“ Ego Pervertum Sexum "
fragmentos, lamentos
(Patty de Frutos)
Cosas recicladas de
contenedores de basura decoran las paredes a modo de improvisados collages
multicolores que buscan desesperadamente transmitir un rayo de esperanza a un
mundo cubierto por la mugre de la realidad. Y la fantasía de una niña de cinco
años ya no da para más. Luego, la oscuridad parece tragárselo todo.
Silencio.
De
círculos que se devoraban a sí mismos
Y
de demonios interiores
Que
se retorcían sobre la tela áspera de tus cuadros;
Como
un jirón de niebla
Por
una ventana abierta en mi cerebro
A
altas horas en una noche líquida.
El
don de ver a través de la piel me acompaña desde la adolescencia.
En un sótano cuajado de
humedades de ansia
La danza rota.
La luz se espesa como una
cicatriz abierta en el sueño.
Imágenes repetitivas
estallando en mi retina.
Fantasma de emociones
dispersas en un universo neuronal
atormentado por una
enfermedad latente.
Desplazada
la conciencia llegas a inspeccionar con
dedos de humo la coraza: pies, tobillos, piernas, rodillas, cadera. Como en tantas otras ocasiones lo que buscas
son las puertas, así que los
muslos se contraen, el pecho se comprime y se tensiona el cuello; más arriba en la cabeza, los dientes permanecen cerrados; cubiertos
los ojos, la nariz y los oídos desean clausurarse ;así que te
introduces por los poros, cuando estos
intentan transpirar te retuerces y algo
se quiebra.
Nunca tengo sueños completos.
Creo que es mejor así.
Para todos los que habitamos
en mi cerebro.
No se si esta es mi propia voz, o la de alguien mas que me
habla desde afuera. Los pensamientos conspiran y se intercambian las máscaras. Me
oculto de ese algo que ya no se me parece. La pared. La ventana. El
espejo. Ellos no me devuelven más la mirada. Me escondo en
seiscientas mil imágenes adheridas a mis huesos. Los despertares. Polvo
levantado. Una manta vieja. Los platos sucios debajo de algún mueble. Me
refugio en el laberinto de mi oído izquierdo. He clausurado la puerta de la
calle. Aun percibo el cuero viejo que parte de una de mis cavidades. Es
molesto, me atormentan constantemente sus golpes secos en el aire .Intenta sin
éxito dibujar palabras. Y yo me abstraigo con un par cuencas
nuevas, regalo de taxidermista. Y espero. Espero todo el tiempo. Espero en el
rincón del cuarto oscuro. Espero la noche. Espero en silencio absoluto a
que arribe por fin un nuevo despertar. Espero aquí, en la cima de un
desvencijado ropero.
Mecánica lúdica
del dolor
José Manuel Vara
El dolor era oscuro. De alguna manera
llevaba mucho tiempo anclado allí, en la trastienda que daba paso al cerebro.
Se había hecho imprescindible, inevitable, como un elemento químico más de mis
conexiones neuronales. El dolor cambiaba de forma en función del algebra
caótica de mis pensamientos; la pulsión de muerte a veces empujaba con rabia y
convertía el dolor en animal enfurecido, bestia enclaustrada en un imaginario
de violencia física y psíquica, una descarga de malsanidad en estado puro, un
arrebato de furia donde Tanathos daba
rienda suelta a sus instintos más abyectos. Desiertos vacíos de cualquier
emoción, infiernos carnales diluidos en forma de droga líquida en mezquina
aguja hipodérmica, que acabará inyectándose en algún punto perdido cerca del
hipotálamo; luego, desaparecía el hombre para mutar en bestia: la bestia del
desgarro uterino, la bestia del desgarro anal, la Bestia del Apocalipsis… la
Bestia agazapada en los límites de la cordura, que era sodomizada mientras
miles de ganchos de carnicero se clavaban violentamente en su piel. La cordura,
ese amasijo infecto de neuronas, que se teñían del rojo corrupto de las
primeras menstruaciones de chicas violadas por sus padres; así era la Bestia
henchida de ácido: un animal violento sin conciencia, que cercenaba afectos y
ternuras con la perfección del cirujano cortando tejido humano vivo con su
bisturí de fiebres. Fiebre de violentar, fiebre de matar todo lo que apestara a
emocional. Bestia sin piedad y sin compasión. Un infierno puro hecho a medida para
cada víctima, decorado con tapices de crueldad. Sadomasoquismo express, rutinas
de laceración, cortes con cuchillas y quemaduras de primer grado.
Despellejamientos, cortes, amputaciones y desmembramientos. Violencia,
violencia y violencia. Violencia bajo una lluvia torrencial de gotas de caos y
un murmullo agónico como un aullido demente amamantado por fieras sanguinarias
clonadas con genes de odio visceral. Luego, la droga desaparecía en los
retretes inmundos del trauma, que se agazapaba en solitarias habitaciones de un
pensamiento deteriorado y blasfemo, como el aliento frío de un aprendiz de
Diablo. Al final, tú seguías allí, desnudo en mitad del cuarto, medio bestia,
medio humano y el cuerpo tirado en el suelo sobre un charco de sangre
hemoglobínicamente chillona como las voces que gritaban en tu cerebro, una y
otra vez, desgarrando, agrietando, rompiendo, reptando, quemando, mientras te
follas a un dios vestido con medias de red de millones de prostitutas. Y es
entonces cuando la cara de la muerta se asemeja a la del payaso; ese que te
persigue desde tus pesadillas infantiles. Una mujer payaso que te mira
lascivamente mientras tu miembro sigue goteando sangre como grifo de ducha mal
cerrado, mutando en oscuro el color del dolor, ese dolor que, de alguna manera,
llevaba mucho tiempo anclado allí, como una mala bestia. La Bestia del dolor
inmundo.
CANÍBAL
Anna Genovés
Después, se sumerge
en la bañera; abre el grifo y mete la cabeza, despeja su corrosiva lucidez y
decide que es momento de perderse en el ayer. Tapona su nariz y ahoga su
cabeza, deja de respirar sin apenas mover las piernas. Se ha quitado la vida, no
desea ser ni perro ni amo…
La dualidad,
acompañó su vida, una vida de infamia en la que se hacía el refinado cuando quería
hincar los dedos y descuartizar los cuerpos que caían en sus manos. Fue un
psicokiller en potencia; avisó muchas veces, pero nadie creyó su jerga.
Siguió su camino,
alma metida en riñonera de polipiel barato. La sacaba a pasear, de vez en cuando,
y si veía que el monstruo se desataba, la guardaba en el saco. Hasta que un día
no pudo más y cogió un cuchillo; lo clavó en el estómago de una mujer y
disfrutó… Saboreando el miedo en sus ojos… El pavor de ese rostro macabro.
Después, relamió la
sangre –con su lengua viperina- y pensó en probar su carne. Neanderthal,
famélico, se agachó y le pegó un bocado. Descubriendo que esa carne, era lo
mejor que había probado. Entonces, se hizo antropófago. Mutilaba a sus
víctimas, las horneaba o las degustaba crudas y sin ascos.
Mató una y mil veces, hasta que se cansó de
hacerlo; entonces, se enganchó a la del cuello largo. Con ella pervivió durante
años, hasta que beodo probó la marihuana. De la maría a la coca, de la coca a
la heroína, de la heroína a politóxico, de politóxico a amo que devora a sus torturados,
de amo a siervo devastado… Y vuelta a empezar, en un círculo vicioso sin
principio ni resultado.
Hasta que dejó de
vivir y de matar en esa bañera donde la sumisión lo llevó al suicidio de la
carne… Porque su alma y su corazón, hacía tiempo que lo habían abandonado.
La vida
de un caníbal en el asfalto
es una
vida patética en la que vives agazapado
duermes,
oculto, con la luz del día
y sales
a cazar, de noche, cerca del camposanto
donde
encuentras a las prostitutas agrestes
de las
que alimentas tu cuerpo
de las
que alimentas tu asco
te odias a ti mismo
te
odias y te veneras
eres un
ser divino o, quizás, una blasfemia
y, de
repente, quieres probar algo nuevo
y te
enganchas al alcohol, a la droga
a la
servidumbre o al amo
no
tienes alma
no
tienes corazón
no
tienes nada…
porque
te lo han amputado.
work in progress
Denisse Sánchez
Vara
Patty de Frutos
Anna Genovés
2 comments:
Buen comienzo,
Mientras pueda, siempre me tendrás para lo que me necesites.
Me gusta, tanto las imágenes como las experiencias descritas... Duras, trasgresoras: únicas.
Fe ten, amigo. Ann@
Amigo, JM. Brutal y descorazonador relato lleno de letras desgarradoras cercanas a las los submundos de Clive Barker, Lovecraft y salmos eléctricos de Ozzy. Un golpe en la boca del estómago, que genera adicción. Junto, a ese puñado de autoras repletas de un aroma entre Stoker y Bukowski. Un lujo, saludos
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