El hombre del arcén que odiaba a los lagartos
Un relato de Vara escrito entre el 20 de diciembre
de 1989 y hoy mismo, marzo del 2014.
“Quien lucha demasiado tiempo contra los dragones
también se
vuelve dragón”.
Frase atribuida a F.
Nietzsche
De no haber sentido aquel intenso calor, -que
ya había logrado despellejarle en parte-, él no se habría dado cuenta de que se
hallaba en mitad de la nada o, lo que es lo mismo, en el arcén de una carretera
en mitad del desierto que, aparentemente, no lleva a ninguna parte.
(estamos en un camino a ninguna
parte vamos entra haciendo un viaje a ningún lugar nosotros también viajaremos)
Si miraba hacia su derecha
(dirección
o situación de una cosa que se halla en el lado contrario al que corresponde al
corazón en el ser humano)
se encontraba con la pasividad hiriente, -que
no hacía otra cosa que remitirle a su propio estado-, de unas hileras
paralelamente simétricas de cactus, que parecían entretenerse contándose
mutuamente las espinas o pinchos que los cubrían. Si, por el contrario, miraba
hacia su izquierda
(dirección o situación de una cosa que se
halla en el lado que corresponde al corazón en el ser humano)
se encontraba con la frialdad desafiante
de un asfalto de tonalidades oscuras que sólo transmitía pesimismo,-lo que
incrementaba su desasosiego-, y que, además, comenzaba a provocarle ilusiones
perceptivas, ya que en aquellos precisos instantes le parecía estar
contemplando un inmenso lago. Lago repleto de agua, a la que atribuía una
supuesta portabilidad debido a su propia necesidad fisiológica que estaba
llegando a un punto más allá de lo humanamente soportable. Pero, decidió que no
se iba a dejar engañar tan fácilmente por los espejismos a los que le inducía
su mente sometida a los crueles embistes de la ansiedad orgánica más abyecta.
Con la lengua, -mediante un gesto automático
y desesperado-, intentó forzar la comunión entre sus labios, -algo cortados-, y
una inexistente, -pero antaño abundante-,
(incluso
se había permitido el lujo de escupirla, de escupir la...)
saliva que, de haberla habido, habría
contribuido a hacer desaparecer, al menos momentáneamente, la sensación, -y más
que sensación realidad-, de sequedad extrema de su boca. Y habría sido algo
positivo, ya que la xerostomía
(la
sequedad en la
boca ocurre cuando las glándulas salivales no producen suficiente saliva como
para mantener la boca húmeda. Dado que la saliva es necesaria para masticar,
tragar, saborear y hablar, estas actividades pueden ser más difíciles con la
boca seca)
le hacía pensar en
cosas desagradables, como por ejemplo, en el hecho de que no tenía ni la más
remota idea de lo que estaba haciendo allí, sentado al borde de una carretera
de doble sentido en mitad de un vastísimo mar de arena situado en mitad de
ninguna parte. Sin darse apenas cuenta, su mente le trasladó en décimas de
segundo hasta el recuerdo puntual y concreto de la noche anterior, en la que se
hallaba con su amiga-amante Susana en un bar de las Ramblas de Badalona,
degustando un par de cervezas de litro, sin poder advertir en lo que se
convertiría su vida algunas horas más tarde, en una especie de cruel elipsis
delirante. Lo que no llegaba a rememorar era el tema de conversación de aquel
entonces, pero tampoco tenía demasiado interés en ello.
(Lo
que sí sabía con certeza es que luego se habían ido a la cama, ya que ella era
una bestia pura de hipersexualidad (2) )
De repente, una sensación fría le invadió.
Parecía provenir del extremo de su brazo derecho. A partir de allí, y de un
modo aparentemente imposible, parecía comunicarse con la rodilla que pertenecía
la pierna de la misma parte de su cuerpo. Un simple giro de sus globos oculares
le reveló las causas: la primera de ellas era que estaba desnudo, la segunda era
que sostenía una pistola, -una magnum-, con la mano derecha, pistola cuyo cañón
descansaba en parte sobre su rodilla.
Podría haber reaccionado de muy diversas
maneras ante aquellos súbitos y reveladores conocimientos, pero lo único que
hizo fue sonreír levemente a la arena tumbada frente a su campo visual, y lo
hizo sin excesivas ganas, ya que aquellos datos lo único que le aclaraban era
que tenía que añadir un absurdo más al conjunto de absurdos en el que se
hallaba inmerso. En ese instante, -siguiendo en la misma dirección de su mirada-,
notó un casi imperceptible cambio de color de su piel, justo sobre la uña del
dedo pulgar de su pie diestro, pero tal apreciación coincidió con el paso de
una nube que se esforzó desesperadamente por tragarse al sol, objetivo que
consiguió en parte, ya que su majestuoso resplandor se desvaneció durante un
lapso temporal relativamente largo. Este juego de manos provocado por el azar
resultó ser un factor sumamente decisivo en la situación, ya que él se distrajo,
en el sentido de que se puso a mirar al cielo. Entonces, cuando pareció darse
cuenta de su error, ya era demasiado tarde: la piel que había por encima de la
uña del pulgar de su pie le sonreía con su genuino color rosado. La inquietud
hizo acto de presencia en su mente, pero la indiferencia le dió un fuerte
puñetazo en la mandíbula, relegándola al olvido, pero, eso sí, a un olvido
accesible.
Después de todo esto empezaron a llegar
las preguntas:
¿cómo
había llegado hasta allí?
¿qué hacía desnudo en el arcén de una
carretera que parecía no llevar a ninguna parte?
¿de que había estado hablando con Susana en
aquel bar de las Ramblas?
¿qué hacía con una pistola en la mano?
¿por
qué no había visto los polvos que ella le había echado en su cerveza?
Y,
en definitiva, ¿quién era él?.
Las preguntas se disolvieron entre la
arena y el aire al ser desplazadas, bruscamente, por el sonido del motor de un
coche que se acercaba a gran velocidad por el lado izquierdo de la carretera. Él
levantó la cabeza y la giró en dirección a los ruidos. Descubrió entonces un
coche,- un Fiat Uno-, con dos ocupantes algo extraños, ya que el color de su
piel era verdoso. Luego su mirada se estrelló contra la negrura traslúcida de
sus gafas de sol.
Mercedes y Rafael estaban completamente
colocados. Los efectos de la cocaína embestían placenteramente las paredes
interiores de sus cerebros, que experimentaban, desde hacía un par de años una
importante carencia de neuronas. Sus paladares estaban resecos, quizá por ello
recurrían a la ingesta de abundantes dosis de cerveza Voll Damm, que estaba envasada
en latas que estaban desperdigadas por el interior del vehículo. La música de Nick
Cave and The Bad Seeds, -el disco Nocturama y el tema Wonderful Life-, rebotaba
contra la superficie metálica de las latas para acabar expandiéndose sobre la
inconmovible aridez del terreno y
Ponte en marcha, muchacha.
Cruzando estos campos púrpura
el sol se ha puesto tras de tí
Cruzando estos campos púrpura
ese niño estúpido de la esquina
está diciendo desviadas verdades.
Venga, admítelo, muchacha
Es una vida maravillosa
si puedes encontrarla
si puedes encontrarla
si puedes encontrarla
Es una vida maravillosa que tu aportas
Oh, es una cosa maravillosa
Dile nuestro secreto a tus manos
y sostenlo entre ellas
Zambulle tus manos en el agua
y ahógalo en el mar
No habrá nada entre nosotros, chica,
salvo el aire que respiremos
No llores,
es una vida maravillosa, maravillosa
si puedes encontrarla
si puedes encontrarla
si puedes encontrarla
Es una vida maravillosa que tu aportas
Es una cosa maravillosa, maravillosa
Nosotros podemos construir nuestras mazmorras en el
aire
y sentarnos y llorar las penas
Podemos cruzar pateando este mundo
con clavos atravesando nuestros zapatos
Podemos unirnos a ese coro atormentado
que critica y acusa
Eso no importa mucho
No tenemos mucho que perder
excepto esta vida maravillosa
si la puedes encontrar
y cuando la encuentres
y cuando la encuentres
Es una vida maravillosa que tu aportas
Es una cosa maravillosa, maravillosa, maravillosa
A veces nuestros secretos son todo lo que tenemos
Con nuestras vidas debemos defenderlos
A veces el aire entre nosotros, muchacha.
es insoportablemente tenue
A veces es sabio dejar caer los guantes
y simplemente rendirse
Ponte en marcha, ponte en marcha
Ponte en marcha, ponte en marcha
hacia esta vida maravillosa
si la puedes encontrar
y cuando la encuentres
Es una vida maravillosa que tu aportas
Es una cosa maravillosa, maravillosa
Es una vida maravillosa
Es una vida maravillosa,
también, sobre la narcisista esterilidad
del aire, que, en lo alto, fingía copular con seductoras nubes blancas.
Mercedes vestía pantalón tejano corto y
camiseta blanca. Rafael, tejanos negros. Estaba desnudo de cintura para arriba.
Sin saber por qué empezaron a reírse a carcajadas. En aquel preciso instante se
lo estaban pasando de puta madre. Ella era la que conducía. Él, de vez en
cuando, miraba sus piernas. Con más frecuencia miraba sus abultados pechos, que
parecían dispuestos a reventar la camiseta de un momento a otro. Mercedes tenía
la boca grande, los labios muy rojos y carnosos. Conocían íntimamente al pene
de Rafael. Solían tutearse un par de veces al día. Ella pisó el acelerador. Todavía
no se habían fijado en el tipo del arcén, pero lo harían algo más tarde, y con
consecuencias nefastas para ellos.
Ocurrió. Rafael puso una mano sobre las
piernas de Mercedes, pero no lo había hecho a causa de un impulso sexual. Lo
único que pretendía era llamar su atención. Él había sido el primero en ver al
tipo desnudo que corría hacia ellos apuntándoles con una pistola. Mercedes lo vio
inmediatamente después. Las carcajadas se esfumaron. Después, en un acto
automático, pisó el pedal del freno, ya que el tipo se había cruzado justo
delante de ellos. Y, desde luego, no era su intención atropellarlo.
Bang.
Con el primer disparo coincidió el
chirriar de las ruedas durante la frenada. El tipo había apretado el gatillo. Después,
apareció el histerismo. Rafael pareció volar hacia atrás, ya que el impacto le
había alcanzado en el pecho. Luego, rebotó hacia delante y su cabeza se
estrelló contra el destrozado parabrisas. Algunos cristales se incrustaron
rabiosamente en su cabeza. Mercedes gritó. Fue un chillido agudo y largo, muy
largo. Era un grito que expresaba un infinito horror. El horror a la muerte
violenta. Rafael empezó a agitarse espasmódicamente. Sus manos, ocasionalmente,
rozaban a Mercedes, que, desesperada, se apretaba contra la portezuela del
Fiat. Un segundo impacto le alcanzó de lleno en la frente. La sangre campó a
sus anchas. Esta vez, dejó de moverse. Rafael acaba de palmarla. Entonces, ella, con ojos desorbitados, miró hacia aquella
especie de psicópata que había aniquilado la vida de su amante. La estaba
apuntando directamente al centro de su cabeza.
El hombre apuntaba a un lagarto de rasgos
humanos. Había conseguido eliminar a uno de los dos y se sentía satisfecho e
inundado de un intenso júbilo. Volvió a disparar. Evidentemente, no erró el
tiro. Repitió su acción un par de veces. El resultado fue la muerte instantánea
del segundo de los lagartos.
Los ojos sin vida de Mercedes parecían
contemplar la ensangrentada entrepierna de Rafael, sobre la que también
reposaba una de sus manos inertes. Parecía rendir un último tributo al amor que
sabía han profesado.
El hombre volvió sobre sus pasos y se dejó
caer al suelo. Ahora había algo que le apenaba. Odiaba a los lagartos, eso era
cierto, y se alegraba de haberse cargado a aquellos dos hijos de puta del coche.
Lo que le sucedía era que tenía un funesto presentimiento. En efecto, aquel
pedacito de piel situado encima de la uña del pulgar de su pie derecho se
estaba tornando de color verdoso. Y aquello sólo podía significar una cosa: que
se estaba convirtiendo en un asqueroso reptil. La maldición también había caído
sobre él, porque tenía la ciega convicción de que todo aquello no podía
tratarse más que de una extraña maldición ancestral o, al menos, era lo que le
dictaba el delirio paranoide (1) que habitaba en lo más recóndito de su cabeza.
Pero, aún tenía un as en la manga y estaba dispuesto a emplearlo. Levantó el
arma hasta situarla a la altura de su cara. Se detuvo un instante a
contemplarla. La encontró preciosa. Mientras tanto, la mancha verdosa seguía
extendiéndose por su piel. Introdujo el largo y frío cañón en su boca en una
especie de último acto desesperado de felación mecánica. Esperó un instante.
Escuchó el sonido áspero del viento sobre la arena y ésta a su vez
desparramándose sinuosa sobre el asfalto y entre los cuerpos muertos dentro del
coche. Su dedo índice acarició el gatillo. Aquel tacto pareció reconfortarle en
aquellos instantes de angustia existencial. Respiró profundamente como
intentado devorar sus propios miedos. Por último, lo apretó. La bala acabó
saliendo por su nuca. A su paso había dejado un rastro de muerte y caos de masa
cerebral estallando en todas direcciones dentro de su cabeza. Pero, no era una
muerte excesivamente importante, ya que sólo había cercenado la vida de un
repugnante lagarto.
FIN
NOTAS.
(1) El trastorno
delirante o paranoia es un trastorno psicótico caracterizado por ideas
delirantes no extrañas en ausencia de cualquier otra psicopatología significativa. En
particular, la persona con trastorno delirante no ha cumplido nunca los
criterios para la esquizofrenia y no tiene alucinaciones marcadas, aunque pueden estar presentas alucinaciones táctiles u olfativas
si éstas están relacionadas con el tema del delirio.1
Una persona con trastorno delirante puede ser bastante funcional y no
tiende a mostrar un comportamiento extraño excepto como resultado directo de la
idea delirante. Sin embargo, con el tiempo la vida del paciente puede verse más
y más abrumada por el efecto dominante de las creencias anormales.
El término paranoia ha sido utilizado previamente en psiquiatría para denominar lo que ahora
se conoce como 'trastorno delirante'. El uso psiquiátrico moderno de la palabra
paranoia es sutilmente diferente pero actualmente rara vez se refiere a este
diagnóstico específico.2
El significado del término ha cambiado con el tiempo, y por lo tanto
diferentes psiquiatras pueden entender por él diferentes estados. El
diagnóstico moderno más adecuado para la paranoia es el de trastorno delirante.
Diagnóstico
(Munro, 1999)
- El
paciente expresa una idea o una creencia con una persistencia o fuerza
inusual.
- Esa
idea parece ejercer una influencia excesiva, y su vida se altera
habitualmente hasta extremos inexplicables.
- A pesar
de su convicción profunda, habitualmente hay un cierto secretismo o
sospecha cuando el paciente es preguntado sobre el tema.
- El
individuo tiende a estar sin humor e hipersensible, especialmente respecto
a su creencia.
- Tiene
un carácter de centralidad:
independientemente de lo improbable que sean las cosas que le ocurren, el
paciente lo acepta sin casi cuestionárselo.
- Si se
intenta contradecir su creencia es probable que levante una fuerte
reacción emocional, a menudo con irritabilidad y hostilidad.
- La
creencia es, cuando menos, improbable.
- La idea
delirante ocupa una gran parte del tiempo del paciente, y abruma otros
elementos de su psique.
- El
delirio, si se exterioriza, a menudo conduce a comportamientos anormales y
fuera de lugar, aunque quizás comprensibles conocidas las creencias
delirantes.
(2) Hipersexualidad es el aumento repentino o la
frecuencia extrema en la libido o en la actividad sexual. Aunque la hipersexualidad
puede presentarse debido a algunos problemas médicos, al consumo de algunos
medicamentos y a la ingesta de drogas, en la mayoría de los casos la causa es
desconocida. Trastornos de la salud tales como el trastorno bipolar pueden dar lugar a la
hipersexualidad1 y el consumo de alcohol y de algunas sustancias
adictivas puede afectar el comportamiento sexual en algunas personas. Se han
usado varios modelos teóricos para explicar o para tratar la hipersexualidad.
El más común, en particular en los medios de comunicación, es el enfoque que
presenta a la hipersexualidad como una adicción, pero los sexólogos no han llegado aún a un
consenso. Hay explicaciones alternativas como, por ejemplo, la de un
comportamiento obsesivo y la de un comportamiento compulsivo..
Cuadro clínico
La hipersexualidad se caracteriza por una frecuente estimulación visual que
hace que el individuo exacerbe su natural sexualidad hasta la adicción.
Esto provoca que se autoestimule genitalmente y una vez alcanzado el
orgasmo, puede no resultar en la satisfacción emocional (o sexual) a largo
plazo del individuo; o bien escale en mayores grados de placer. La
hipersexualidad se manifiesta en individuos que fueron reprimidos sexualmente
en su infancia o en su adolescencia; y en los de mayor edad, el sentimiento de
perder el vigor sexual (especialmente en hombres) y desear mantener la libido consumiendo pornografía.
En ocasiones, la hipersexualidad va acompañada de sentimientos de malestar
y de culpa. Se piensa que esta insatisfacción es la que alienta la elevada
frecuencia de estimulación sexual, así como síntomas psicológicos y
psiquiátricos adicionales.2
Otra manera en que se manifiesta la hipersexualidad es cuando ocurre la ruptura
con la pareja en que la relación ha sido predominantemente sexual, el o la
afectado(a) o abandonado(a) busca a la pareja inconscientemente en otras
parejas sexuales y de este modo se produce la adicción al sexo.
Los hipersexuales pueden tener problemas laborales, familiares, económicos
y sociales. Su deseo sexual les obliga a acudir frecuentemente a prostíbulos,
comprar artículos pornográficos, buscar páginas
sexuales en Internet, realizar con frecuencia llamadas a líneas
eróticas, buscar el contacto sexual mediante citas a ciegas, entregarse al sexo
ocasional con desconocidos, sexo con animales (zoofilia),
etc., y hacen que su vida gire en torno al sexo.
Ninfomanía y satiriasis
El concepto de hipersexualidad sustituye los antiguos conceptos de
«ninfomanía», (furor uterino) y de «satiriasis». La ninfomanía se consideraba
un trastorno psicológico exclusivamente femenino caracterizado por una libido muy activa y
una obsesión con el sexo. En los hombres el trastorno
era llamado satiriasis
y a quien la padecía se le denominaba sátiro o
satiriaco (no confundir con satírico).
Actualmente, los términos ninfomanía
y satiriasis no aparecen como
trastornos específicos en el Manual
estadístico y diagnóstico de los trastornos mentales (DSM-IV), aunque sí
siguen apareciendo en la Clasificación Internacional
de Enfermedades (CIE-10).
El umbral para lo que constituye la hipersexualidad está sujeto al debate,
y los críticos preguntan si puede existir un umbral diagnóstico.[cita requerida] El deseo
sexual varía considerablemente en los humanos; lo que una persona
consideraría deseo sexual normal podría entenderlo otra persona como excesivo e
incluso otra como bajo.
El consenso entre quienes consideran la hipersexualidad un trastorno es que
el umbral se alcanza cuando el comportamiento causa incomodidad o impide el
funcionamiento social.[cita requerida]
La hipersexualidad también se manifiesta en individuos sanos, y se presenta
por cortos periodos en que la testosterona
o estradiol
presentan máximos niveles.[cita requerida]
La hipersexualidad puede expresarse también en quienes tienen trastornos
bipolares durante periodos de manía. Personas que padecen un trastorno
bipolar pueden presentar continuamente enormes oscilaciones en la libido, según
su estado de ánimo. Algunas veces esta necesidad psicológica de actividad
sexual es mucho más alta de lo que ellos reconocen como normal, y a veces está
muy por debajo de ello.
La hipersexualidad es una de las dependencias menos conocidas y visibles,
puesto que las personas que la padecen suelen mantenerla oculta y disimularla,
sobre todo con las personas conocidas (con quienes se muestran incluso como
tímidos). Se estima que hasta el 6 por ciento de la población lo padece, y que
sólo el 2 por ciento de las personas afectadas son mujeres.[cita requerida]