Pantalla Carne.
PANTALLA-CARNE, de Maldita Danza
Publicado por Humberto Quijano el diciembre 9,
Se inicia el proceso con la vista de un cuadro vivo, una
imagen que expone un conjunto de figuras mayestáticas, indiferentes, cuerpos de
mujeres cuyas vestiduras y apariencias importan tanto como sus cuerpos, cuerpos
que se hallan en altura, cuerpos que inician su movimiento al aliento de una
voz que entona un tema en modo de elegía. Sin palabras la voz da curso a un
despliegue de actos que revelan los modos de existir de cada una, hay quien
desciende evitando de manera insegura la caída, luego se revuelve en lucha
furiosa (combate que se anticipa mortal), asciende a golpe y ruido. Está
aquella que se regodea en sensualidad y coqueteo, quien construye el camino
cuesta arriba de la mano del goce. Otra, dueña del poder físico brutal, usando
la vía agreste hace la cuesta, y se deleita en poner en juego su fuerza animal.
Y hay una mujer pequeña, con el corte de pelo de una mamá del baby boom, un
vestido en consonancia y unos zapatos infantiles, su presencia, su actuar la
definen doble ser: mujer‑niña, porta
un triciclo, un triciclo azul con tres luces al frente, con ellas va iluminando
alternativamente, a medida que avanza lentamente, las acciones de las demás
mujeres, y su propio camino, y así vamos llegando a la cima donde se
halla la casa que albergará la acción.
La casa es cercada, tomada por todos sus costados por la
marea femenina que la recubre y la permea. Luego es expuesta como lienzo, como
nicho de imagen, mediante las acciones de las mujeres. Los caminos de las
existentes se perfilan desde lo primitivo, desde las potencias de los cuerpos,
desde la contundencia del deseo. Las ventanas nos dan un vistazo a varios
mundos convulsivos, capturados en instante caótico. La mujer‑niña permanece en las afueras, ni expectante ni involucrada, ya
no ilumina los caminos, no hace falta, la casa bulle en vida. Las luces se
apagan, el ruido se disipa, y la mujer‑niña nos
brinda finalmente la entrada arremetiendo con su triciclo contra el portón.
Y entrando hallamos pequeños cuerpos en ciego recorrer por
el espacio, su identidad femenina es el fetiche del tacón, su resonar. Está
oscuro y los cuerpos circulan como si siguiesen el tropismo de la masa, luego
se disgregan y disuelven en la sombra, el reino femenino nos da un atisbo de la
potencia que se reconstituye empleando todos los recursos, parte desde la
matriz más primitiva y usa también los artefactos que reconfiguran el cuerpo
como objeto y agente seductor.
La mujer feroz, la mujer grito, la mujer del ruido y la
violencia habita un cuarto oscuro, en su accionar desplaza todo el mundo que la
apoya, toda su historia se redefine en cada nuevo avance y cada golpe explora
una potencia descubierta.
La mujer de la piel y el goce se cubre con una abrigo que
oculta su rostro salvo su boca, y desde allí, con una canción comienza a
descubrirnos su presencia, su cuerpo inicia el trasegar del gozo, su cuerpo que
parece primero violentado que luego grácil y sensualmente se despeña en placer
y poco a poco cambia el todo de su ondear orgánico para pasar a una gimnasia
del sexo esquemática, espasmódica. La canción habla de la falsedad, de la
traición, del afecto destrozado. Y se acaba con el canto en gritos, con la
furia de la herida removida.
La mujer‑niña aparece tratando de escapar de
una cocina, por una diminuta ventana intenta salir de un mundo diminuto, y la
salida es tan estrecha (tan poco propicia para huir, tan pensada para
contemplar y nada mas) que luego de luchar no lo consigue. Siempre está de
espaldas a nosotros. Arroja agua a su cara ¿se quiere despejar, se encuentra
herida? Se quita su vestido, se hace otra, se termina rindiendo al pie del
lavamanos, reposa en un ovillo.
El poderío brutal desciende una escalera exponiendo
contundentemente su potencia. En vestido de niña recorre el piso partiendo
desde el pleno contacto y poco a poco va tomando distancia, juega con sus
destrezas y su fuerza, ahora es leve y graciosa y luego se torna fiera
implacable, que no se nos olvide que bestia portentosa es esta niña.
La mujer grito ahora está vestida como dama de imagen y nos
habla sin voz, unos gestos medidos nos remiten a la cuidadosa dicción de quien
comedidamente nos informa de una tragedia en un lugar ignoto, y la mujer pierde
las formas, y se deshace en gritos, y se revela histérica, y golpea y se
desnuda y ya nada le importa de nosotros. Mientras todo esto pasa los pequeños
cuerpos recirculan, y se despliegan en dos cuerpos enteros, cubiertos los
torsos por bolsas de basura. La música de baile suena y los cuerpos danzan
ejecutando la rutina seductora que en convención atrapa la atención del hombre
que se ha liberado del decoro, el que se recrea hundiendo sus sentidos en la
melaza, dejándose atrapar por su densidad y su dulzura.
Una mujer desciende una escalera y va cantando, entona
bellamente una canción que todos conocemos, es la diva que hechiza, la dueña
del mundo que a voluntad lo esfuma y luego lo devuelve hecho una imagen, un
recuerdo, una añoranza, lo que en el corazón de cada cual se torna preciado por
su canto. Cuando llega a donde se encuentran las mujeres restantes, la canción
se vuelve un juego y un desgarro, y se retuerce el aire que forma las palabras
a merced de las voces que destrozan los metros y los tonos. La pieza de música
se muele y recompone, desde la voluntad toma otra forma, significa otra cosa, ya
no es un objeto pulido y alejado, ahora es parte de la carne y el sentir.
Las mujeres abandonan la casa y a cielo abierto (al fondo la
ciudad), se hacen dueñas del discurso que expone al cuerpo mercenario, el
streptease, el show sexual, son apropiados y ejecutados con goce primitivo, con
el grito y la fuerza, desde el ondear instintivo de los cuerpos. Cada mujer nos
brinda el espectáculo de su exuberancia, su sensual presencia corporal, su arte
seductivo, su estar como fuente de deseo.
Se congregan al fin todas ellas en torno a un mueble, allí
se apiñan, allí se diluyen los rostros, la voz se distorsiona, la palabra se
hace imperiosa, solo anima a destruir, a borrar. La violencia que se intuye
afirmadora se toma por asalto el espacio en rocas que se patean, rocas que se
lanzan, cartón que se desgarra y se golpea, hasta que se va disipando la
intensidad de las acciones, las mujeres van desapareciendo una a una.
Utilizando el mueble la última celebra las destrezas de su cuerpo, se deleita
en su fuerza y su control, su figura se dibuja en contraluz, una voz la anima y
vitorea, así termina este viaje alucinante.
Así se han descrito trasegares por rutas femeninas, se han
expuesto las voces y relatos. Lo que se quiere contar y como se cuenta ha sido
expuesto. En seca enunciación, en elegía, en gesto y simulacro. Desde el poder
normalizado que se confiere como parte de la convención social, desde aquel que
es libertario y debe ser arrebatado como potencia y construido. A partir del
cuerpo y el alma anquilosadas y también usando la pulsión salvaje, festiva,
germinal, irrefrenable. Mujeres que aman y quieren ser amadas, mujeres que
proponen el deseo, mujeres que buscan desembozarse del corsé. Mujeres de mil
aristas y niveles, como copos de nieve y diamantes.
Pantalla-Carne es una pieza de Danza Contemporánea que reúne
en un mismo lenguaje a 5 mujeres artistas que instalan en escena la danza, el
performance y la música para hablar con sus “carnes” de algunas situaciones que
viajan por sus recuerdos y experiencias, tomando como principal referente la
obra del cineasta español Pedro Almodóvar. La Casona de la Danza, "espacio
de vida y movimiento" funcionó como el gran escenario que durante 4 meses
acogió entre sus paredes un intenso laboratorio en donde las artistas
construyeron y de-construyeron semánticas femeninas, y eventualidades que
apropiaron a sus propias vivencias para configurar un lenguaje escénico vivo en
un espacio no convencional que dibuja en la pieza un carácter de movimiento
particular en las historias como en las interpretes.
Artistas:
Juana del Mar Jiménez
Daissy Robayo
Nadia Granados
Jennyfer Caro
Eliana Quintero
Autor: Creación Colectiva
Música Original:
Carlos Romero
Asistencia de Dirección: Walter Cobos
Dirección: Jorge
Bernal
Duración: 45 minutos
Agradecimientos: Casona de la Danza, Roberto Bolívar, Susana
Serendipia, Viviana Peretti, Andres Camilo, Oscar Orduz, Jessica Paola Suarez
Angarita, Raul Vidales. — en La Casona De La Danza, Bogota.