Wednesday, January 27, 2010

La habitación roja 2. (Cuentos bastardos)


La habitación roja (2ª parte)


La cama vibra.
El tópico del crujir de los muelles elevado a su máxima potencia. Recuerdos intermitentes del anciano de la recepción. Su mujer, detrás, expectante. Ojos tras siniestros cristales de miope descifrando las imágenes de un televisor portátil en blanco y negro.
Mano temblorosa de anciano cogiendo los tres billetes de mil que le tiendo cortésmente. Me da una tarjeta a cambio. Una tarjeta y un número. Pasaporte temporal al sexo por el sexo.
Follar.
A eso hemos venido.
El amor se quedó anclado en la imaginación inocente de nuestros respectivos amantes ocasionales que nos juraron amor eterno. Y esta vez, como tantas otras veces, tampoco emerge el sentimiento de culpa.
A veces, nuestros delirios verbales nos llevan a plantearnos la idea de que no somos humanos. Me preocupa mucho la certeza de esta hipótesis absurdoetílica.
Buscamos nuestra propia pureza en un estado etílico continuado.
En su bolso, negro como el agujero de su culo, hay una botella de JB. Suero. Sangre. Plasma. Soma. Maná. Dejamos al viejo a años luz de nuestras vidas. Entramos en la habitación desconocida.
Cama, armario, mesitas. Un lavabo enorme.
Embriagador.
Taza irresistible. No tardo en vomitar. Una San Miguel entre doce Woll-damms.
Ella me observa con cierto aire de sorpresa.
Mi estómago suele resistir.
Hoy no. Luego, después del vómito, me siento como nuevo. Me quito la camisa. Me quito los pantalones. Antes, he dejado la cámara fotográfica en el armario empotrado. La excusa para venir aquí era hacerle unas fotos de contenido erótico.
Ella ya está desnuda.
Cuerpo de musa de Corben*, el dibujante americano.
Sus pezones disparan sus flechas de deseo. Se clavan en mis testículos. Y mi polla, en apenas un par de segundos, señala el techo obligándola a la mamada.
Diosa MAMADA.
Su campanilla susurrando obscenidades a mi glande.
El sonido de succión.
La saliva como cascada.
Su lengua diabólica sobre la vena del placer.
El fantasma de la eyaculación precoz.
El conocimiento. Su insaciabilidad.
Ella siempre se lo traga. Se podría decir que se nutre de ello.
Semen engendrador de vida. Proteínas, calorías y todo lo demás.
Ella saciada.
La succión posterior a la eyaculación. Atormentadora.
El calambre. El orgasmo.
Su lengua blanca. Su blanca garganta.
El escozor en mis cojones.
El glande próximo a la explosión nuclear a escala reducida.
Humedad en las sábanas.
Cambio de tercio.
El último recuerdo: mi rostro entre sus piernas.
Sus jugos en mi boca.
Las palabras.


Mis palabras.
-“…no sé que decirte, es una historia muy cruda, muy triste. Demasiado triste.”
Ella me ha contado una traumática experiencia infantil. Demasiado lastre desagradable. Todo lo vomita sobre mí. Aunque es consciente de que no le sirve de nada. Y a mí cada vez me hunde más y más. En sus miedos. En sus culpabilidades. En sus frustraciones. En su locura latente.
Se levanta de la cama.
Su desnudez parece coagularse sobre la atmósfera claustrofóbica de la habitación roja.
Una lámpara gime al fondo.
Ella camina hasta su silla. Se sienta. Abre el cajón. Gesto inexpresivo. Mirada perdida en el desgastado papel pintado que insiste en cubrir las paredes. El papel pintado no le devuelve la mirada.
Saca la botella de JB. Desenrosca el tapón. Bebe.
Algo de whisky resbala entre las comisuras de su boca.
Su lengua lo atrapa. Su lengua.
Atrapado.
Me gustaría ser como una de esas gotas de whisky. A veces.
Siempre.
Constantemente.
Ella me mira con gesto cansado. De costumbre. De hábito. De rutina.
Pienso que no le importa lo más mínimo.
Miedo. Tengo miedo. Ella lo sabe.
-“¿Por qué no me cuentas lo de tu intendo de suicidio?”.
No recuerdo cuántas veces me ha hecho la misma pregunta. No recuerdo cuántas veces le he contado la misma historia. Pero, a ella parece no cansarle. Se alimenta de mi dolor. Quizá se trate de eso.
La cama se transforma en ataúd. Oprimiéndome.
La miro desesperadamente. Suplicando.
Ella ignora mi sufrimiento.
Vuelve a beber. Anulándome.
Sólo parece interesada por la historia de mis fracasos.
Mi primer fracaso.
Mi primer suicidio.

- “Todo fue a causa de Meri, había comenzado como una relación amorosa cualquiera… empiezas a coger tics y vicios y a partir de ahí tú mismo te vas liando. Había algo en ella que me volvía loco, era tan natural… como un diamante sin pulir, tan extremadamente pura y sin prejuicios. Me excitaba, sí, supongo que todo se reduce a eso, al sexo, al morbo, a jugar a vivir fuera de lo convencional. Meri era perfecta para eso.”
Hago una pausa.
Dejo que el fantasma de Meritxell me posea una vez más. Por un instante, casi me olvido de ella, que sigue sentada allí sorbiéndome poco a poco. Entre trago y trago. En la penumbra de la habitación roja.
-“El encuentro fue casual, el momento y el lugar apropiados, supongo, y demasiado alcohol en el cuerpo. Siempre el maldito alcohol, pero, algo de ella me atrajo desde el primer momento… su ternura, su manera de ser, de actuar, de pensar… era diferente, era como un ángel caído que aún conservaba gran parte de su gloria y esplendor. Y ahí empezó todo, ahí comenzó la gran crisis… en demasiadas ocasiones habíamos rozado las puertas del infierno. Nuestra relación se había convertido en una especie de obsesión enfermiza, que Meri dio en denominar metamorfosis espiritual… algo así como un cambio de estado, ella leía muchos libros raros… decía que era como dejar de ser escoria para pasar a ser algo divino, pero, el error fue que olvidamos lo más importante, el hecho de que ambos habíamos sido expulsados del paraíso hace muchísimo tiempo…
Un día, sencillamente, llegué a casa y la encontré muerta en la bañera. Se había cortado las venas, aún tenía la cuchilla de afeitar en la mano. Recuerdo que había sangre por todas partes, pero había también algo extraño en la escena… y era su cara, la sonrisa de su cara… por un momento pensé que había encontrado la felicidad que siempre decía buscar y que la había hallado a través de su propia muerte… y de mi dolor…
…no sé cuántas horas permanecí allí, de pié, inmóvil, mirando su cara… quizás una eternidad. Mirando sus ojos marrones, sus labios sensuales, sus pezones fríos y enhiestos, su pelo, la invisibilidad del recuerdo de sus caricias, que ahora ya eran imposibles. Lo único que recuerdo con claridad es que, en ese momento, me sentí morir por dentro, que me quedé vacío, en trance… a la deriva. Desesperado…”.
Ella parece comprender.
Almas muertas. Eso es lo que nos une y nos condena.
Lo que nos obliga a follar.
Luego, recupero el sentido del momento presente.
Prosigo mi historia.
-“Luego, llegó la soledad. Una soledad insoportable, la angustia, el dolor. Una noche me tomé un frasco entero de Aneurol, sólo por ver qué pasaba. Ella era adicta a las pastillas y a muchas otras cosas. Alguien me encontró… estuve en coma un par de semanas, eso es lo que me dijeron. Es extraño, pero cada vez que pienso en todo aquello lo único que recuerdo con claridad es su sonrisa de felicidad, su sonrisa sobre su pálida cara de muerta…
No me dejó ninguna nota, ninguna explicación. Nunca sabré por qué lo hizo o quizá es que no lo quiero saber. Aunque, a menudo, llego a la conclusión de que no me sorprende lo más mínimo que la cosa acabara así… nunca llegué a entenderla, a entender su desesperación, su sufrimiento interno, sus llamadas de socorro, su angustia… sólo pensaba en mí, en mis necesidades, en mi egoísmo de mierda… Eso es lo que más me duele ahora…”.
Paro.
Suspiro. Me duelo.
Ella me observa.
La seguridad que le transmite el vidrio de la botella se hace evidente. Es una seguridad indestructible. Inquebrantable.
Hay llanto contenido en mis ojos. Ella se siente celosa.
El amor le sigue preocupando. Su desconocimiento. Su inexperiencia.
Aunque siempre haya fingido amar a su hombre. Y que su hombre la amaba. Y lo que su hombre amaba era su seguridad. Su independencia. Su libertad. Su aparente falta de prejuicios. Su personalidad descarnada. En estado puro.
Único. Inconcebible en estos tiempos de hastío emocional.
Su fragilidad, su sensibilidad, su creatividad.
Y el hombre la vampirizó dejándola vampirizarle.
Se fingió débil. La enamoró a golpes de fragilidad afectiva.
La engañó con su dependencia.
“Cuídame o me muero”.
Y la mujer se rindió.
Y nació ella.
La dualidad, lo imposible, la locura. El deseo.
Sexo, carne abierta y mil veces succionando mi erección. Y tragando, tragando… hacia su estómago. Mi necio semen copulando con sus entrañas saturadas de infortunio, licor barato y miles de padecimientos psicosomáticos.



*Procedente de una familia de granjeros del Medio Oeste americano, Corben se estableció en Kansas City, donde estudio arte y reside con su esposa Dona, con la que tuvo una hija de nombre Beth.[2] Mientras trabajaba para una empresa local dedicada al cine de animación (Calvin Productions), comienza también a publicar sus primeros trabajos en fanzines underground. Su primera historieta, Monsters Rule, se publicó por entregas entre 1968 y 1969 en el fanzine Voice of Comicdom. En ella están ya presentes, en clave paródica, los temas y procedimientos preferidos de Corben: la ciencia ficción, el erotismo y la repulsa a las instituciones establecidas, especialmente la religión y el ejército. La primera obra importante de Corben fue, sin embargo, Rowlf.[3]
En los años que siguieron, Corben siguió publicando en numerosas revistas, generalmente del circuito underground, y en 1970 incluso intentó autoeditarse su propio fanzine, Fantagor, lo que se saldó con un rotundo fracaso. Su incursión en el terreno del cine de animación resultó en un cortometraje, Neverwhere (1971), que se destaca sobre todo por constituir la primera aparición de uno de sus personajes más emblemáticos, Den. En 1972 Corben abandonó definitivamente la empresa en la que trabajaba para dedicarse por entero al cómic.
Colaboró en las revistas de la editorial Warren Publishing Creepy, Eerie y Vampirella, con varias historietas de terror y posteriormente, en 21st Century, pero su consagración definitiva llegó en 1975, con la publicación de la serie fantástica Den en Métal Hurlant y luego otras revistas como Alter Alter, Heavy Metal y Totem.[4] El personaje, que procedía del corto Neverwhere, era un ingeniero de la Kansas contemporánea que se trasladaba a un mundo de violencia y grandes aventuras, repleto de bárbaros, brujos, horribles monstruos y mujeres de pechos enormes. En el traslado, la apariencia física del personaje sufría una transformación y de un hombre enclenque y pacífico pasaba a ser un héroe musculoso "sin un pelo y sin un trapo, luciendo una polla radiante y juguetona pero también inútil y caduca",[5] dado que el autor no quería caer en la pornografía. Su nombre, Den, procedía de las iniciales de su identidad pasada, David Ellis Norman.
Trabajó con varios guionistas, entre los que se cuentan Bruce Jones o el conocido escritor de ciencia ficción Harlan Ellison, aunque son sobre todo recordadas sus colaboraciones con Jan Strnad, como Las mil y una noches o Mundo mutante.
En los últimos tiempos, ha dado sus personales interpretaciones de personajes como Hulk o John Constantine



(Continuará)

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