Friday, April 04, 2014

La habitación Roja. José Manuel Vara.

La Habitación Roja.
 José Manuel Vara



(Gracias especiales a Adriana B, que creyó en este relato y lo publicó en La Fanzine, y a Sylvia Ortega, que me dió la fuerza necesaria para regresar a él)
















(Foto: Bele)



Dedicado a Adriana,
que ha conseguido abrir una ventana en mi pasado...


"Soy de una raza al borde de la extinción"
Autodefinición



“BIENVENIDOS AL FESTIVAL DE LA CARNE APALEADA"
Nota escrita en un graffitti.























Silencio.
El ligero roce de la brisa nocturna en las sábanas.
Sueños inquietos.
Pesadillas.
A veces, las pesadillas me obligan a regresar a la habitación roja. Las cortinas que cuelgan desde el techo provocan inocentemente una metamorfosis cruel de la luz. Rojo sanguinolento empapa nuestros rostros, como si de una máscara mortuoria se tratara. Rojo coagulante. Sexos heridos. Sangre en las entrañas. Almas y pasión. Locura. El festival de la carne apaleada.
Despierto bañado en sudor frío. Sudor y miedo.
Imagino que mis pupilas son rojas.
Rojo exagerado. Violento. Homicida.
Mis ojos buscan con desesperación reconocer los objetos familiares que configuran el reducido universo de mi habitación. La habitación donde me escondo.
El dolor proviene de la intuición.
Conocimiento.
Saber que sólo es cuestión de tiempo.
Me levanto.
Camino.
Tropiezo un par de veces. Es el ritual de ir al lavabo. Luz mortecina que proviene de una bombilla solitaria. El vómito acude de inmediato. Hace dos semanas que me viene sucediendo lo mismo. Empiezo a habituarme al dolor.
Sufrimiento.
No estoy a salvo. Tengo miedo. Miedo.
Las pesadillas juegan con sus propias reglas. Reglas dictadas por mentes diabólicas. Reglas que podrían acabar con mi cordura. No recuerdo cuando la perdí.
Recuerdos que me persiguen.
Sabor salado inundándome la boca.
Agua en los pulmones. Mojada sequedad en la nariz.
Voces a mi alrededor. Gente inquieta. Gente que desea salvarme. Desconocidos a los que parezco importarles. Como epílogo, el sonido torturador de la sirena de la ambulancia, que me conduce de nuevo al corazón de la vida.
Segundo intento de suicidio. Segundo fracaso.
Me voy acostumbrando a mi nuevo hogar. Habitación blanca de hospital. Diminutas baldosas hexagonales estallan en asépticos tonos grises que se dispersan por el suelo. Por todas partes. En todas direcciones.
Sigo sin atreverme a mirar debajo de la cama.
Mi compañero de habitación finge no observarme, pero estoy seguro de que lo hace continuamente. Me observa con diplomática desconfianza.
Algunas enfermeras me tratan con cautela.
A la defensiva.
Como si fueran conscientes de que tengo un pasado.
Como si conocieran mis secretos.
Los secretos de la habitación roja.



Ella.
Ella y sus cabellos teñidos. Color de la prostitución. Color del hundimiento. El humo de su cigarrillo deslizándose sobre mi piel. La sangre secándose alrededor de las heridas abiertas con sus uñas. Coagulándose bajo la epidermis en todas las zonas delimitadas por las marcas de sus dientes. Dientes amarillos. Dientes de fumadora habitual. De fondo, aún resuenan los ecos apagados de mis gritos de animal herido. Acorralado. Y sobre mis gritos, sus gritos de fiera en celo. De bestia de la pasión más primitiva. Fuegos extinguidos. Un volcán entre sus piernas. Mi miembro herido. Exhausto. Tirado sobre las sábanas. Envidiando perderse entre sus pliegues.
Semen resbalando sobre sus nalgas.
A ella le gusta así.
Que eyacule fuera de su cuerpo.
Negación del útero.
Espermatozoides muertos en el espacio exterior.
A ella le gusta de esa manera. Como los animales. A cuatro patas. Dice que, a veces, prefiere no mirarme a la cara. Así todo resulta más fácil. Es extraña.
Se aproxima la hora.
Su amante habitual llega a las ocho. Como cada día. Su madre se deja oir desde la cocina. Su refugio. Su claustro. Su monasterio. Su tesoro. Su arte.
A veces, sólo a veces, creo que la envidio.
Me pone los pantalones.
Antes, se entretiene lamiendo mi sexo muerto.
Un inevitable soplo de vida.
Ella como torturadora.
La inevitable erección.
Luego, el sonido desagradable de la cremallera al ser cerrada con violencia. Su risa exagerada. Mi grito mudo. La cremallera enganchando la piel. Los ladridos del perro tras la puerta.
Y la habitación roja se transforma en el templo del diálogo, de la cultura, del trabajo literario, del arte, de la creatividad. De la farsa, del engaño.
Ella se ha vestido sin limpiarse. Su hombre no le hará el amor esa noche.
La certeza.
El amor al riesgo.
La atracción por jugar con la cordura del otro.
La habitación roja como mundo con reglas propias.
Reglas dictadas por el interno más veterano de un frenopático de los años treinta.
Sus reglas.
Ella.
El deseo y la carne.
La pérdida de la condición humana.
Su risa interminable. Su locura cotidiana.
Mi válvula de escape.
Mi perdición.
Sonido estridente de llaves en la cerradura.
Su olor. Olor de hombre esclavizado. Feliz.
Ella abre la puerta. La habitación roja desaparece. El mundo real hace acto de presencia. Ruptura.
Esconde la botella de whisky.
Simula jugar a su juego.
Al de su hombre. Al de su madre.
Su perro lo sabe todo.
Yo finjo ser el mismo de siempre.
Contacto.
Palabras vacías como pretexto. Huída.
Ella me acompaña hasta la puerta. Cierra su otro mundo detrás. Una puerta con cristal de colores. La misma conversación de siempre. La complicidad.
Almas gemelas en cuerpos de diferente sexo.
Lo curioso es que ninguno de los dos tenemos alma.



Calmantes. Calmantes. Calmantes. Mi cerebro amortajado.
La sonrisa estúpida de una enfermera.
Olor a hospital. Desinfectante.
Me siento peor que si estuviera muerto.
Odio fracasar.
Odio vivir en la habitación roja.
Odio vivir fuera de la habitación roja.
Odio vivir.
Sin ella.
Tengo miedo.
Calmantes. Calmantes. Mi miedo atenuado.
Calmantes.



La habitación roja #2




La cama vibra.

El tópico del crujir de los muelles elevado a su máxima potencia. Recuerdos intermitentes del anciano de la recepción. Su mujer, detrás, expectante. Ojos tras siniestros cristales de miope descifrando las imágenes de un televisor portátil en blanco y negro.

Mano temblorosa de anciano cogiendo los tres billetes de mil que le tiendo cortésmente. Me da una tarjeta a cambio. Una tarjeta y un número. Pasaporte temporal al sexo por el sexo.

Follar.

A eso hemos venido.

El amor se quedó anclado en la imaginación inocente de nuestros respectivos amantes ocasionales que nos juraron amor eterno. Y esta vez, como tantas otras veces, tampoco emerge el sentimiento de culpa.

A veces, nuestros delirios verbales nos llevan a plantearnos la idea de que no somos humanos. Me preocupa mucho la certeza de esta hipótesis absurdoetílica.
Buscamos nuestra propia pureza en un estado etílico continuado.

En su bolso, negro como el agujero de su culo, hay una botella de JB. Suero. Sangre. Plasma. Soma. Maná. Dejamos al viejo a años luz de nuestras vidas. Entramos en la habitación desconocida.

Cama, armario, mesitas. Un lavabo enorme.

Embriagador.

Taza irresistible. No tardo en vomitar. Una San Miguel entre doce Woll-damms.

Ella me observa con cierto aire de sorpresa.

Mi estómago suele resistir.

Hoy no. Luego, después del vómito, me siento como nuevo. Me quito la camisa. Me quito los pantalones. Antes, he dejado la cámara fotográfica en el armario empotrado. La excusa para venir aquí era hacerle unas fotos de contenido erótico.

Ella ya está desnuda.

Cuerpo de musa de Corben*, el dibujante americano.

Sus pezones disparan sus flechas de deseo. Se clavan en mis testículos. Y mi polla, en apenas un par de segundos, señala el techo obligándola a la mamada.

Diosa MAMADA.

Su campanilla susurrando obscenidades a mi glande.

El sonido de succión.

La saliva como cascada.

Su lengua diabólica sobre la vena del placer.

El fantasma de la eyaculación precoz.

El conocimiento. Su insaciabilidad.

Ella siempre se lo traga. Se podría decir que se nutre de ello.

Semen engendrador de vida. Proteínas, calorías y todo lo demás.

Ella saciada.

La succión posterior a la eyaculación. Atormentadora.

El calambre. El orgasmo.

Su lengua blanca. Su blanca garganta.

El escozor en mis cojones.

El glande próximo a la explosión nuclear a escala reducida.

Humedad en las sábanas.

Cambio de tercio.

El último recuerdo: mi rostro entre sus piernas.

Sus jugos en mi boca.

Las palabras.


Mis palabras.

- “…no sé que decirte, es una historia muy cruda, muy triste. Demasiado triste”.

Ella me ha contado una traumática experiencia infantil. Demasiado lastre desagradable. Todo lo vomita sobre mí. Aunque es consciente de que no le sirve de nada. Y a mí cada vez me hunde más y más. En sus miedos. En sus culpabilidades. En sus frustraciones. En su locura latente.

Se levanta de la cama.

Su desnudez parece coagularse sobre la atmósfera claustrofóbica de la habitación roja.

Una lámpara gime al fondo.

Ella camina hasta su silla. Se sienta. Abre el cajón. Gesto inexpresivo. Mirada perdida en el desgastado papel pintado que insiste en cubrir las paredes. El papel pintado no le devuelve la mirada.

Saca la botella de JB. Desenrosca el tapón. Bebe.

Algo de whisky resbala entre las comisuras de su boca.

Su lengua lo atrapa. Su lengua.

Atrapado.

Me gustaría ser como una de esas gotas de whisky. A veces.

Siempre.

Constantemente.

Ella me mira con gesto cansado. De costumbre. De hábito. De rutina.

Pienso que no le importa lo más mínimo.

Miedo. Tengo miedo. Ella lo sabe.

-“¿Por qué no me cuentas lo de tu intento de suicidio?

No recuerdo cuántas veces me ha hecho la misma pregunta. No recuerdo cuántas veces le he contado la misma historia. Pero, a ella parece no cansarle. Se alimenta de mi dolor. Quizá se trate de eso.

La cama se transforma en ataúd. Oprimiéndome.

La miro desesperadamente. Suplicando.

Ella ignora mi sufrimiento.

Vuelve a beber. Anulándome.

Sólo parece interesada por la historia de mis fracasos.

Mi primer fracaso.

Mi primer suicidio.

- “Todo fue a causa de Meri, había comenzado como una relación amorosa cualquiera… empiezas a coger tics y vicios y a partir de ahí tú mismo te vas liando. Había algo en ella que me volvía loco, era tan natural… como un diamante sin pulir, tan extremadamente pura y sin prejuicios. Me excitaba, sí, supongo que todo se reduce a eso, al sexo, al morbo, a jugar a vivir fuera de lo convencional. Meri era perfecta para eso.”

Hago una pausa.

Dejo que el fantasma de Meritxell me posea una vez más. Por un instante, casi me olvido de ella, que sigue sentada allí sorbiéndome poco a poco. Entre trago y trago. En la penumbra de la habitación roja.

-“El encuentro fue casual, el momento y el lugar apropiados, supongo, y demasiado alcohol en el cuerpo. Siempre el maldito alcohol, pero, algo de ella me atrajo desde el primer momento… su ternura, su manera de ser, de actuar, de pensar… era diferente, era como un ángel caído que aún conservaba gran parte de su gloria y esplendor. Y ahí empezó todo, ahí comenzó la gran crisis… en demasiadas ocasiones habíamos rozado las puertas del infierno. Nuestra relación se había convertido en una especie de obsesión enfermiza, que Meri dio en denominar metamorfosis espiritual… algo así como un cambio de estado, ella leía muchos libros raros… decía que era como dejar de ser escoria para pasar a ser algo divino, pero, el error fue que olvidamos lo más importante, el hecho de que ambos habíamos sido expulsados del paraíso hace muchísimo tiempo…

Un día, sencillamente, llegué a casa y la encontré muerta en la bañera. Se había cortado las venas, aún tenía la cuchilla de afeitar en la mano. Recuerdo que había sangre por todas partes, pero había también algo extraño en la escena… y era su cara, la sonrisa de su cara… por un momento pensé que había encontrado la felicidad que siempre decía buscar y que la había hallado a través de su propia muerte… y de mi dolor…

…no sé cuántas horas permanecí allí, de pie, inmóvil, mirando su cara… quizás una eternidad. Mirando sus ojos marrones, sus labios sensuales, sus pezones fríos y enhiestos, su pelo, la invisibilidad del recuerdo de sus caricias, que ahora ya eran imposibles. Lo único que recuerdo con claridad es que, en ese momento, me sentí morir por dentro, que me quedé vacío, en trance… a la deriva. Desesperado…”

Ella parece comprender.

Almas muertas. Eso es lo que nos une y nos condena.

Lo que nos obliga a follar.

Luego, recupero el sentido del momento presente.

Prosigo mi historia.

-“Luego, llegó la soledad. Una soledad insoportable, la angustia, el dolor. Una noche me tomé un frasco entero de Aneurol, sólo por ver qué pasaba. Ella era adicta a las pastillas y a muchas otras cosas. Alguien me encontró… estuve en coma un par de semanas, eso es lo que me dijeron. Es extraño, pero cada vez que pienso en todo aquello lo único que recuerdo con claridad es su sonrisa de felicidad, su sonrisa sobre su pálida cara de muerta…

No me dejó ninguna nota, ninguna explicación. Nunca sabré por qué lo hizo o quizá es que no lo quiero saber. Aunque, a menudo, llego a la conclusión de que no me sorprende lo más mínimo que la cosa acabara así… nunca llegué a entenderla, a entender su desesperación, su sufrimiento interno, sus llamadas de socorro, su angustia… sólo pensaba en mí, en mis necesidades, en mi egoísmo de mierda… Eso es lo que más me duele ahora…”

Paro.

Suspiro. Me duelo.

Ella me observa.

La seguridad que le transmite el vidrio de la botella se hace evidente. Es una seguridad indestructible. Inquebrantable.

Hay llanto contenido en mis ojos. Ella se siente celosa.

El amor le sigue preocupando. Su desconocimiento. Su inexperiencia.

Aunque siempre haya fingido amar a su hombre. Y que su hombre la amaba. Y lo que su hombre amaba era su seguridad. Su independencia. Su libertad. Su aparente falta de prejuicios. Su personalidad descarnada. En estado puro.

Único. Inconcebible en estos tiempos de hastío emocional.

Su fragilidad, su sensibilidad, su creatividad.

Y el hombre la vampirizó dejándola vampirizarle.

Se fingió débil. La enamoró a golpes de fragilidad afectiva.

La engañó con su dependencia.

“Cuidame o me muero”.

Y la mujer se rindió.

Y nació ella.

La dualidad, lo imposible, la locura. El deseo.

Sexo, carne abierta y mil veces succionando mi erección. Y tragando, tragando… hacia su estómago. Mi necio semen copulando con sus entrañas saturadas de infortunio, licor barato y miles de padecimientos psicosomáticos.



*Procedente de una familia de granjeros del Medio Oeste americano, Corben se estableció en Kansas City, donde estudio arte y reside con su esposa Dona, con la que tuvo una hija de nombre Beth. Mientras trabajaba para una empresa local dedicada al cine de animación (Calvin Productions), comienza también a publicar sus primeros trabajos en fanzines underground. Su primera historieta, Monsters Rule, se publicó por entregas entre 1968 y 1969 en el fanzine Voice of Comicdom. En ella están ya presentes, en clave paródica, los temas y procedimientos preferidos de Corben: la ciencia ficción, el erotismo y la repulsa a las instituciones establecidas, especialmente la religión y el ejército. La primera obra importante de Corben fue, sin embargo, Rowlf.
En los años que siguieron, Corben siguió publicando en numerosas revistas, generalmente del circuito underground, y en 1970 incluso intentó autoeditarse su propio fanzine, Fantagor, lo que se saldó con un rotundo fracaso. Su incursión en el terreno del cine de animación resultó en un cortometraje, Neverwhere (1971), que se destaca sobre todo por constituir la primera aparición de uno de sus personajes más emblemáticos, Den. En 1972 Corben abandonó definitivamente la empresa en la que trabajaba para dedicarse por entero al cómic. Colaboró en las revistas de la editorial Warren Publishing Creepy, Eerie y Vampirella, con varias historietas de terror y posteriormente, en 21st Century, pero su consagración definitiva llegó en 1975, con la publicación de la serie fantástica Den en Metal Hurlant y luego otras revistas como Alter Alter, Heavy Metal y Totem. El personaje, que procedía del corto Neverwhere, era un ingeniero de la Kansas contemporánea que se trasladaba a un mundo de violencia y grandes aventuras, repleto de bárbaros, brujos, horribles monstruos y mujeres de pechos enormes. En el traslado, la apariencia física del personaje sufría una transformación y de un hombre enclenque y pacífico pasaba a ser un héroe musculoso "sin un pelo y sin un trapo, luciendo una polla radiante y juguetona pero también inútil y caduca", dado que el autor no quería caer en la pornografía. Su nombre, Den, procedía de las iniciales de su identidad pasada, David Ellis Norman. Trabajó con varios guionistas, entre los que se cuentan Bruce Jones o el conocido escritor de ciencia ficción Harlan Ellison, aunque son sobre todo recordadas sus colaboraciones con Jan Strnad, como Las mil y una noches o Mundo mutante. En los últimos tiempos, ha dado sus personales interpretaciones de personajes como Hulk o John Constantine.




La habitación roja #3



Sus jadeos y gritos de supuesto placer se extienden, provocativos, por la atmósfera del barrio-dormitorio donde vivimos. Donde vamos muriendo minuto a minuto.
Hacen el amor con las cortinas descorridas.
No les gusta la luz artificial.
Lo hacen todos los sábados. Sin excepción.
Pero, sólo los sábados. Al menos, eso es lo que ella me cuenta.
Su amante habitual cree que es frígida.
Yo no lo creo. Pienso que está asustada.
Pero, no sé de qué.
Evidentemente, hay vecinos que los observan en silencio. En el anonimato. Desde las tinieblas de los deseos reprimidos. Prismáticos por ojos. Comprados con el pretexto absurdo de un futuro safari fotográfico que nunca llegó a realizarse. Voyeurismo*. Aficionados al sexo barato cedido por la diosa televisión. Frustraciones sofocadas a golpes de videos porno. Sexo enlatado. Carente de sentimientos. No de sensaciones. Fúnebres atalayas de hombres castrados por madres-mujeres dominantes. De infancias desdichadas. De presentes mediocres.
Ojos desorbitados. Penes erectos. Mujeres viendo el culebrón de turno. Niños destrozándolo todo. Vida como asco.
Los observan. Siempre los observan los sábados.
Yo sólo puedo imaginármelos.
Ella gritando. Emborrachándose de placer.
Amándolo a través de su polla.
De lo que está a punto de fluir de ella.
Yonki de semen.

Adicta
Zombi
Eutanasia
Perdición
Pasión
Mujer fatal
Descenso
Holocausto
Vampirismo sexual
Rupturas

Su amante habitual corriéndose.
Agradecido.
Eternamente agradecido.
Viviendo a través del mundo de ella. Mundo interior. Mundo imaginario. Vivir al borde de la locura**.
Esperando. Esperando.
Nutriéndose.
Succionando. Esperando. Chupando. Energía.
Vampirizando. Consumiendo.
21 años. Simulando ser un hombre normal o una aproximación al concepto.
Partidos de fútbol.
Más importantes que el sexo.
Ella vendiéndose a su madre a cambio de dos horas de televisión para él. Él no lo valora. Lo considera justo. Él es el que trabaja. El que aporta el dinero. Siempre la misma historia. El hombre sólo lo es gracias al dinero que gana. Los hombres se visten por los pies. Tanto tienes tanto vales. Su sensibilidad es aparente. Nulidad. ¿Y la pretendida evolución de la especie humana?.
Dejo de pensar.
No lo entiendo.
NO lo quiero entender.
Es demasiado mediocre.
Ella presume de genialidad.
Dice ser una diosa.
Pero, cuando la veo vomitar, pierde su aureola de divinidad. Por completo. Absolutamente. Y me da rabia. Rabia… por haber creído en ella.
Vomitar. Gritar. Presumir de amigos. De amantes.
Vulgar. Intransigente. Egoísta. Aterrorizada.
Me da asco porque me recuerda a mí mismo.
Y experimento la no excitación al mirar su cuerpo desnudo. Tendido boca abajo sobre mi cama. Curvas perfectas. Traidoras. Aburridas. Acomplejadas.
Piel blanca. Vello negro.
Huesos en su espalda.
La filmo con la cámara de vídeo. Jugando a Voyeur participante. Observo la filmación. La miro a ella. Es demasiado realista. Sigo sin excitarme. Hace calor. Calor físico. Estamos a finales de junio. El verano se ha hecho de rogar. Ella, al final, ha resultado demasiado fácil. Manejable. Manipulable. Usable. Deteriorable. Caduca. Terminal. Muerte.
Limpio sus vómitos.
Me acuesto en el sofá del comedor.
Le he dado una hora para dormir.
Son las cinco de la mañana.
Su amiga tiene un quiste en uno de sus pechos.
Pus verdoso.
Llora. Ha llorado. Vaso de whisky en mano.
Luz apagada.
Música de The Cure de fondo.
Lágrimas cayendo al suelo.
Después, caen sus vómitos. Marrones. Hedor.
Ella exige. Boca abajo. Pide tiempo.
Me doy asco a mí mismo.
Descubro que yo también soy un vampiro.
Luego, recuerdo. Y con el recuerdo, comparo. Porque en la comparación se sustente la mayor parte de nuestra cordura. Nuestros mal llamados puntos de referencia o asideros mentales. Nuestros asideros a la realidad. Nuestra razón. Nuestra muerte en vida.



Y la luz estallando en mi retina.
Fluorescente inmaculadamente blanco parece flotar sobre mi cabeza. Lavabo aséptico de hospital. Desprovisto de emociones. Pero, eso sí, las vistas desde la ventana no dejan de ser interesantes. El verde sigue enganchándose desesperadamente a los árboles. La naturaleza insiste en ser hermosa. Humillándonos.
Miro distraídamente la bañera.
La bañera. Clavada sobre las baldosas. Baldosas para enfermos. Enfermos terminales. Enfermos del alma.
Corazones polvorientos.
Sólo sirven para bombear la sangre. Para mantenernos vivos. A un paso de la frontera que nos separa de la extinción definitiva. Del crecimiento de nuestros cabellos y uñas más allá de toda costumbre estética. Más allá de los cánones de la moda de los seres vivos.
Llueve.
Observo la lluvia.
Penetrante.
La gente, como diminutas hormigas, corriendo allá abajo.
Hacia ninguna parte.
Como yo.
Creo escuchar los pasos de mi enfermera acercándose por el pasillo. Es hermosa. Pero, no es ela. No consigue saturar mis pensamientos, como lo hacía ella.
Ella.



*Voyeurismo
Etimología
La palabra voyeur deriva del verbo voir (ver) con el sufijo -eur del idioma francés. Una traducción literal podría ser “mirón” u “observador”, con la connotación peyorativa del caso.
Práctica
Las prácticas voyeuristas pueden variar, pero su característica principal es la de que el voyeur, también llamado “mirón” o “brechero”, no interactúa directamente con el sujeto observado, quien permanece casi siempre ajeno a dicha observación.
El voyeur suele observar la situación desde lejos, bien mirando por una cerradura, por un resquicio, o utilizando medios técnicos como un espejo, una cámara, etc. La masturbación acompaña, a menudo, al acto voyeurista. El riesgo de ser descubierto actúa, a menudo, como un potenciador de la excitación.
A la tendencia voyeurista se le asocia frecuentemente la tendencia exhibicionista, esto es, disfrutar mostrándose, más o menos abiertamente, semidesnudo o completamente desnudo. Ambas conductas poseen un fuerte componente compulsivo, irrefrenable, mostrando los sujetos aumento de su tasa cardíaca y sudoración ante la aparición de estímulos relacionados con dichas actividades. Estos efectos físicos desaparecen tras la realización del acto voyeurista.
El voyeurismo se da, en mayor medida, en hombres, mayoritariamente heterosexuales, ya que es el hombre el que depende más del sentido de la vista para alcanzar la excitación sexual.
Es necesario, por lo tanto, distinguir entre voyeurismo y actividad sexual normal, en la que también se produce una excitación al contemplar la desnudez. La diferencia estriba no sólo en el consentimiento o conocimiento de la persona observada que, en el caso del voyeurista, rara vez existe, mientras que en la actividad sexual normal se sobreentiende que sí, formando en este último caso parte de la totalidad de la actividad, no siendo en sí misma la totalidad (la parte por el todo), sino también en la exclusividad de la observación como conducta sexual, carente de interacción física interpersonal.
El DSM-III-R establece asimismo una diferencia entre voyeurismo y contemplación de pornografía. El diagnóstico diferencial se basa igualmente en el conocimiento del hecho de ser observado por la persona objeto de la conducta. Algunos autores, como Langevin y Lang 1987, consideran la pornografía como un acto voyeurista, siempre que este acto constituya la fuente primordial de excitación sexual de un sujeto, o una conducta recurrente.
En lo que respecta a los rasgos de personalidad del voyeurista, estos sujetos suelen ser tímidos durante la adolescencia y con cierta dificultad para iniciar o mantener relaciones de pareja. No son sujetos especialmente propensos a poseer rasgos especialmente patológicos.
El “candaulisme” es un comportamiento consistente en que el mirón deriva placer al observar a su pareja mientras mantiene relaciones sexuales con otra persona.
Para el gusto voyeurista se han creado los llamados peep shows, que son actuaciones que se realizan en vivo en los sex shops o que se observan en la red Internet por medio de una Web cam. Estos shows suelen mostrar a mujeres que fingen no saber que son observadas durante el acto de desnudarse o mientras se masturban.
Por extensión, el término se utiliza también en un amplio contexto: por ejemplo, se habla del “voyeurismo del telespectador” frente a unas imágenes o acontecimientos relacionados con las personas y su intimidad o su desnudo.
La palabra voyeurista o mirón se puede definir asimismo como alguien que disfruta siendo testigo de situaciones de sufrimiento o desgracia de otras personas (schadenfreude).

Penalización
En algunas culturas el voyeurismo se considera una perversión y varios países lo han clasificado como un delito sexual.
El Reino Unido agregó esta ofensa al Sexual Offences Act of 2003, criminalizando el acto de espiar a alguien sin su consentimiento.
Canadá promulgó una ley similar a finales de 2005, declarando al voyeurismo un delito sexual.
EE. UU. también penaliza esta práctica y en nueve estados del país hay leyes que castigan específicamente el “video voyeurismo”, lo cual implica filmar a alguien sin su consentimiento mientras se encuentra en situaciones privadas.

En el cine
El maestro inglés Alfred Hitchcock fue el primero en utilizar el voyeurismo en sus películas, principalmente en su obra “La ventana indiscreta” (1954).
En los años 80, Brian De Palma tocó nuevamente el tema en su ya clásica “Doble cuerpo” ("Body Double" en original), con Melanie Griffith de protagonista. En 1989 el cineasta francés Patrice Leconte mostró a un voyeur enamorado en su film “Monsieur Hire”; protagonizado por una muy joven Sandrine Bonnaire y Michel Blanc, en el papel de Monsieur Hire.
Recientemente, el director austriaco Michael Haneke mostró su perspectiva en “Caché”, una producción franco-austriaca estrenada en el 2005.[

**Locura
Para otros usos de este término, véase loco.
Agnolo Bronzino, Alegoría con Venus y Cupido (1540/45), DetalleSe designó como locura hasta final del siglo XIX a un determinado comportamiento que rechazaba las normas sociales establecidas. Lo que se interpretó por convenciones sociales como locura fue la desviación de la norma (del latín vulgar delirare, de lira ire, que significaba originalmente en la agricultura "desviado del surco recto"), por culpa de un desequilibrio mental, por el cual un hombre o una mujer padecía de delirios enfermizos, impropios del funcionamiento normal de la razón, que se identificaban por la realización de actos extraños y destructivos. Los síntomas de ciertas enfermedades, como la epilepsia u otras disfunciones mentales, fueron también calificados de locura.
El concepto de "locura" fue empleado en Europa históricamente en diferentes contextos con diferentes significados, que retrospectivamente se sabe que correspondían a fenómenos distintos, que en la historia de la medicina se encuentran pobremente definidos y que en ocasiones eran incluso contradictorios. La cuestión de qué variaciones respecto a la norma eran aceptadas como "extravagancias" y cuáles como locura podía depender de la región, la época o las circunstancias sociales del sujeto. No fue hasta la aplicación de la nosología moderna cuando se delimitaron los diferentes fenómenos denominados hasta entonces como locura. La locura, en términos clínicos puede ser entendida como una forma de esquizofrenia e incluso como un sinónimo.
Síntomas de la locura [editar]Como las manifestaciones de la locura son muy variadas, se pueden considerar síntomas de diversos estados. En cada caso, el afectado muestra una conducta que se aparta de la normalidad de una forma determinada. Por eso, los afectados quedan desplazados de su entorno social. Frecuentemente se manifiesta como una pérdida de control, en la que los sentimientos se muestran desinhibidamente. La conducta se desplaza fuera de lo racional y las consecuencias de los propios actos no se tienen en cuenta. Los actos pueden ser objetivamente absurdos e inútiles . La diferencia entre lo real y lo irreal puede desaparecer, viéndose perturbada la percepción de la realidad. Se pueden encontrar en la mitología griega ejemplos de consecuencias catastróficas de la locura: Heracles mata a sus hijos; Áyax el Grande masacró un rebaño de ovejas al confundirlo con los líderes aqueos tras una disputa con Odiseo; el rey Licurgo de Tracia confundió a su hijo con una hiedra, símbolo de Dioniso, cuyo culto había prohibido, matándolo, y Medea mató a sus hijos. Las características perceptibles de la locura abarcan un área amplia entre la actividad frenética y la catatonia. De un lado están los maníacos; en el otro los depresivos y los apáticos. A menudo se dan disfunciones en las capacidades comunicativas, que pueden disminuir la inteligibilidad del discurso y pueden parecerse al habla de un niño pequeño: repetición de porciones de frases, reduplicación, hablar con rimas simples, onomatopeyas o cantar canciones infantiles.


Representaciones gráficas
J. H. Füssli, "Kate la loca" (1806/07)Las representaciones de la locura en el arte y la literatura pueden dar información acerca de qué síntomas se conocían en tiempos pasados con el denominador de "locura". Naturalmente estas conclusiones deben de ser extraídas con cuidado, pues pueden ser equívocas. De hecho, una iconografía de la locura sólo puede originarse a partir de las percepciones de su manifestación ya disponibles.
Las interpretaciones concretas artísticas pueden retroalimentar la percepción del público, lo que significa que pueden modelar un determinado estereotipo. Tanto la estética como el diagnóstico médico de la enfermedad son a menudo proyecciones, que pueden expresar la realidad distorsionadamente, o directamente estereotipos.
Las representaciones gráficas de la locura se centran en la expresiones faciales distorsionada, posturas corporales exageradas, gestos sin sentido, actos absurdos y representaciones de alucinaciones o simplemente de fisionomías poco naturales.

Breve historia
Locura, según el diccionario, significa “privación del juicio o del uso de la razón”. Sin embargo, esta acepción no siempre ha sido tal. Antiguamente, se creía que era consecuencia de maniobras sobrenaturales, o netamente demoníacas. También se pensaba que actuaba en el hombre como castigo divino por la culpa de sus pecados. En la Edad Media los leprosos pasaron a ser una imagen distinta del miedo. Temidos y repudiados por los demás, eran excluidos y encerrados en leprosarios mantenidos por el estado; cuyos bienes, una vez desaparecida la enfermedad, eran convertidos en fondos administrados por las ciudades y destinados a obras de beneficencias y establecimientos hospitalarios.
Una vez desaparecida la lepra, su lugar es tomado por las enfermedades venéreas que pronto pasan a ser consideradas asuntos médicos.
Hasta la segunda mitad del siglo XV, el tema reinante es la muerte, que aparece bajo el signo de las guerras y pestes que acompañan este período. Pero ya a finales del período, esta inquietud gira sobre sí misma. Los hombres dudan de todo y, al dudar también de la muerte, se abre una nueva perspectiva que permite burlarse de ella, porque sólo da cuenta de que la verdadera existencia está vedada a los ojos humanos mientras la realidad sea sólo un espejo de sí misma.
En el Renacimiento, la locura surge como una nueva encarnación del mal. Es en este momento en que aparece la denominada "stultifera navis" (nave de los locos) que determina la existencia errante de los locos. Dicha nave fue utilizada para eliminar del territorio a estos seres molestos que ponían en riesgo la seguridad de los ciudadanos. Sin embargo, este viaje no sólo hacía las veces de barrendero humano, sino que, otorgaba al loco la posibilidad de purificación, sumado al hecho de que cada uno es entregado a la suerte de su propio destino, pues “cada viaje es, potencialmente, el último” .
A partir de Erasmo de Rotterdam y del Humanismo, la locura pasa a ser parte directa de la razón y una denuncia de la forma general de la crítica. Es la locura la que ahora analiza y juzga a la razón. Los papeles se invierten y dejan ver que una no podría sobrevivir sin la otra, pues ambas son una misma cosa que, en determinados momentos, se desdobla para revalidar su necesaria presencia en el mundo.
Sólo en el siglo XVII se dominará a la locura a través del encierro, con el llamado “Hospital de los locos”, donde la razón triunfará por medio de la violencia.

"La sabiduría inoportuna es una locura, del mismo modo que es imprudente la prudencia mal entendida" Erasmo de Rotterdam





La locura en la literatura
Acercamiento al Elogio de la locura
Los escritores del Renacimiento, como una forma de poner en tela de juicio todo aquello que encontraban contradictorio, crearon personajes ficticios, mediante los cuales expresaban lo que pensaban. Al darle voz a la locura, Erasmo de Rotterdam convierte su obra en una especie de sátira moral mediante la cual, se da el gusto de atacar todo lo que considera incorrecto, argumentando que la locura es una suerte de castigo del saber, para quienes creen saber.
Académicamente “es objeto de discursos que ella misma pronuncia” . Lo que provoca un mayor acercamiento a la razón, como una característica propia de todos los hombres y no sólo de los supuestos elegidos (sabios).
Luego de que la locura supliera el tema de la muerte en el siglo XV, pasa a ser la forma en que se da cuenta de que la existencia misma no es nada, en el sentido de que no refleja lo que verdaderamente es. Por este motivo, sus discursos son morales. Crítica al hombre el apego a sí mismo y su incapacidad de ver, en la mentira, la verdad.
Lo que intenta Erasmo de Rotterdam, es indicarnos el camino que nos lleve a recuperar la inocencia y la verdadera apariencia de las cosas. Realidad y verdad que sólo son posibles de ver a través de la mirada humana, pero no de aquella dominada por la soberbia, sino de la del hombre común y corriente que disfruta de las cosas mundanas, y que reacciona casi espontáneamente a los estímulos del medio.
“La razón, para ser razonable, debe verse a sí misma con los ojos de una locura irónica”. Lo que le interesa a Erasmo de Rotterdam es dar a entender que sólo a través de la locura el hombre sabrá razonar correctamente. Es decir, sólo a través de la prueba y del error, es probable que se llegue a una verdad que siempre estará condicionada por otra, ya que el hombre jamás llegará a ser dueño absoluto de la razón.
La literatura de la modernidad ha encontrado en la locura un paradigma creativo respecto al uso poético del lenguaje; a ella se han remitido principalmente los artistas del romanticismo, viendo la locura sin esa perspectiva "crítica" y admitiendo sus mecanismos lingüísticos como juegos de puro lenguaje creativo. Así, Allan Poe, Baudelaire (con toda la corriente de "poetas malditos" de cambios de siglo) y, más recientemente, escritores adscritos a la llamada literatua experimental. Así, Raymond Queneau dedicó un grueso ensayo ("Los locos literarios")al estudio de un catálogo de locos que, sin entrar voluntariamente en el terreno de la literatura, le sirven como referencias "artísticas" para un estudio de los fenómenos del lenguaje en un uso no convencional.


Razón y locura
"El sueño de la razón produce monstruos", grabado de Goya.El saber de los locos, desde el punto de vista del "Elogio de la locura" de Erasmo de Rotterdam, anuncia que, adoptar una posición absoluta con respecto a la fe o a la razón, no significa conocer, sino que sólo creer saber.
La locura es el ingrediente ideal que debe hacer que los hombres pongan en duda la “verdad” declarada por algunos, ya que la cualidad de los estultos es el ser francos y veraces. De ahí que la estulticia asegure que los reyes prefieran pasar más tiempo con los bufones que con los sabios, porque estos últimos sólo hablan de temas tristes y se preocupan de hacer notar a los demás su supuesta superioridad.
“Todo cuanto lleva el necio en el pecho, lo traduce a la cara y lo expresa la palabra. En cambio, el sabio tiene dos lenguas, una para decir la verdad y otra para decir cosas que consideran convenientes según el momento” .
La locura, en el ámbito del saber, no sólo es importante debido a que su reconocimiento conduce a la verdadera razón. También lo es por la relación que establece entre el conocimiento y la experiencia. De modo que no se da valor a las conversaciones banales ni a las falsas creencias.
Es por esto que la locura no puede existir sin la razón, ya que sólo si ésta última es capaz de reconocer a la primera, toma conciencia de sí misma y de la verdadera importancia de las cosas.
A través de la locura, el hombre es capaz de reconocer la miseria que le rodea, porque conociéndola identifica sus flaquezas, sus errores y su verdadera incapacidad de razonar correctamente.
Lo que más crítica Erasmo de Rotterdam son las ciencias por su afán de reconocimiento universal de una sola verdad y sus pretensiones de alcanzar la posteridad. Esto, con el fin de demostrar que no es más sabio quien lee y adopta teorías ajenas, sino quien a través de su propia experiencia establece o comprueba una. Por esto, es prudente quien se acomoda a la situación en la que vive y no se avergüenza de cometer errores por temor a un resultado desagradable.
En el siglo XV, el hombre comienza a establecer los hechos del mundo de otra manera. Los temas “supremos” pasan a ser mundanos, y viceversa, por lo que todo se torna más cercano y entendible. El miedo a la muerte, y a todo lo que provenga de la ultratumba, se atenúa debido a que se humaniza. Se hace más terrenal y, por lo tanto, alcanzable y más comprensible. Sin embargo, se comete el error de creer que este acercamiento da pie a que dichos acontecimientos sean dominables o completamente manejables por la mente humana. Deseo que, obviamente, es improbable si sólo algunos creen conocer la verdadera realidad.
El lunatismo es un estado de locura temporal que suele concordar con las fases lunares, principalmente con la luna llena. En la Edad Media (y aún hoy) contribuyó a la creencia de la licantropía (hombre lobo).

Otros usos del término
Las palabras "Locura" y "Loco" (una persona que sufre locura) se usan en algunos contextos con otros significados sin relación con la enfermedad. Uno de los más frecuentes es el de resaltar la intensidad de una emoción. "Loco de amor", por ejemplo, se utiliza para indicar que alguien experimenta dicha emoción en un grado muy importante.
Se utiliza también, refiriéndose a animales o entes inanimados, para dar a entender que está fuera de control.
En Argentina se utiliza también en la jerga popular para indicar a alguien extrovertido, que comete actos temerarios o incluso como forma amistosa de referirse a otra persona sin usar su nombre. También en este país, se utiliza informalmente para referirse a aquel que está bajo el efecto de alguna droga (principalmente, la marihuana).
Por lo general, los usos de la palabra "loco" en la cultura popular no suelen referirse a la locura en sí sino a alguno de estos otros significados
En México también se puede utilizar con alguna connotación de entornos sociales no aptos.








El último recuerdo. Mi rostro entre sus piernas.
Bebiéndomela a sorbos. A largos sorbos.
Sonidos de succión sobre su coño abierto de par en par.
Sus gritos. Sus gritos no mueren al chocar contra las paredes de la pensión. Parecen amplificarse. Como si necesitara que todo el mundo la oyera. Gemidos. Gritos. Gritos. A veces, la imagino trabajando de actriz principal en una película pornográfica. No me extrañaría si me dijese que ya lo había hecho.
Sus manos sobre mi cabeza.
Apretando. Aplastando.
Mis dientes sobre su clítoris. Mordiendo.
Sus gritos. Placer. Orgasmo.
Temblor incontrolado recorre sus carnes.
Se levanta sobre las piernas. Se deja caer. Se estira. Se contrae. Se corre. Se corre. Se corre. Los dedos de su mano dentro de su boca. Lamiendo. Los dedos de la otra mano sobre su sexo. Me aparta. Observo. Prolongación del placer. Mi polla dura entre sus piernas. Su coño lascivo invitándome. Sus ojos cerrados. Su cabeza ladeada. Su pelo acariciando la almohada. Sus gorgoteos. Mi miembro sobre los labios de su sexo. La penetración. El descubrimiento. La tierra prometida. El útero. Las rugosidades internas de las paredes del útero. Los pellizcos delicados sobre mi glande. Las contracciones. El sudor. Los arañazos en mi espalda. La sangre. Sus venas azules hinchadas. Cuello. Piernas. Estómago.
Entro. Más adentro. Más adentro.
Satanás echando su aliento fétido sobre mi nuca.
Sus piernas me rodean. Oprimiéndome las costillas.
Obligándome a penetrarla más profundamente.
La cabalgo salvajemente. Mirándola. Mirándola. Ojos.
Ella sigue con los ojos cerrados.
La siento frágil, muy frágil, como si pudiera romperse en cualquier instante.
Creo que podría partirla en dos si me lo propusiera.
Mis dedos sobre sus pezones.
Tiro de ellos. Grita. Pero, sigue con los ojos cerrados. Desafiándome.
¿En qué coño pensará?
La cisterna pierde agua. Poco a poco. Paulatinamente.
Me distrae. Me hace evocar los momentos en que escribo. Escribo sobre ella. Poemas rabiosos a borbotones. Poemas que huelen a coño y a sexo demencial. Poemas sobre la locura que nos envuelve cuando ella me deja solo. Con mi puta botella de whisky. Caro. Barato. Whisky. Atentando contra mi hígado. Contra mi cordura.
La cisterna pierda agua. La gota. La puta gota comulgando con el recuerdo del puto poema.

Ella vendrá.

Un cuerpo retorciéndose
sobre una desvencijada silla de madera,
-máquina de convulsiones
Con movimientos vagotónicos-,
Orines calientes de miedo
Chorreando por las piernas
Y acumulándose en los zapatos

(la puta ley de la gravedad)
Manos atadas a la espalda
Entrelazadas en la madera de la silla,
Miembro inerte y lacerado
Entre los muslos…
…ausente hasta su regreso,

(esa es la orden)
Ella volverá con su ración de caos,
Con su cacho de zona oscura
Que él necesita como el aire para vivir,
Para sentir emociones auténticas.

Pasan los minutos, las horas
Que se retuercen angustiadas
En las mazmorras húmedas de su cerebro.
Ella vendrá.
Aparecerá con su tanga de cuero,
Con su arnés de látex,
Con su careta de payaso malvado y violento,
Con sus botas de motorista,
Con sus tetas de silicona y sus pezones como cuchillas,
Con sus ojos verdes artificiales bajo lentillas caras.
Ella vendrá.

Aparecerá porque él ha sido el creador de su propia pesadilla,
Sueño retorcido enmascarado de creatividad enajenada,
Suicidio ritual de la razón,
De la frágil apariencia de normalidad propia de los seres humanos,
Ajenos al verdadero orígen de la especie,

(en el principio de los tiempos sólo éramos bestias)
Renegando contra natura del demonio de los instintos…
…y dejándonos domesticar por los poderes fácticos
Por un espacio donde vivir,
Por un supuesto amor por el que morir…

Ella vendrá
Después de meterse su ración diaria de cocaína,
De anular su conciencia con la perfección de las actrices consagradas
Que repiten la misma obra cientos, miles, millones de veces
Para los mismos espectadores onanistas que las ovacionan
Hasta dejarse laas palmas de las manos en carne viva,
Aplaudiendo sus propios fracasos emocionales
Y su turbio bagaje pasional.

Aparecerá con su pasado entregado a un malvado dios de la Duda
Que la incitó a vestirse con ropas de hombre,

(los calzoncillos de su hermano mayor)
Y a temer en silencio a un padre grande como la noche,
Amenaza velada para una niña con mente masculina,
Pecadora inmunda, niña desagradecida…

Ella vendrá
Y, temblorosa, entrará en escena,
Guiada por una turbulenta megafonía interna
Que la impulsa a realizar las acciones más deleznables…
…y yo soy el que mezcla ese malsano brebaje onírico
Y se lo da a beber en cuencos de tejido neuronal podrido
En pequeños sorbos, para que no se atragante
Con los líquidos densos que brotan de los miedos más profundos,
De las grietas abisales que rezuman bilis negra
En el hemisferio derecho de mi cerebro.

Ella vendrá,
Se pone en cuclillas, estirando nuevamente una pierna,
-como animal de presa acechando a su próxima víctima-,
Y se aparta las bragas para orinar sobre el suelo,
Chorro certero, caliente, inmundo,
Que anhelo penetre por todos y cada uno de los poros de mi cuerpo,
Enfermo de amor y adicto a los actos más abyectos,

Cárcel sucia de tormentos,
Costillas hechas con jirones de infiernos
Infestados de pústulas que supuran traumas infantiles.

Ella vendrá,
Llegará con su coño dentado como vertiginosa zozobra,
Mientras el alma es amordazada y violada sobre un somier barato.

Ella vendrá
Y el tiempo parecerá hacer un paréntesis,
Un estancamiento,
Un pequeño pacto con el diablo
por el puro placer de prolongar el sufrimiento.

Ella vendrá.
Y la tormenta se abrirá paso a través del agujero de mi culo;
Su enorme falo de látex comulgando con mi mierda
En un demencial acto carente de pasión…
…sólo es látex resbalando en las profundidades de mi carne.

¡Cuán siniestras pueden resultar las interconexiones neuronales!
¡Cuán necesario puede volverse el dolor!

Ella vendrá.
Su alma hipotecada por mi miseria,
Y arrinconada por la voz fría y monocorde de mi compañero de celda:
¡oye, sí, tú, ella vendrá, te lo digo en serio, tío, ella vendrá!.
Y aquí estoy yo, sólo y desnudo ante vosotros,
-ojos y mentes inquisitivas y racionales-,
Contándoos en voz baja para que nadie me escuche
Que ella, al final, vino una noche…
…que ella, la locura, penetró en mi celda
Y me comió la polla con el sigilo de los amantes furtivos,
Con la parsimonia de la buena muerte
Masticando un corazón viejo, herido…
…luego, poniéndose a cuatro patas me gritó:
¡si tienes cojones fóllame el alma…corazón…
FÓLLAME EL ALMA!

El poema se apaga como el eco distante de un disparo. La gota de agua sigue cayendo desde la cisterna. Ella sigue debajo. Mi distracción puede ser fatal. Errónea.
Ella lo nota. Abre los ojos. Mirada enfurecida.
Reanudo las embestidas en el interior de su cuerpo.
Sé que no voy a obtener placer alguno de todo esto.
Sólo tortura. Tortura y tormento.
Tormenta de tormento, como diría Corcobado.
Eyaculo. Pero, afuera. Como siempre.
Sobre su vientre.
Ella se ha corrido mucho antes. Sin concesiones. Y ha dejado de lubricar. Dejándome sólo con mi eyaculación. Con mi semen blasfemo. Traidor. Mustio.
Saco la polla. La miro.
Está herida. Piel amoratada. Piel desgarrada. En carne viva. Apenas un par de centímetros. Pero, duele. Sobre todo, en el alma.
Se gira. Se tumba boca abajo. Mostrándome su culo.
El culo que tanto anhelo.
El orificio que sé negado. Inaccesible.
Siempre lo ha dejado muy claro.
“Todo lo que quieras menos el culo”
El último refugio de su virginidad. De su cordura.
De mi interés por ella.
Quizá sabe que si lo obtuviera dejaríamos de vernos.
Para siempre jamás. Jamás. Jamás. Nunca. Fin.








-Da la impresión de que la querías mucho…-, me dice desde detrás de una cortina de humo.
Hablamos acerca de Meri. Es su tema preferido. Me obliga a perderme en el pasado. A sufrir. En parte, me gusta. Quizá porque me recuerda que estoy vivo. Y que esto es importante.
Contesto.
-…nunca he vuelto a querer de esa manera, hubiera dado mi vida si ella me lo hubiera pedido.
Me duele. Me duele mucho pensar en Meri. Pero, quiero creer que es un dolor limitado. Autoprovocado.
Ella espera. Tiene tiempo. Sigue bebiendo Jb.
Me incorporo ligeramente. Me apoyo sobre un brazo. La observo.
Me devuelve la mirada. Distante. Calculadora. Celosa.
-¿La darías por mí?.
No respondo. Me limito a bajar la cabeza. Miro hacia el suelo. Hay algo de polvo y suciedad. Polvo y pelos de perro. Cosas intrascendentes. Pero, que forman parte de la habitación roja.
Espero. Me acurruco en el interior de mi cerebro.
-¿Quieres saber lo que pienso?
La escucho sin atreverme a mirarla. Soy consciente de que su siguiente paso será un ataque directo. Duro y directo. No sé que encuentra de atractivo en ello. Pero, siempre lo hace. Inevitablemente. Será que, a pesar de todo, empiezo a conocerla. Más allá de su fingimiento. De su máscara.
De su segunda piel.
-Me da la impresión de que siempre te ha gustado jugar el papel de mártir. Te han marcado a fuego el signo de la culpabilidad en el alma y todos tus intentos por desprenderte de ella han sido fracasos estrepitosos. Te has arrastrado, te has dejado humillar, ¡te dejas humillar continuamente!, ¿y a cambio de qué?... sigues con tu drama interior a cuestas porque nada ha cambiado. Sólo la persona ante la que inclinas la cabeza.
Da un trago. Siempre está dando tragos. Mira la botella. Su largo cuello verdoso. Lo acaricia. Gime. Alcohol. A veces pienso que ese es su verdadero dios, pero sé que es más complicado que eso. Más rebuscado. Más decadente.
Espero. Pienso. Le sigo el juego. Como siempre.
Es lo que ella desea que haga.
Es lo que ambos queremos.
-Cada persona es un mundo, cada persona es de una manera… todos somos diferentes…
Entonces, y sólo entonces, se dispara. Se lanza.
Hacia mí. A por mí.
-Pero tú eres demasiado negativo, no tienes ninguna iniciativa. Vives por y para mí, a través de mí. Tu vida no es más que una sombra de la mía. Empiezo a creer que no eras más que un parásito…-, vuelve a beber, eructa con estilo y, acto seguido, enmudece.
Observo su cuerpo mientras habla, mientras bebe.
Cuando estoy en la habitación roja su cuerpo se transforma en mi dios. En mi único dios. El dios de la nueva carne. De la atormentadora insaciabilidad sexual. De la fantasía. Del dolor.
Miedo.
Siempre lo mismo.
Me evado. No sé muy bien a causa de qué. Pero, lo cierto es que mi cerebro ahora ya está muy lejos. Infinitamente lejos.
Soy consciente, a pesar de ello, de que, en parte, tiene razón. Toda la razón. Y que, también en parte, está totalmente equivocada. Equivocada.
Atrapado. Estoy atrapado en la más absoluta ambigüedad. Y en los delirios. En las pesadillas. En el desenfreno. A un milímetro escaso de la enajenación mental permanente.



Hace frío.
Todo es blanco o, al menos, alguien simula que lo es.
La ventana. La bañera. Objetos familiares. Extraños.
Amenazadores.
Ella está apoyada contra una pared blanca.
Bragas negras. Sujetador negro. Pechos opulentos. Labios exageradamente rojos. Pelo teñido con el mal gusto habitual. Curiosos arañazos surcando su vientre liso. Justo por encima de la pequeña hendidura del ombligo.
Tiene los brazos por detrás de la espalda. Sé de inmediato que intenta ocultar algo. Algo peligroso. Demencial. Humillante. De fondo, suenan ladridos de perros.
Un portazo.
Súbitamente, la habitación se tiñe de rojo.
Me digo a mí mismo que sólo se trata de una pesadilla.
Los calmantes circulan por mis venas demasiado lentamente. En alguna parte de mi cuerpo, un semáforo se obstina en permanecer rojo. El verde da paso a la locura del sueño.
La bañera es roja ahora.
Tiene cuatro patas que se asemejan a garras de águila. O de cuervo. O de murciélago. ¿Los murciélagos tienen garras o manos humanas? No lo sé. Mis pensamientos se disgregan en infinitas direcciones. Mi cordura se torna incoherente. El único epicentro discernible con absoluta claridad es la habitación roja.
Y dentro la bañera roja con garras rojas.
Y sobre la bañera, el hombre tendido a horcajadas sobre ella.
Después, inmediatamente después, veo las esposas. Plateadas. Vejatorias.
Una mano esposada a una garra.
La otra a la del lado contrario.
Un pié esposado a la tercera garra.
La cuarta y última retiene al pié que faltaba.
Hombre boca abajo.
Desnudo.
Vulnerable.
Su amante habitual.
Es curioso que aparezca en uno de mis sueños.
Curioso.
Entonces, ella se decide a emerger de entre las sombras.
Como una plaga apocalíptica.
Me mira. Sonríe maliciosamente. Sonrisa desde una boca sin dientes.
Lengua bífida. De serpiente. De reptil. De demonio.
Ya no hay motivos para que mantenga los brazos detrás de la espalda. Detrás de su cuerpo. Es en ese momento cuando veo el artilugio que lleva entre sus manos. Delicadamente. Un enorme falo plateado, pintado por ella misma.
Recuerdo que, en más de una ocasión, me había confesado que le habría gustado nacer con una buena polla entre las piernas. Pero, eso no tiene que estar directamente relacionado con el hecho de querer ser hombre.
Hombre.
Su amante habitual. Nalgas separadas. Orificio anal. Aceptará todo lo que ella decida hacerle. Por humillante que sea. Yo también lo aceptaría. Estoy seguro. Completamente.
Se acerca hasta él.
El rojo envolviéndolo todo.
Quizá la futura hemorragia pase inadvertida.
Sudor.
Su amante habitual suda copiosamente.
Lubrica su cuerpo.
Lo prepara para la penetración a través del complejo mecanismo de la ansiedad.
Sus ojos fijos en el desagüe de la bañera.
Ella lo acaricia. Un escalofrío recorre su columna vertebral vértebra a vértebra.
Un dedo recorre su espalda. Espalda habitual. Rutinaria.
Un dedo se hunde en el agujero de su culo. Desconocido. Violento.
El amante habitual gime. Se retuerce levemente. Sus muñecas empiezan a amoratarse. Se estremece al notar contra su piel el glande de plástico duro. Se muerde el labio inferior. Con fuerza. Con rabia contenida. Hilillo de sangre parte desde su boca. Parece negra. Caída libre hasta el desagüe de la bañera.
Ella sigue sonriendo.
Observándome. Mis reacciones.
Entonces, empuja con todas sus fuerzas.
El hombre atado a la bañera grita. Es un grito mudo.
Quince centímetros de plástico perforando su recto.
No hay sentimientos en esta acción, sólo egoísmo. Puro y duro.
Erección. Tiene una erección. Eso indica, a pesar de todo, aceptación.
Ella lo advierte. Desliza una mano hacia el miembro de carne y sangre. El miembro real. La polla. La toca. La aprieta. La suelta. La araña. La masturba. La posee. La domina. La esclaviza.
Me llama.
Lo esperaba. Esperaba su llamada.
Acato la orden.
Su mirada guía la mía hacia el culo de su amante habitual. Mi enemigo. Mi competidor. Mi hermano de esclavitud. Ella me cede parte de su poder.
Mi polla está dura como una piedra.
La meto en el recto del hombre.
Es una sensación extraña. Nueva. Desconocida. Excitante. Delirante.
Ella se mete apresuradamente en la bañera. Se tumba en el fondo. Debajo de él. Delante de él. Invertida respecto a su cuerpo.
Sé lo que se dispone a hacer.
Los dos lo sabemos.
Su boca atrapa el glande de su amante habitual y, como por arte de magia, desaparece, al igual que el resto de su polla. Engullida, absorbida, envidiada. Deseada. Dura. Dura.
Arremeto con más fuerza contra sus nalgas.
Mis embistes llegan hasta su garganta. Muevo dos pollas al mismo tiempo. Veo como se llena su boca. Como se hunden sus mejillas en el acto frenético de la succión. Y advierto el acertamiento pasivo de su amante habitual. De mi enemigo. Se sirve de mí para acceder a ella. Lo que haga falta con tal de no perderla. Para siempre. Ya que perderla implicaría desaparecer en la existencia real. Cotidiana, asfixiante, castrante.
Sudor.
Semen.
Sexo.
Sodomía.
Soledad.
Frío.
Eyaculo.
Recibe.
Traga.
Eyacula.
Absorbe.
Se nutre. Se alimenta. Se sacia.
Somos tres en una bañera roja repleta de semen absurdo. Y el semen se coagula. Y se adhiere al metal del desagüe. Y ella se gira y lo lame. No quiere desperdiciar ni una sola gota. Lo quiere todo en su interior.
Quiere crear una nueva alma a base de semen.
Semen.
Semen.
Semen.
Semen.
Semen.
Semen.
Siempre a través de su boca. De su garganta. Su vagina como mito. Como preservativo. Como negación. Como no mujer. No mujer. Mujer herida. Muerta. Vacía por dentro. Inerte. Seca. Rasgada. Aséptica. Traumatizada. Violada. Hundida. Esclavizada. Sola. Perturbada. Fiera. Asustada. Niña.




-… recuerdo que de niña sentía una insaciable curiosidad por la oscuridad. No me atraía lo que pudiera ocultarse en ella, fuera real o imaginario, lo que realmente me fascinaba era la oscuridad en sí. La negación de la luz.
Solía escaparme de casa por las noches, sin que mis padres me vieran, y me adentraba en la oscuridad de un bosque cercano que conocía como la palma de mi mano… me excitaba, sí, me excitaba mucho dejarme embriagar por aquellas sensaciones en estado puro, un clímax de placer y terror infantil, algo indefinible.
Una de esas noches de escapadas solitarias descubrí el túnel. Recuerdo que había luna llena. De no ser así supongo que jamás lo habría encontrado. Mi mente de niña quedó fascinada y comencé a fantasear, a imaginar que aquella era una puerta reservada exclusivamente para mí, una puerta que, con toda seguridad, me conduciría al corazón mismo de la oscuridad. Finalmente, me decidí a entrar. Me palpé el bolsillo del pantalón y noté el bulto familiar y protector de la linterna que siempre llevaba conmigo en aquellas excursiones. La llevaba por si descubría algo especialmente interesante y puede que para mitigar cualquier arrebato de miedo, por tenue que éste fuese.
Tomé aire y me zambullí en la negrura. De inmediato, me invadió una especie de euforia. Era feliz. Esa era la sensación que me embargaba. Llegó un momento en que perdí por completo la noción del tiempo y todo parecía formar parte de un sueño monocolor…
Corta su relato bruscamente para pedirme que le acerque el tabaco. Lo hago, consciente de que en mi rostro se puede apreciar cierto esbozo de frustración. Ella sonríe levemente. Sin mirarme. Después, tras encender un cigarrillo, prosigue su historia.
-…recuerdo que llevaba mucho tiempo dentro del túnel y aún no había encontrado nada que, a mi entender, pudiera tener algo que ver con el corazón de la oscuridad. Fue entonces cuando sucedió. Tropecé con algo voluminoso y duro y fui a parar de bruces contra el suelo. Noté la humedad en mi cara y un olor a podrido y acosas muertas me inundó la nariz… algo me cogió del pié… me dí entonces cuenta de que el miedo había llegado sin avisar y se había instalado en mi garganta, ya que grité con todas mis fuerzas, pero lo único que pude escuchar fueron unos gorgoteos agonizantes que provenían de algún lugar indeterminado de la negrura que se extendía delante de mis desorbitados ojos… mi grito había muerto en mi garganta al igual que mi cordura, que acaba de escapar a toda velocidad de mi mente…
Me quedé quieta, paralizada por un terror que cada vez se iba haciendo más y más tangible. Noté que una mano o lo que parecía una mano me recorría las piernas mientras la otra seguía tirando de mí arrastrándome por el suelo… fue en ese momento cuando recordé la linterna y decidí hacer uso de ella. La cogí y la encendí. Entonces pude ver a la bestia, la bestia que formaría parte de mí y de mis pesadillas durante los años venideros…
Ahora sé que sólo se trataba de un viejo mendigo borracho que se había metido en aquel túnel para dormir, pero para una niña de once años era la forma de terror más abominable que podía imaginar… recuerdo que el viejo estaba desnudo a excepción de unos harapos llenos de mugre que le cubrían parcialmente las piernas, surcadas de heridas y ronchas… su pene estaba a la vista, encogido y viejo y sucio… unos gusanos ciegos lo recorrían de arriba abajo, como en una procesión de mal gusto… consiguió agarrarme de la cabeza y tiró de mí de tal manera que caí entre sus piernas… el hedor me dio un puñetazo en el cerebro y tuve que reprimir un primer acceso de vómito… apreté los labios para evitar que nada entrara en mi boca… pude notar los gusanos arrastrándose sobre mis labios y también como la polla de aquel viejo hijo de puta se iba poniendo tiesa contra mis mejillas… aquello fue insoportable, pero lo peor vino después, cuando me dijo que se la chupara… menudo cabrón de mierda, cómo debía estar disfrutando de mi miedo. Abrí la boca y me la metí, pero en vez de chupar preferí morder, morder con rabia animal… entonces, el tipo me soltó dando alaridos y aproveché para salir corriendo, con la linterna en la mano y el miedo agarrado a mi espalda…
…bueno, lo que viene después carece de toda importancia… en mi vida adulta tardé bastante en comprobar que tener una polla en la boca no es nada repugnante. Eso es todo.
Y se decide a concluir.
-Para ser una historia infantil, no tiene desperdicio, ¿no crees?.
Y yo, pienso en el fondo, que todo lo que me acaba de contar no es más que una mentira mediocre. Como mi propia vida junto a ella.
Ella.

Tengo visita.
Mi amante habitual con ojos de resaca de llanto.
Me trae un libro y un puñado de reproches.
Acepto el papel que me otorga en nuestra función. Nuestra farsa particular.
Se contiene.
Veo las uñas de sus manos descuidadas. Mordidas.
Es una visita breve.
Renuncia. Es más de lo que puede soportar. Escapa.
Sé que nunca más la volveré a ver.
Desaparece por la puerta de la habitación del hospital.
La enfermera entra con las bandejas de la comida.
He perdido el apetito.
He perdido todo.
Perdido.



Estamos los tres en la habitación roja.
Ella. Su amante habitual. Yo. Y mi cámara fotográfica.
Verbalizamos historias intrascendentes.
Sopor. Atmósfera. La habitación roja como hipnosis.
La cámara está entre mis manos.
Ella. Su boca recorriendo el cuerpo sumiso de su amante habitual. Encuentra lo que andaba buscando. El miembro sin circuncidar. Lo engulle.
Click. Flash. Click. Flash. Fotografío.
Nuestros juegos son cada vez más peligrosos.
Somos conscientes de ello.
Pero no deja de ser un juego.
Y nos encanta jugar.




Recuerdo la primera noche.
Su aliento sobre mi cara. Alcohol rancio.
Cuatro horas previas hablando sobre nuestras tediosas vidas. Entre sorbo y sorbo de whisky comprado en una gasolinera.
Su culo bajo mis manos. Entre mis dedos.
Ella sobre mí.
Grandes pechos contra mi pecho.
Puedo notar sus pezones ardiendo. Hirviendo.
Su ninfómano clítoris restregándose contra mi erección.
Sus gritos reventando las paredes que nos rodean. Los muros de contención de nuestra cordura. Imagino las grietas.
Su grieta me atrapa. Me obliga a entrar. Más hondo. Más hondo.
Hondo.
Negro.
Finalmente, mi erección entre sus tetas. Mi semen escupido contra su cuello. Su cuello blanco. Blanco. Pegajoso. Su lengua en mi glande. Apurando las últimas gotas. Gotas blancas. Me he corrido. Mi espalda contra el frío suelo. Me he dejado caer. Extenuado. Su entrega me agota. Me consume. Está tumbada boca abajo. Se ha dado la vuelta. Piernas abiertas. Brazos extendidos por encima de la cabeza. Palmas de las manos contra el suelo. Cabeza ladeada. Mirándome. Y el semen resbalando. Fundido en negro.
La banda sonora: el intermitente sonido de los coches.
Lejos. Muy lejos. Infinitamente lejos.





Estoy de pie. En el lavabo del hospital. Mirando por la ventana. Observando el efecto del viento en las ramas de los árboles. En las hojas. Meciendo. Vaivén. Caricia.
Recuerdo.
Recuerdo a mi madre en la cama del hospital.
Hace años de eso.
Su mirada.
Su sonrisa cada vez que iba a visitarla.
El cáncer extendiéndose por su frágil cuerpo.
Su muerte.
Sus manos entre mis manos.
Una última lágrima escapando de sus ojos.
Dolor en mi corazón y, sobre todo, en mi cerebro.
Odié a Dios por eso.
Odié.
Las hojas siguen estremeciéndose.
El verde inundándolo todo.



Es de noche.
Estoy solo.
Tiempo presente.
Lloro por mi madre. Por mi amante habitual. Por mí.
Pérdida.
Lloro.
Me entristezco.
Me muero un poco más por dentro.
Me muero.
Las rayas de la mano hablan por sí mismas.
Inevitabilidad.
Destrucción interior.
¡Quiero morirme!





Ella me acusa de ser un parásito.
Reacciono. Pero no demasiado. Estoy cansado de todo esto.
-…sabes perfectamente que eso no es cierto… hay algo de verdad en todo lo que has dicho, no voy a negarlo… pero yo, desde luego, no soy un parásito, nunca lo he sido-, enmudezco esperando su nuevo ataque, que no tarda mucho en llegar. Era previsible.
-¿Qué hiciste cuándo Meri se mató?. Intentaste seguirla a donde quiera que fuese, pero ni siquiera lo lograste, no conseguiste acabar con tu vida. Hubieras necesitado de alguien que te guiara, que te dijera cómo hacerlo…-. Hace una breve pausa para beber.-…¿Qué harías si yo me suicidara?¿Si yo te dejara?,¿matarte?. Toda tu vida has sido un perdedor, eso está claro… no puedes negarlo.
-De acuerdo, no voy a negarlo… pero tú no eres mi dios.
Miento. Ella lo sabe.
-¿Y qué soy entonces?,¿Satanás?, ¿tu purgatorio particular?...
-…eres una persona que conocí un día en un bar, una persona de la que creí haberme enamorado, una persona con sentimientos, una persona como las demás, llena de defectos y de virtudes, de inseguridades, de miedos… como yo… una alma triste en busca de calor… de ternura… ¿tanto cuesta compartir un poco de ternura?.
Ella hace una mueca de asco que no se preocupa de disimular. Más aún, lo exagera.
La entiendo.
Prosigo.
-…sabes que siempre te he querido, y sabes perfectamente que haría cualquier cosa por ti… por eso no puedo entender por qué te empeñas en atormentarme, en hacerme daño.
Se levanta súbitamente. La botella en la mano. Odio contenido en la mirada. Grita. A veces, pierde el control.
-¿No lo entiendes… de verdad que no lo entiendes?... Te atormento porque eso es lo que quieres, porque eso es lo que das a entender con todos y cada uno de tus gestos.
Da vueltas por la habitación roja.
Como una fiera enjaulada.
-Supongo que esa es tu manera de ver las cosas…
-¿Mi manera de ver las cosas?, ¿es que hay otra manera?, ¿o es que tú las ves de otra manera?... ¿qué pretendes decirme?.
-Quizás no te guste lo que pueda decir…
-No creo que nada de lo que puedas decir me sorprenda.
-A veces me gustaría poder odiarte…
-Todo el mundo puede odiar si se lo propone, te aseguro que no es nada difícil.
-Quizá para ti sea sencillo… yo nunca he odiado a nadie, salvo a mí mismo.
-Eso no me sorprende lo más mínimo, más aún, es típico de ti… casi puedo creer que sea cierto eso de que nunca has odiado a nadie, pero hay una cosa de la que sí estoy absolutamente segura… y es de que tú nunca has amado a nadie… ¿te has enamorado alguna vez?... no, yo creo que no, no tienes esa capacidad… la capacidad de amar… de transmitir cosas… ¿sabes?, pienso que eres una nulidad… algo así como un espejo… por una cara totalmente opaco y por la otra sólo reflejas aquello que se pone delante de ti… ahora soy yo la que está delante de ti… no hay nadie más en tu mundo, y si yo me voy tu mundo se derrumba, deja de existir… así como un espejo no tiene sentido de ser si no hay nadie delante de él mirándose a sí mismo… y lo curioso es que no te das cuenta de que el espejo está ahí… no piensas en él como tal, te miras a ti, no al espejo…el espejo no es más que un instrumento… quizás ese sea tu problema… y es un problema sin solución… tu vida está en un pozo sin fondo… está seco por dentro… a veces, dudo de que tengas alma, aunque quizá sí la tuviste alguna vez… pero es como si te hubieras desprendido de ella, ya sabes, como las serpientes hacen con su piel… es como si te hubieras arrastrado por el infierno y te hubieras desprendido de tu alma porque de nada te servía… tu dependencia te vuelve absorbente… quizá fue eso lo que llevó a Meri a suicidarse, quizá no era lo suficientemente fuerte… le pedías demasiado… ¿sabes?, llega un momento en que tu sumisión se vuelve odiosa… siempre has estado dominado voluntariamente… infinitamente sumiso… nunca levantas la voz, siempre dices que sí… al principio engañas, das otra impresión… puedes parecer el amante perfecto, pero es todo lo contrario… puede que Meri se diera cuenta demasiado tarde, puede que tú te equivocaras pensando que ella era lo suficientemente fuerte como para dirigir vuestra relación… vuestra vida. Pero no fue así, ¿verdad?. Creo que ella no lo pudo soportar más, sencillamente, estalló por dentro… por eso se suicidó… por eso acabó con todo… por eso tú sin mí no tienes sentido… me gustaría saber a cuántas mujeres has destrozado la vida…
Concluye.
Se deja caer sobre la cama. A mi lado. Lejos de mí.
-Es triste… pero me da la impresión de que el amor por ti misma no conoce límites.
-¿Sabes?, eso no es lo más triste… lo verdaderamente triste es que después de dos años te des cuenta ahora de qué va esta historia…
Me mira.
Me ofrece whisky. Como siempre.
Lo acepto.
Se aproxima. Se tiende encima de mí.
Labios contra labios. Me muerde. Chupa la sangre.
Follamos como si nos fuera la vida en ello.
La habitación roja nos observa.
Lascivamente.
Roja.





(Fin de la penúltima parte)





Es domingo por la noche. No demasiado tarde. Hago que miro la televisión. Dejo pasar las horas en blanco. Suena el teléfono. Por un momento, dudo en contestar. Pero, finalmente lo hago, cojo el odioso auricular.

Voz familiar al otro lado de la línea.

Una pretendida amiga de toda la vida.

Hablamos sobre trivialidades. Como siempre. Nada personal. La llamada es para invitarme a una cena. Segundo aniversario de no sé qué. Me invita porque trabajé cuatro meses para ellos. Porque soy el que anima sus celebraciones aburridas dedicadas a gente aburrida. Acepto. No tengo otra alternativa. En el fondo, me gusta ser el centro de atención.

Me visto. Incluso me pongo una corbata. Apuro mi copa.

Salgo a la calle. Llueve. No importa.

Bebo varias Woll-Damms en los bares acostumbrados.

Me intento saciar mirando culos. Mirando a través de las botellas. Carmín. Bolso. Pelo largo. Escote pronunciado. Deseo. Inevitable.

Llego al restaurante. Demasiado pronto. Pregunto. "Sí, hay un grupo de ocho para las nueve y media". Espero. Me dirijo a la barra y pido un JB con hielo. También pido papel. Improviso un poema basado en los clavos de Cristo. Observo al hombre que me ha atendido. Sé que es homosexual. Gay. Maricón. Es el maître. Se lo hace con el escuálido personajillo que se parapeta tras la barra. Camiseta. Gafas de montura negra. Pantalón tejano desteñido. Es el que recibe. No tengo la menor duda.

Acabo el poema. No me gusta. Aniquilo el papel con una sola mano. Lo dejo sobre un cenicero. Muerto. Nadie lo leerá jamás, a menos que el propio cenicero sepa leer.

Oigo de fondo la puerta de la calle al abrirse.

Antes de mirar sé que se trata de ellos.

Acierto.

Saludos. Besos. Ojos que se desvían hacia mi vaso. Contabilizando. Un gasto más para la puta cuenta. Me río para mis adentros. Aurora mirándome desde sus ojos claros como el mar. Tengo un presentimiento. Sé que esa misma noche me lo haré con ella.

Nos sentamos. Risas. Fotos. Pedimos bebida y comida.

No recuerdo lo que pido para comer. No recuerdo si lo como.

Aparece el cava. De marca. De calidad.

De fondo suena Prince. "Under the cherry moon".

Brindamos. Hacemos ver que nos importamos.

El arte de mentir como clave de las relaciones sociales.

Dos hombres, un tercero dudoso. Cuatro mujeres. Una de ellas casada y con dos hijos. Quizá, demasiado realista, demasiado madura. Adulta. Odiosamente adulta. A pesar de ello, es la que mejor me cae. La que más deseo.

La cosa prosigue su curso. Más cava. Engullo. Bebo.

Miro a Aurora. Me mira.

Decido que es la hora del lucimiento.

Improviso cuatro poemas. Para cada una de ellas. Sorprendo. Sonrisas. Soy rápido escribiendo. Agradecimiento. Lo acepto.

Poso para más fotografías. Hago muecas. Lo que ellas quieren.

Cambio de lugar. Pierdo la noción del tiempo. Última copa en un pub de moda. Élite.

Voy al lavabo. Meo fuera de la taza. Me dan asco estos sitios.

Bajo. Pregunto si hay teléfono. Llamo.

La llamo. A la habitación roja. A ella.

La cito para dentro de dos horas. Le propongo un trío. Acepta. Ya se lo ha hecho con más mujeres.

Vuelvo a la mesa.

Suena un blues. Cojo a Aurora de la mano. Bailamos. Deslizo las manos por su espalda. Por sus brazos. Por sus nalgas. Mi pretendida amiga de toda la vida nos observa desde su silla. Los demás también. Miro a mi pareja al centro de los ojos. Me sonríe. Le lanzo rayos invisibles de seducción. Noto cómo sus pezones se van poniendo duros. Y el olor característico de la excitación.

Fin de la canción.

Fin de la farsa.

Nos vamos. Los demás se quedan. Alucinando.

Les sigue sorprendiendo lo que está fuera de la norma. O lo que no sigue los conductos reglamentarios. En definitiva, lo que se escapa a su control.

Lo siguiente, la amnesia lagunar causada por el alcohol.

Después, Aurora desnuda bajo mi cuerpo desnudo.

Creo que me ha suplicado. Que me ha implorado. Llorando.

Y yo no le he hecho ni puto caso.

Ahora está gimiendo. Entregada al placer.

Me siento generoso esta noche. Infinitamente generoso.

Se corre. Su cuerpo se estremece.

Yo ni siquiera he eyaculado. No tengo prisa.

Salgo de su interior. Me levanto. Busco con la mirada la botella de whisky. La encuentro. La poseo. Me sacio.

Aurora se acurruca sobre la moqueta. Piernas juntas. Manos entre las piernas. Sigue estremeciéndose. Pronunciando mi nombre. Jadeando mi nombre. Pidiendo más.

Suena el timbre de la puerta. Es la hora.

Ella entra.

Observa la escena. Me quita la botella de las manos.

Se desnuda.

Nos sumergimos en la locura. Todo está permitido.

Lo último que recuerdo, el cuello de la botella de JB introducido en el recto de Aurora. Su boca en mi polla. Succionando. Ella, gritando. Segregando. Fin de la lucidez de la memoria. Sueño. Inconsciencia. Pesadilla.





Pesadilla.

Hay cuchillas de afeitar en su boca. Cuchillas en lugar de dientes. Y su boca está sobre el pene endurecido de su amante habitual. Sé lo que va a hacer.

Me mira.

Asiento con la cabeza.

Cierra la boca.

Grito.

Despierto. Envuelto en una fina película de sudor frío. Miedo. Silencio. Oscuridad.





El blanco hiriente de mi habitación de hospital.

Cierro los ojos una vez más. Me entrego a los recuerdos.

Dejo que hagan lo que quieran conmigo.

Me veo a mí mismo hablando.

Mintiendo.

-…es curioso… has dicho que soy un parásito… dices que vivo por y para ti, pero sabes lo que pienso… pienso que tú sin mí tampoco eres nadie, Dios no es nadie si no tiene quien le adore, un rey no es nadie si carece de súbditos… ¿te has dado cuenta de eso?.

- No es tan simple, además, ese es un pensamiento demasiado elaborado para ti.

-Sí, ya sé que siempre has puesto en duda mi inteligencia, pero te has equivocado, como con tantas otras cosas. ¿Sabes lo que me pasaba en realidad?. Sencillamente, era demasiado introvertido. Es algo tan simple como eso. Es lo que le pasa a mucha gente, ¿no lo sabías?... La gente se encierra en sí misma y elabora un mundo interior, demasiado complejo… y eso supone que visto desde el exterior uno parezca casi un autista, pero no por ello es menos inteligente, quizá ese ha sido también uno de tus errores….

-Tú sigues dependiendo de mí, eso no ha cambiado. ¿Cómo explicas esto?.

-¡Te necesito!.

-¿Me necesitas?, ¿eso lo explica todo?, ¿ahí se resume todo, en esas dos palabras?, ¿te ne-ce-si-to?. No me convence, ya no me convences… ya no me puedes convencer. Por eso, creo que te voy a dejar, no me das otra opción, no tiene sentido seguir así, no tiene ningún sentido, ¿sabes?. Creo que me das asco, ya no soporto ni mirarte a la cara, ni tus caricias… ¡son tan frías, tan vacías!. Sólo sirves para recibir, nunca podrás dar nada a cambio, eres… eres como un vampiro, sí, eso es lo que eres… un vampiro, pero un vampiro sin iniciativa, un vampiro al que hay que dirigir a la yugular para que se alimente, para que succione la sangre porque si no moriría… por eso voy a dejarte, no quiero guiarte más veces hasta mi propia yugular, creo que ya te he dado demasiada sangre… ¿qué me has dado tú a cambio?, ¿tu amor?... tú puedes llamar amor a lo que te dé la gana, pero tú no sabes lo que significa amar…

-Me duele que seas tan dura conmigo…

-Yo creo que no soy lo suficientemente dura, cariño. Sabes que aún puedo ser más cruel.

- Sí, lo sé, me das miedo, me das mucho miedo.

-Pero eso no es suficiente para que siga atada a ti, no me sirve, ya no, necesito más. Necesito emociones fuertes, sensaciones nuevas, sentirme deseada. Tú ya no me deseas…

-¡Eso es mentira!.

-No estoy tan segura de ello.

-¿Cómo puedo demostrártelo?

-¿No crees que ya es demasiado tarde para eso?.

-He leído en alguna parte que nunca es demasiado tarde para nada…

-En nuestro caso, cariño, creo que sí… que ha llegado el fin.

Pausa.

Se enciende un cigarrillo.

El humo se enreda en su pelo.

Sé que habla en serio.

Y me duele.

Es el principio del fin.

La observo. Miro la punta del cigarrillo. Cómo se consume. Entre sus dedos, el encendedor gira interminablemente. Está muy seria. Seria. Vacía.

-En el fondo, creo que ambos sabíamos que esto iba a pasar. Tengo que desprenderme de ti como uno se desprende de algo molesto.

-¿No lo dirás en serio?, no creo que pudiera soportarlo.

-Sí, de eso estoy segura.

-Entonces, ¿por qué lo haces?.

-Porque es lo que debo hacer.

Suspira.

Da una calada al cigarrillo. Volutas de humo vuelan hacia el techo, creando una fugaz brumosidad. Descifro las formas que se crean siguiendo los caprichosos designios del azar.

Acerco una mano temblorosa hacia su mejilla.

Me da miedo rozarla. Pero, finalmente, lo hago.

Ella, por toda respuesta, gira la cara hacia el lado contrario. Retirándose. Rechazándome. Y no insisto. Sé que tiene razón. Que todo es inútil. Que todo está perdido. Que es el fin.

Ella, algo más tarde, se limita a confirmarlo con palabras.

-Sabes que es inútil. No sirve, ya nada sirve. Voy a dejarte, pero eso es lo único que tiene sentido ahora, ¡dejarte!, pero quizá no todo esté perdido para ti como cuando Meri se mató… ella lo hizo, tú lo intentaste, pero no supiste hacerlo, y ya te he dicho antes por qué, porque siempre has necesitado alguien que te guíe, alguien que te diga lo que debes hacer…¡hasta ese punto eres dependiente!, ¡Dios, qué asco que me das!... pero, ¿sabes?, en el fondo me siento muy generosa… te voy a dejar, sí, pero vas a tener una oportunidad de ser alguien por una vez en la vida, de dar algo por alguien, de demostrar que me quieres más que a tu propia vida.

Te estoy ofreciendo tu muerte, tu suicidio, antes de que te deje para siempre… abandonado a tu suerte. Puedes hacerlo, después será demasiado tarde y tu muerte será algo absurdo. De todas formas, cuando yo me vaya tú dejarás de existir de una manera u otra, porque no creo que puedas superar el vacío… volver a empezar de cero… no creo que encuentres a nadie que te aguante como yo lo he hecho…¡lo sabes!... todo lo que hagas a partir de ese momento será completamente inútil… sí que lo sabes y sabes que estoy hablando muy en serio… ¡tú decides!...

-No te creo, no creo que seas capaz de abandonarme de esta manera.

No intentes forzar la situación, no intentes reparar lo irreparable, no precipites las cosas, esa es mi oferta… sabes que no me voy a echar atrás… me conoces demasiado bien… demasiado bien.

Me levanto.

Estoy aturdido.

Huyo. Doy vueltas por la habitación roja. Claustrofobia. Miedo.

Dolor.

-Me iré mañana al amanecer, ese es el tiempo que te concedo, sólo tienes una noche para decidirte… mañana será tarde… eso es lo único que te queda por hacer… aún puedes demostrarme algo, porque sabes que la única manera que tienes para demostrarme que me quieres de verdad es dando tu vida por mí.

Enmudece.

Jamás la volveré a oír hablar.

Nos permitimos el lujo de dejar que el silencio cohabite con la habitación roja.

Me levanto. Voy hacia un rincón. Me siento. Me postro. Me vuelvo infinitamente diminuto. Ansia de desaparecer. De no existir.

Ella se enrosca sobre sí misma. Postura fetal. Evidentemente.

Después, el recuerdo se torna impreciso.

Sabor salado inundándome la boca. Agua en los pulmones. Mojada sequedad en la nariz. La muerte tan lejos. La muerte tan cerca.





Rojo.

No. Es blanco. Habitación de hospital.

Batas blancas volando a mi alrededor. Por todas partes. Sonrisas. Una voz amable de hombre. Mi médico. Me confirma mis más terribles temores. Es decir, me da el alta. Y me aconseja que aproveche mi tiempo y que no cometa más tonterías. Asiento con la cabeza. No le estoy haciendo el menor caso. Después de eso, se va. Desaparece como si nunca hubiera existido. Entonces, me quedo solo. Solo, a excepción del miedo que comienza a brotar desde lo más hondo de mis entrañas. Y todo a causa de ella. De ella y la habitación roja.

De repente, dejo de escuchar los sonidos.

Escucho nada.

Voy hacia la ventana y miro hacia abajo. Hacia la calle.

Disfruto con la atracción que me produce el abismo que se muestra poderosamente seductor ante mí.

Vértigo.

Abro la ventana. Con tranquilidad. Sin prisas. Sin nervios. Siento que tengo todo bajo control. Absolutamente todo.

Miro hacia abajo.

Cuando consigo reaccionar, me descubro cayendo.

Cayendo.

En el vacío.

Hacia la calle. La huída de la habitación roja. La huída definitiva.

Finalmente, me estrello contra una superficie no demasiado dura, aunque lo suficiente como para que mi cabeza estalle por dentro.

Rojo. Rojo muerte. Ese es el color del techo del coche sobre el que me estoy desangrando. Hasta la consumición del último hálito de vida. Del último suspiro.

Frenazo.

Salgo despedido en un dramático vuelo final.

Mi alma, si es que alguna vez la tuve, escapa de mi cuerpo, de tal manera que puedo verme tirado allá abajo, sobre un asfalto increíblemente gris oscuro. Gris caótico.

Entonces, dejo de ver. De percibir con claridad.

De lo único que soy consciente es de la oscuridad que comienza a engullirme con voracidad animal.

Negrura.

Es como si me precipitara en el interior del agujero de su culo. El culo de ella.

Es mi último pensamiento.

Luego, muero.

Muero. Concluyo. Y esta vez es algo irreversible.




Fin

Octubre de 1992/Abril 2014



José Manuel Vara vs Manel Cronenberg

Bio-bibliagrafía

"No es un recién llegado, pero sí un perfecto desconocido. Siempre limitando sus movimientos al underground recalcitrante, más por convicción que por vocación, José Manuel Vara (Barcelona, 1965) lleva ya tres años con su cutre-fanzine Atrocity Exhibition, y seis realizando cortometrajes poco recomendables para corazones sensibles -Géminis (94), Feliz quien toma a sus hijitos para romperles el cráneo con piedras (96) y El sueño del hombre monocromo (97)- mediometrajes -La política de los insectos (97)- e incluso largos -Pequeña radiografía de un tormento (98)-. Ocasionalmente edita un fanzine literario Los libros de la atrocidad, y colabora ahí donde le llaman o le dejan. En los últimos tiempos ha puesto en circulación Pequeña radiografía de un tormento (98), un manojo de poemas reunidos en el primer volumen publicado en la colección poesía de Neurotica Books, editorial artesanal que anuncia el próximo lanzamiento de la primera novela del mismo Vara, La habitación roja, y el texto original de Jezabel 6 -¿Lydia Lunch meets Poppy Z. Brite en Barcelona?- que inspiró el argumento de El sueño del hombre monocromo.
Devoto de Bukowski y William S. Burroughs, Vara, sin deslumbrar ni destacar especialmente en lo formal, demuestra poseer una inquietud que en ocasiones le ayuda a trascender lo meramente tributario para facturar poemas de irrebatible fuerza -Dios y Bukowski en el hipódromo, por ejemplo- que dicen bastante y bastante bueno de un personaje que aún necesita soltar el lastre del manierismo pero que parece que va por buen camino"
Oriol Rossell
(Nueva literatura killer. Revista Factory, nª 22. Abril-junio 99)
(Formación académica: Psicología Clínica.)

Ha participado en festivales de cortometrajes como FILMETS, LES COTXERES DE SANTS, FESTIVAL DEL CINEMA DE CATALUNYA (SITGES), donde en el año 2003 se le dedicó un especial en Brigadoon por su amplia trayectoria como cineasta underground. (Sus cortos se han exhibido en varias ocasiones en Badalona Televisió). olaborador de programas de radio con secciones dedicadas a lo alternativo (Radio Pomar, programa Black mass) y organizador activo de la I y II Mostra de Cinema Independent de Badalona.
Actualmente, tiene dos space-fanzines: “Neurótika subfilms” y “Atrocity Exhibition Ciberfanzine”, sigue realizando cortometrajes y colabora como publicista freelance en una agencia de Barcelona. También está escribiendo su cuarta novela inspirada en hechos reales sobre la realidad internauta.


Poética

No recuerdo exactamente cuando empecé a escribir, pero mi memoria ya está impregnada de garabatos en servilletas de bar a la edad de 15 años. No recuerdo cuál fué el detonante, si es que lo hubo, de dedicarme en cuerpo y alma a llenar libretas de poemas... lo cierto es que sigo haciéndolo con la desesperación del alcohólico tirado en el suelo buscando apurar el contenido seco de un último vaso de ginebra...
sigo sin saber por qué... pero sé que ya es algo adictivo,
una especie de segunda piel con la que cubrir mis huesos.
La poesía es mi terapia, mi droga, un poner orden en mi caos interno.
A veces lloro y muy pocas río...mi poesía parte de una desesperanza vital...una especie de aureola de fracaso personal que siempre parece querer acuchillarme desde las sombras más turbulentas de mi cerebro.
Escribo poesía porque soy adicto,
escribo poesía porque es parte de mi vida
y escribo poesía para aprender a mirar a la muerte a los ojos y decirle que no le tengo miedo.

(Fuente: Las Afinidades Electivas)