Una fugaz sensación de libertad.
“No es el tiempo el que pasa, pasamos todos nosotros.”
Anónimo
Había un tipo de baja calaña apurando un cigarrillo en la puerta de un tugurio que era frecuentado por perdedores como él. Lloviznaba. El despojo humano alzó la vista y escrutó el cielo. Era plomizo. Era un cielo que presagiaba malos augurios.
El tiempo estaba sentado en cuclillas sobre un cubo de basura. Miraba al hombre con indiferencia. Mientras tanto, mascaba tabaco. Ocasionalmente, hacía estrellarse contra el suelo a un escupitajo.
(malos augurios)
El tipo pareció recordar algo. Consumió el cigarro hasta límites inverosímiles. Inconscientemente, se deshizo de la colilla, que acabó colándose por una fisura que, desde tiempo inmemorial-, profanaba la pureza de una boca de alcantarillado. Ésta emitió un eructo imperceptible. Pero, su glotonería aún estaba muy lejos de ser satisfecha.
CRAAAACKKSSS.
La puerta del antro se abrió de forma estrepitosa hacia afuera. En su trayectoria colisionó con el hombre, que fue empujado violentamente hacia delante, básicamente debido al factor sorpresa. Acabó cayendo de bruces contra el suelo fangoso de aquel hediondo callejón. Su boca, -repleta de dientes destrozados a puñetazos ayudados por ingentes cantidades de droga de todo tipo- , quedó a pocos centímetros de la grieta abierta en el suelo, por donde apenas unos segundos antes había desaparecido la desafortunada colilla impregnada de la saliva rancia del hombre. Daba la impresión de que él se hubiera arrepentido de haberla arrojado hacia aquella negrura abismal, parecía como si de un momento a otro fuera a besar el asfalto para luego succionar hacia arriba, con toda la potencia que sus pulmones le permitieran, en un angustioso intento de recuperar algo de lo que nunca debió deshacerse.
Pero, ya era demasiado tarde.
Un diente escapó, -tras el típico chasquido de rotura-, de la prisión de la boca. El tipo, -aún en posición yacente-, lanzó un escupitajo sanguinolento en su persecución, pero fue inútil; el diente acabó escondiéndose bajo un montón de periódicos viejos buscando alargar hasta el infinito aquella fugaz sensación de libertad.
-“Eres un asqueroso hijo de puta, cabrón”- bramó una voz a sus espaldas.
La voz del gigante que acaba de abrir violentamente la puerta del garito resonó por encima del callejón como si se tratara de la voz del mismísimo rey del Hades. Ascendió desafiante hacia el cielo, pero las insidiosas gotas de lluvia la obligaron a doblegarse y desistir de su intento haciéndola estrellarse contra el suelo. A pesar de ello, algunas bolsas de basura se estremecieron e intentaron ocultarse en medio de los deshechos que contenían.
El hombre caído intentó levantarse, pero un súbito pisotón del gigante le hizo desistir en su intento psicomotriz. Luego siguieron varias patadas malintencionadas. Después, como broche final, una nueva pisada sobre el cráneo. Fue entonces cuando algo estalló dentro del cerebro del tipo de baja calaña que succionaba en la alcantarilla intentando recuperar su colilla. Los hilillos de sangre hicieron acto de presencia casi al instante… primero por la boca y luego por la nariz. Por ambos orificios. Se hace innecesario recalcar la existencia de una grave hemorragia interna a la vista de tales indicios.
El asedio apenas duró diez minutos. Finalmente, el gigante decidió detenerse. Resopló. Se bajó la cremallera de los pantalones. Se la sacó y se puso a mear sobre el bulto humano que yacía aplastado contra un suelo que paulatinamente se iba tiñendo de rojo. Los orines absorbieron el último hálito de vida del sorbedor de alcantarillas. Después, el gigante acabó. Se volvió a subir la cremallera.
-“Eres un asqueroso hijo de puta y esto es lo que te merecías, cabrón”- volvió a bramar el hombretón corpulento con pinta de boxeador retirado. Después, se volvió y se precipitó hacia la garganta del bar que le había vomitado minutos antes. La puerta se cerró con un nuevo chirriar de bisagras. Luego, devino el silencio.
Algunas bolsas de basura de piel negra se tornaron blancas de forma repentina. Eso, probablemente, lo había provocado el miedo.
De forma irreversible, el tipo del suelo estaba muriéndose. Entonces, en ese preciso instante, dejó de llover. Pero, los nubarrones siguieron ocultando la otrora esplendorosa luminosidad. La ciudad se aletargó.
Entonces, el tiempo se levantó y miró hacia el cuerpo tirado en el suelo con indiferencia absoluta. Escupió. El escupitajo, coagulado de tabaco, se estrelló en uno de los ojos del tipo que seguía muriéndose de forma perezosa. Finalmente, algo aburrido, se giró sobre sí mismo y se fue.
La colilla asomó tímidamente por el borde entreabierto de la alcantarilla. Miró al hombre y también le escupió al rostro partículas de nicotina. Luego, miró hacia los periódicos viejos y arrugados y le hizo un guiño al diente. Sí, ella también pudo notar aquella fugaz sensación de libertad que parecía estirarse hasta el infinito. Todo, en definitiva, volvía a tener sentido, puesto que no había sentido alguno.
FIN
José Manuel Vara
(24.10.2010-17.04.1991)
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