Epílogo
:La rareza
(Pequeña
poesía postraumática)
Cada día me acostumbro más a
la rareza. Lo diferente. Lo alternativo. Lo raro. Lo no convencional. Lo que da miedo al cuerdo, al coherente, al
que acata las normas. El otro lado. Lo oscuro. La locura. De hecho, creo
que sin “esto” ya no podría vivir, no podría entender lo que sucede en la
sociedad que me rodea, en la que vivo, en la que me desarrollo y a la que he
tenido la osadía o la inconsciencia de traer hijos, con la delirante intención
de “cambiar algo”, aunque sólo se trate
de aportar otro significado a nuestro estereotipado concepto de normalidad y
realidad.
Voy cerca de los 50 y me arrepiento de no
haber sido más visceral en algunas cosas, pero la historia ha ido así y no de
otra manera. Afortunadamente, tengo un empleo que me ata cada día a la puta
realidad y una familia que me apoya en los momentos de incertidumbre
existencial. Creo, en el fondo, ser un ser afortunado. Y eso, hoy en día, es un
lujo.
Internet nos ha hecho libres y nos ha hecho
esclavos, pero también nos ha hecho próximos, siempre que basemos esta
herramienta en algo productivo, creativo y sincero. Creo que de no existir
internet, Neurótika Books no tendría sentido, ya que no tendría energía para
llevarla a cabo como propuesta creativa underground. De sobras conocéis lo que me encanta usar este término...Neurótika
Books existe porque vosotros queréis que así sea. Y a mí me encanta ese
feedback contínuo. Esa retroalimentación de afectos, de emociones, de
vulnerabilidades, de traumas, de deseos, de poesía, de dolor, de arrebato, de
sinceridad, de heridas abiertas, de…lucha interna, de fascinación por descubrir
infiernos interiores. Infernonautas que somos, en un mundo que nunca nos ha
pertenecido. El mundo de los domadores de palabras, de los quiebraversos, y de
los heridos en el alma.
Me siento así. Al lado de los enajenados, de
los que usan la locura como alternativa
a una sociedad enferma de cáncer de autismo emocional terminal, con todo
el respeto a los autistas, esos
transgresores natos de las normas de la comunicación universal, que nunca
alcanzaremos a entender por nuestra incapacidad congénita a explorar otros
caminos de entendimiento y de captación de la realidad ajena.
Infernonautas somos, aunque
no lo queramos aceptar. Navegantes de los infiernos abisales de la emoción
desgarrada, de la víscera y del trauma. Y yo aquí, escuchando al puto Nick Cave
y su Murder Balladas, y releyendo el próximo libro de Ni Gara, “pequeña poesía
postraumática”, esa revelación cercana al apocalipsis interno, aunque sea a
escala reducida, pero con la suficiente relevancia como para atraer mi atención
las últimas semanas, de forma tan intensa como soy capaz de sentir esas
realidades alternativas que tanto anhelo, necesito y vivo, casi con una
proximidad malsana, con una claridad perceptiva que me lleva a cuestionar mi
concepto de la realidad. Esa dicotomía entre la que nos venden como cierta y la
que anhelamos como necesaria. Y ahí se sitúa este librito, este puñetazo en
forma de verbo libre, tenso y de extremada fiereza delicada. Gracias enormes a
Gsús Bonilla y a Ana Curra por acercarme a las vivencias anímicas de Ni Gara,
que desde hace algún tiempo ocupa un lugar especial en la trastienda
alternativa de mi córtex cerebral, allá donde los guardianes de la razón no se
atreven a adentrarse.
Infernonautas que somos. Unos pocos. Los
privilegiados. Los supervivientes de un mundo en decadencia, de un mundo sin
alma, de un mundo basado en la
hipocresía bastarda de la tiranía emocional, donde llorar es delito de estado y
sentir es un pecado castigado con cadena perpetua. Bienvenidos al mundo de
Alicia, o, mejor dicho, al de Ni Gara. No apto para cuerdos. Quedan ustedes avisados.
Infernonautas somos. Y así renaceremos, más
allá de la tiniebla castrante del miedo más atroz a ser uno mismo. Gracias, Ni
Gara, por darnos la mano y guiarnos por la anímica emoción de tu bendito
infierno interior.
José
Manuel Vara
febrero
2013
No comments:
Post a Comment