Tuesday, August 19, 2014

pequeños fragmentos de locura necesaria (1)


El valle de los avasallados

 

"Solo encuentro momentos verdaderamente felices en mi soledad. Mi soledad es mi palacio. Allí tengo mi cama, mi silla, mi viento y mi sol. Cuando estoy sentada fuera de mi soledad, estoy sentada en el exilio, estoy sentada en un país engañoso. Estoy orgullosa de mi palacio. Me entrego en cuerpo y alma por mantenerlo calmo, agradable y resplandeciente, como para recibir mariposas y aves. Si tuviera más orgullo aniquilaría con unos cuantos asesinatos a los que comprometen el bienestar de mi soledad, a los que hacen resoplar el odio en su chimenea, a los que cuelgan la tristeza de sus ventanas...Estoy sola. A veces me ausento de mi palacio. Los hay que entonces aprovechan para colarse. Tan pronto como regreso, los expulso. Cuando alguien entra en mi palacio, es porque he fallado en la vigilancia y me avergüenzo de ello..."
" Cuando lo ojos se abrieron la verdad, la mentira, quién sabe, resplandecieron, la ilusión invadió al hombre, las peores alucinaciones comenzaron a bullir dentro de las profundas montañas de las tinieblas, dentro del cálido rincón de su dios."

Réjean Ducharme
El valle de los avasallados


Spider



“Empiezo a escribir. Y mientras lo hago ocurre algo raro, el lápiz empieza a moverse por las tenues rayas azules de la página casi como si tuviera voluntad propia, casi como si mis recuerdos de los hechos anteriores a la tragedia de la calle Kitchener estuvieran contenidos no en el interior del áspero casco de cuero de esta cabeza mía sino en el propio lápiz, como si fueran pequeñas partículas apiñadas en una alta y delgada columna de grafito, que cruzan la página mientras mis dedos, como un motor, proporcionan el medio mecánico para su descarga. Cuando esto ocurre tengo la extraña sensación no de escribir sino de ser escrito, y ha llegado a despertar en mí sensaciones de terror, débiles al principio pero que aumentan día a día”.

Dennis Cleg, Spider
(fragmento de la novela Spider de Patrick McGrath)



Utopía: “La vida mágica de las luciérnagas”. 


  ¡Oh, la historia!...¡la historia!. A veces tengo la sensación de que las bocas del metro absorben lentamente las ganas de vivir, pero siempre de forma subliminal, ¡claro está!. El tipo de la 115 ya me puso sobre aviso hace algún tiempo; sí, era un tipo extraño el viejo Luis, pero muy amable y divertido. Siempre que se cepillaba los dientes exclamaba: ¡Oh, la historia… la buena historia…nunca te enseña cuando va a vomitar el viejo Luis, y menos aún si lo va a echar todo sobre tu bandeja de comida…! ¡oh, la historia!.

   Era entretenido observarle cuando mantenía una cierta lucidez. Recuerdo que tenía unas manos inmensas, podían coger cualquier cosa que se propusiera…, a veces le temblaban y él se ponía nervioso porque sabía que no podía hacer nada para controlarlo, que aquello escapaba a su voluntad. Cuando hablabas con él unas cuantas horas un extraño sabor se apoderaba de tu boca, como si hubieses bebido cinco o seis vasos de manzanilla seguidos apenas sin respirar. Era agradable. Después, al cabo de algún tiempo me fue cogiendo confianza y me contó su gran secreto, que estaba escribiendo un libro que se llamaba “Utopía: la vida mágica de las luciérnagas”. Según él llevaba más de trece años observándolas, sobre todo a altas horas de la noche, cuando los vigilantes, -los “otros”-, dormían. Después, bebió un trago de agua y se quedó dormido. Realmente, el viejo Luis era un tipo fascinante.

   Luego vino lo de su traslado, pero eso era ya otra historia. Me contaron que gritó bastante cuando quemaron su libro sobre las luciérnagas. A los “otros” no les gustaba que tuviéramos ideas propias. Pero, tiempo después el viejo Luis se quedó mudo, es decir, decidió dejar de hablar. Lo otro, lo que vino después, ya son meras habladurías, conjeturas y suposiciones,  (ya se sabe lo que puede deformar la realidad lo del boca a boca). Se dice que se lanzó desde una de las ventanas de la enfermería de su pabellón (en un sexto piso) con las manos extendidas y una linterna encendida atada a los pies y la cara sonriente. Se rompió la cabeza al chocar contra el asfalto, pero eso él no lo supo jamás.

   Sí, realmente el tipo de la 115 había sido un tipo único. ¡Ah, también estaba lo de las goteras y lo de las telarañas en las paredes!. El viejo Luis, -antes de irse para siempre a Utopía-, solía hablar de ello al tiempo que arrimaba el oído a la pared para escuchar los movimientos casi imperceptibles de las arañas. Yo le comenté en cierta ocasión que había visto algunas en los lavabos y él me lo confirmó. Él era así, siempre te daba la razón, incluso en las cosas más absurdas. Aunque ése no era el caso de las arañas, además como él afirmaba: “Ellos las ponen ahí a propósito, para volvernos locos”.

   Luego, después de escribir la última frase, cerré el libro y lo escondí en la almohada de mi habitación junto con el lápiz. Apagaron la luz y respiré aliviado. Nadie sabía mi secreto: que yo estaba siguiendo el libro que había comenzado el viejo Luis antes de convertirse en luciérnaga.

 
                                                                                  Fin   de la magia.
(de los diarios de Hezskha Lauzone) 
                                                                 1984-2010 José Manuel Vara

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