abrió la puerta y salió al exterior. Miró al cielo y vio que aquella noche no había luna. Aquello le produjo un escalofrío. Sus padres siempre le habían advertido sobre aquel hecho, que casi siempre había sido un presagio funesto. Pero, a pesar del temor sabía que no podía echarse atrás. A lo lejos, vió a una mujer vestida con una raída bata de tejido acolchado y florido relleno de guata, que andaba apresuradamente con una bolsa de basura en la mano mirando inquieta en todas direcciones y fumando un purito Bull brand con ansiedad casi animal. Improvisó un pensamiento entre esperanzado y delirante de que quizá podía ser el turno de aquella ama de casa, pero como tampoco podía saberlo con certeza, decidió prescindir de tal pensamiento y se dejó poseer por la inquietud más abyecta y desgarradora.
     Finalmente, echó a andar hacia el callejón, justo por donde la mujer acababa de desaparecer hacía unos instantes. Al cabo de unos momentos, ella salió, pero sin la bolsa. Se la notaba aliviada, infinitamente aliviada. Al pasar a su lado, le miró de forma compasiva. Él le dedicó una sonrisa de agradecimiento. Luego, ella echó a correr hacia su casa con los faldones de la bata de guatiné haciendo elipses imposibles contra natura en aquella noche sin luna. Todavía no era su turno. Y esa certeza le provocó un miedo atroz. Quizá fuera el suyo.

     Los adoradores del contenedor, mientras tanto, regresaban del cementerio después de una noche de duro trabajo. No les importaba. Su amo les había prometido la eternidad a cambio de sus servicios. Era todo lo que les quedaba de haber agotado todo los filtros de ayudas económicas posibles en los Servicios Sociales del Municipio. El contenedor pensante era su último asidero a un mundo en decadencia, a una realidad devastadora. Por eso, ni cuestionaban ni rechazaban todo lo que él les había propuesto. Obedecían como dogma de fe. Como verdad absoluta. Tal vez, como alternativa al suicidio y como la última opción de recuperar la dignidad perdida en los cruentos espirales de la epidemia consumista que los había devorado en vida. Por eso regresaban una y otra vez a aquel callejón, a mirar frente a frente a su nuevo amo, y a esperar, como tantas otras veces, que alguien pensara y tomara decisiones por ellos. Por los siglos de los siglos…

     Antonio ya estaba situado frente al contenedor. Contemplaba absorto la cabeza humana que sobresalía del metal. La cabeza que había pertenecido antaño a un humano de nombre Germán. Un puto adolescente cargado de falta de autoestima como bagaje psíquico y emocional. A Antonio siempre le sucedía lo mismo. Era como petrificarse frente aquella cabeza que tenía los ojos inyectados en sangre. Aquellos ojos que le miraban con dureza y extremada frialdad. Aquellos ojos de loco carente de empatía alguna.
      Apoyó la mano en el asa metálica del contendor y empujó con fuerza. Escuchó el chirrido característico al abrir la compuerta algo herrumbrosa. Y, una vez más, vio aquellos inmensos dientes que parecían estar fundidos al metal, como ortodoncia infernal. Sin perder tiempo y arañando desesperado una última posibilidad de salir airoso de aquella noche de viernes, arrojó la bolsa en la negrura que se abría delante de él, pero no puedo retirar la mano a tiempo, ya que la boca del contenedor se había cerrado bruscamente sobre ella. Momentos después, experimentó la sensación de ser succionado desde el interior. Por ese motivo, -y para qué pasará por la pequeña rendija-, fue aplastado centímetro a centímetro con una parsimonia digna de glotones sin prisa en restaurante de lujo. Acto seguido, fue reducido a una especie de placa orgánica milimétrica de tejidos, sangre y órganos vivos. Al parecer había llegado su hora. Había sido elegido por el contenedor para su sacrificio ritual de los viernes, tal y como estaba dispuesto en las ordenanzas de todas las comunidades de vecinos de la calle. Apenas tuvo tiempo para ser consciente de lo que estaba pasando. Además, descubrió sorprendido que no era doloroso. Lo único que le hizo realmente daño fue el pensar que nunca más volvería a Marisa, el gran amor de su vida. Finalmente, el contenedor lo acabó de engullir sin más dilación, después de lo cual eructó con indiferencia y un atisbo de gozo intestinal.

     Sus adoradores, aquella caterva de perdedores y deshechos sociales, llegaron a las cuatro de la mañana pasadas. Le comunicaron entre genuflexiones aleatorias que habían cumplido sus órdenes. Él les felicitó y para manifestarles su aprobación devoró a dos de ellos. Los demás, mientras tanto, entonaron cánticos en su honor. Luego, cuando todo acabó, se fueron a dormir, ya que al día siguiente tendrían que volver al cementerio a hacer un ritual para adorar al maligno, el Supremo de los Supremos. El híbrido entre contenedor de basuras y ser humano, por su parte, hacía la digestión de forma rutinaria mientras soñaba  quizá con que lo llevaran a las zonas altas de Barcelona para continuar la vida eterna con la que Satán le había bendecido, más que nada por variar. Las clases medias comenzaban a resultarle demasiado aburridas por su resignación extrema. Pero, en el fondo, sabía que ese sueño era puro delirio inalcanzable. Aún así, decidió antes de dormirse disfrutar de su longevidad mutante de la manera que fuera menester, ya que era su máxima ambición en la vida en su época de v´citima del acné más aberrante.  

     Era viernes. Volvía a ser viernes un viernes más bajo la dictadura de calendario inmisericorde. Marisa cogió la bolsa de basura y miró una fotografía de Antonio clavada en la pared de un piso que ya no significaba nada para ella. Un piso ataúd de soledad y rutina desquiciante. Apuró algunas benzodiacepinas y abrió la puerta de su casa. Bajó las escaleras y salió a la calle. Miró al cielo y vio que no había luna. Luego, mientras se acercaba al contenedor de basuras se palpó el vientre, que cobijaba al hijo de Antonio. Para sus adentros, entonó una vieja plegaria y deseó con todas sus fuerzas que hoy no fuera su turno. Luego, la oscuridad de la noche se tragó a su hijo, a ella y al mismísimo contenedor de basuras satánico, que regía el destino de sus vidas desde hace tanto tiempo. Y nadie, en la puta vida de una sociedad blasfema, herida de insatisfacción y resignación, volvió a hablar de ellos y de su historia de sufrimiento innecesario.

     Satán, mientras tanto, se partía la caja escuchando un debate de zombis sobre el estado de la nación. Sabía que, en breve, él habría ganado la partida.


FIN?





(1)Tomado de:
(Cuadernos de Medicina Forense. Año 1, Nº3, Pág.133-145) LOS DELIRIOS DEMONOLOGICOS Y MISTICOS. Por Lucio E. Bellomo


 El delirio demonológico

Ellemberger, Zilboorg y Owsei Temkin tres conspicuos historiadores de la Psiquiatría refieren que más de las tres cuartas partes de las mujeres víctimas de la hoguera, quemadas como "brujas" por la Inquisición, padecian de esquizofrenia con delirio demonológico, psicosis histéricas o de epilepsia temporal.
El tema aludía inevitablemente a la invasión o posesión demoníaca por la entrada de un íncubo, que se introducía por cualquier sentido u órgano sensorial; el más abyecto y abominable era la introducción de Lucifer, por la vía vaginal o anal.
El "Malleus Malleficarum" (El Martillo de las Brujas) escrito por los Dominicos Sprenger y Kraemer, en 1484 -que hoy, bien podríamos llamar un manual simple y empírico de perturbaciones mentales sumadas las disposiciones legales aplicables de la época- advertía de ello, por la presencia de zonas anestésicas o hiperestésicas halladas en la piel desnuda de la mujer en estudio, descubiertas por el hábil compás explorador del exorcista de turno.

Pero había otros métodos que se combatían con fruición, como la entrada del Demonio a la persona, por medio de una "voz", o "voces"; de una voz escuchada en uno u otro receptor auditivo con el aditamento -tácito o explícito- de algún mandato execrable, sucio o abominable.
Obsérvese, que lo típico de los trastornos alucinatorios iniciales del delirio paranoide del esquizofrénico, son precisamente las "voces" así mentadas y verbalizadas. Los temas referenciales casi constantes son la imprecación, la denostación y la acusación de ser un homosexual.
En este Cuerpo Médico Forense, hemos tenido la oportunidad de estudiar exhaustivamente, delirios a temática demonológica, con una franca exoactuación ferozmente homicida. Pues tal como el enfermo vive en el comienzo su patología, las voces se le imponen (no son buscadas); duda primero en creerlas y posteriormente se empeña en divulgarlas.
Esta fase previa, prodrómica, en el período de incubación de la psicosis, en la que el enfermo aún frágil e indefenso, en plena escisión del Yo, posee un atisbo de lucidez. La misma se halla vinculada, por la resistencia que ofrece el enfermo en creer lo que se le impone a través de sus sentidos, aspecto que constituye a mi juicio, la vivencia más caótica en el proceso de enloquecimiento.
Los esquizofrénicos alucinados como se alude en el relato fueron junto a la histeria convulsiva mayor y la epilepsia temporal, quizás las víctimas propiciatorias más halladas en esta época oscura de la Historia. Los Jueces Inquisores, fueron también quizás crédulos, o bien personalidades narcisísticas, fanáticos o directamente delirantes paranoicos.

Es cierto, que un psiquíatra avezado y estudioso, a esta altura del texto que va leyendo, concibe que podemos estar mezclando la naturaleza del delirio de influencia de la esquizofrenia con el síndrome delirante propiamente dicho. No; no se trata en absoluto de mezclar ambas entidades, tan bien diferenciadas por la clínica.
Sí, nos hallamos enrolados en la postulación básica del "impacto órgano-dinámico", provocado "in toto" al psiquismo por la enfermedad mental, criterio gestado por Henri Ey (1900-1977), previamente concebido embrionariamente por Eugen Bleuler (1857-1939 ) en el concepto de la "Spaltung" (escisión) y por Pierre Janet, ya citado, en su "desagrégation psyquique".
Los estados productivos psicóticos, ya sean de naturaleza evolutiva principalmente esquizofrénica o delirante aguda o bien crónica, hallan su causalidad en un estadio de disolución original del sistema energético del aparato psíquico.
Primeramente, cuando todavía no está inficionada la forma de enfermar, con la temática propiamente dicha del delirio, el sujeto por alguna razón "elije" la expresión clínica de la enfermedad mental que desarrollará, con la defensa argumental que le resulte más eficaz.
Dicha temática contiene los principios primordiales de la vida psíquica. Las vivencias delirantes primarias, se crean dentro del modelo del famoso "chassé croisé", esto es, en el intercambio recíproco y simultáneo de contenidos ideo-afectivos por otros bloques ideicos devenidos de la naturaleza neosignificativa del delirio que se genera.
Por ejemplo, el sujeto delira que es (o puede ser) Objeto de la posesión de Belcebú, pero ello sucede a socaire que Belcebú lo proteja de otro proceso imaginario subyacente aún más peligroso, por ejemplo el de quedar a merced de sus impulsos autodestructivos u homicidas, o de que se haga ostensible y manifiesta a los demás, una miseria psicológica que se pugna por ocultar.
Va de suyo, que tal mecanismo le otorga psicodinámicamente al Delirio, el carácter de una superestructura surgida de la escisión del Yo que a la postre resulta ser "benefactora" para el sujeto, no sólo en cuanto a la temática, sino también a lo relativo de su valor axiológico.
En pocas palabras, halla un apotegma, tal como: "Mal, sé tu mi Bien".
Veamos un ejemplo clínico. Una enferma de 23 años, bonita y agraciada, es traída al Hospital Psiquiátrico, con síntomas primarios esquizofrénicos e internada con su hermana gemela. La citada hermana, la más afectada de la psicosis tiene la convicción de estar poseída por el Demonio, que lo objetiva en sus vecinos; sabe de ello, por las "voces demoníacas" que escucha, los mensajes "envenenados" que recoge telepáticamente a través de la radio y la TV; la buscan desnudar, profanar y filmar cuando defeca u orina; y además, da cuenta de la presencia del Maligno, por los olores putrefactos y de los mefíticos gases que "les envían por debajo de la puerta" (sic).
La otra hermana, inducida por el delirio de la más enferma asiente en un todo el discurso delirante de la gemela. No oye voces, pero revela que ello quizás se deba a su propia "incompetencia" ya que su hermana tiene más "dones y poderes" para captar la presencia del Maligno.
La inducida, acepta finalmente la presencia del Demonio; acude a Dios para que las salve a ambas, pero nada hay contra el Diablo, ya que su hermana está en sus garras y entonces tampoco hay salvación para ella.
Aún así, todo mejora, cuando son separadas y reciben tratamiento aislado una de la otra; pues por la mutua complementariedad del delirio, la inductora sobreañade el delirio de la inducida y se retroalimentan mutuamente.
Ponemos este ejemplo, ex profeso, de una verdadera "folie à deux" con tendencia procursiva y exoactuadora porque es bastante frecuente verlo en la demonopatías, en la clínica y en la psiquiatría forense.
Creemos sin duda que la frecuencia está dada, no sólo por el alto voltaje de afectividad del delirio inductor, sino además por la sobrecogedora aceptabilidad sugestiva del texto delirante de la parte inducida, que no vacila un ápice en aceptarlo como cierto.
Pues no debemos olvidar que la sugestión es uno de los fenómenos primordiales en la génesis del delirio.
La sugestión hace posible la credibilidad y aceptabilidad de una idea erróneamente concebida. Tal mecanismo, genera una realidad interna muy especial, en cuyo ámbito sólo existe incertidumbre y miedo.

Por la sugestión, algo puede ser o no verdad; y si resulta ser verdad, la misma, quizás pueda ser vital o letal para el sujeto, según como se la imagine. En suma, la sugestión posee su hábitat, en los propios confines de la influencia para la Vida o para la Muerte, de ahí su tremendo poder y su arrolladora potencia.
Muchos fanáticos, sectarios en su mayoría, se apoyan en la sugestión individual o colectiva para reclutar adeptos. Por la fuerza coercitiva de la misma, logran captar voluntades, individuales o públicas respecto a hacer creer "a pie juntillas" en una ficción, casi siempre con un fin espúreo, no exento y ávido de poder económico. (Léase al respecto, el enjudioso trabajo de la Dra. M. Madueño "Sectas coercitivas" - Rev. de la Asociación de Magistrados y Funcionarios de la Justicia Nacional- T.26; Año XIV; pp. 239-257)
Ahora bien. Porque, nos preguntamos suele ser frecuente, el delirio demonológico "de-a-dos" o de más personas. Y contestamos, quizás por la carga heredegenética que portan; pero también porque dos, o tres, o muchos, son mágica, imaginaria y sugestivamente mucho más poderosos, para defenderse contra el Maligno.
Cada parte delirante, es la representante de una miseria tenebrosa que lucha por defenderse y ocultarse; y que el Demonio con su poder, es capaz mágicamente de poder descubrir, desnudar y mostrar a los otros.
En efecto, Falret y Lasègue en el prístino trabajo sobre ésta locura, que llamaban también "folie communiquée" (locura comunicada) decían : "existen diferencias que obedecen más a las experiencias afectivas que a los procesos intelectuales...todo individuo marcado por la experiencias afectivas infortunadas, guarda las nociones de la miseria que sufrió" .
( " Il y a des differences qui sont soumisés plus aux experiencies affectives qu' aux procés intelectuels " .. "Tout individu qui dénote ce experiencies affectives malhereueses garde les notions de la misère qu'il a vécu " )
Y no existe nada en el mundo que promueva mayor vergüenza y denigración, que la miseria que se divulga o que imaginariamente pueda solazar a los demás. La persona que se burla de la miseria de un sujeto delirante, puede ser atacado y destruido por éste, de una manera simétrica, con la misma crueldad y desparpajo, a cómo se la recibió.
El Demonio es un atacante dañino, pues hostiga al sujeto desde su mismidad o a través de ciertos Objetos; pero a la vez también es un aliado para conjurar y desatar las venganzas contra sus perseguidores.
En tal sentido, a Satanás se lo utilizará innumerables veces para la práctica ritualista y conjuratoria de vengazas personales (o colectivas); de ahí la peligrosidad que entrañan estos delirios.
El Delirio, sea celestial o demoníaco, siempre es centrípeto y bimembre. Concurre desde el Objeto al Yo y desde éste, al significado patológico. Veremos luego, cómo esto último, juega un papel decisivo para que las elucubraciones delirantes sean fecundas y promuevan la tendencia a la acción.
El Objeto (Dios) o el Objeto (Diablo) se presentan al sujeto como destinatario de sus mensajes. El es el elegido, él es el instrumento de su testimonio.

(2) Benzodiazepinas.
En esta clase de medicamentos se incluyen algunos de los fármacos más conocidos, como el Valium (diazepam), el Xanax (alprazolam), el Klonopin (clonazepam) y el Ativan (lorazepam). A pesar de que las benzodiacepinas se prescriben con bastante frecuencia para tratar los síntomas de la ansiedad, ya no se consideran un tratamiento de primera línea pues aunque reducen la ansiedad con rapidez, suelen causar problemas cuando se toman a largo plazo.

Las benzodiazepinas causan intolerancia, lo que significa que con el tiempo se necesitará aumentar las dosis para alcanzar el mismo efecto. También se le ha asociado un síndrome de abstinencia particularmente fuerte que puede causar incluso convulsiones, sin mencionar que estos medicamentos causan adicción.

Las benzodiazepinas también inhiben la formación de nuevos recuerdos, lo cual puede tener un impacto negativo en la psicoterapia. Además, estos medicamentos pueden ser letales cuando se combinan con alcohol u opiáceos.

No obstante, cuando se usa apropiadamente, las benzodiazepinas pueden desempeñar un papel importante en el tratamiento del trastorno de ansiedad. Por ejemplo, a veces se utiliza en combinación con un ISRS para acelerar la curación durante las primeras semanas de tratamiento antes de que los ISRS hayan alcanzado su máxima eficacia.