El valle de los avasallados
"Solo encuentro momentos verdaderamente felices en mi soledad. Mi
soledad es mi palacio. Allí tengo mi cama, mi silla, mi viento y mi sol.
Cuando estoy sentada fuera de mi soledad, estoy sentada en el exilio,
estoy sentada en un país engañoso. Estoy orgullosa de mi palacio. Me
entrego en cuerpo y alma por mantenerlo calmo, agradable y
resplandeciente, como para recibir mariposas y aves. Si tuviera más
orgullo aniquilaría con unos cuantos asesinatos a los que comprometen el
bienestar de mi soledad, a los que
hacen resoplar el odio en su chimenea, a los que cuelgan la tristeza de
sus ventanas...Estoy sola. A veces me ausento de mi palacio. Los hay que
entonces aprovechan para colarse. Tan pronto como regreso, los expulso.
Cuando alguien entra en mi palacio, es porque he fallado en la
vigilancia y me avergüenzo de ello..."
" Cuando lo ojos se abrieron la verdad, la mentira, quién sabe, resplandecieron, la ilusión invadió al hombre, las peores alucinaciones comenzaron a bullir dentro de las profundas montañas de las tinieblas, dentro del cálido rincón de su dios."
" Cuando lo ojos se abrieron la verdad, la mentira, quién sabe, resplandecieron, la ilusión invadió al hombre, las peores alucinaciones comenzaron a bullir dentro de las profundas montañas de las tinieblas, dentro del cálido rincón de su dios."
Réjean Ducharme
El valle de los avasallados
Spider
Dennis Cleg, Spider
(fragmento de la novela Spider de Patrick McGrath)
Fin de la magia.
1984-2010 José Manuel Vara
El valle de los avasallados
Spider
“Empiezo a escribir. Y mientras lo hago ocurre algo raro, el lápiz
empieza a moverse por las tenues rayas azules de la página casi como si
tuviera voluntad propia, casi como si mis recuerdos de los hechos
anteriores a la tragedia de la calle Kitchener estuvieran contenidos no
en el interior del áspero casco de cuero de esta cabeza mía sino en el
propio lápiz, como si fueran pequeñas partículas apiñadas en una alta y
delgada columna de grafito, que cruzan la página mientras mis dedos,
como un motor, proporcionan el medio mecánico para su descarga. Cuando
esto ocurre tengo la extraña sensación no de escribir sino de ser
escrito, y ha llegado a despertar en mí sensaciones de terror, débiles
al principio pero que aumentan día a día”.
Dennis Cleg, Spider
(fragmento de la novela Spider de Patrick McGrath)
Utopía: “La vida mágica de las luciérnagas”.
¡Oh, la historia!...¡la historia!. A veces tengo la sensación de que
las bocas del metro absorben lentamente las ganas de vivir, pero siempre
de forma subliminal, ¡claro está!. El tipo de la 115 ya me puso sobre
aviso hace algún tiempo; sí, era un tipo extraño el viejo Luis, pero muy
amable y divertido. Siempre que se cepillaba los dientes exclamaba: ¡Oh,
la historia… la buena historia…nunca te enseña cuando va a vomitar el
viejo Luis, y menos aún si lo va a echar todo sobre tu bandeja de
comida…! ¡oh, la historia!.
Era
entretenido observarle cuando mantenía una cierta lucidez. Recuerdo que
tenía unas manos inmensas, podían coger cualquier cosa que se
propusiera…, a veces le temblaban y él se ponía nervioso porque sabía
que no podía hacer nada para controlarlo, que aquello escapaba a su
voluntad. Cuando hablabas con él unas cuantas horas un extraño sabor se
apoderaba de tu boca, como si hubieses bebido cinco o seis vasos de
manzanilla seguidos apenas sin respirar. Era agradable. Después, al cabo
de algún tiempo me fue cogiendo confianza y me contó su gran secreto,
que estaba escribiendo un libro que se llamaba “Utopía: la vida mágica
de las luciérnagas”. Según él llevaba más de trece años observándolas,
sobre todo a altas horas de la noche, cuando los vigilantes, -los
“otros”-, dormían. Después, bebió un trago de agua y se quedó dormido.
Realmente, el viejo Luis era un tipo fascinante.
Luego vino lo de su traslado, pero eso era ya otra historia. Me
contaron que gritó bastante cuando quemaron su libro sobre las
luciérnagas. A los “otros” no les gustaba que tuviéramos ideas propias.
Pero, tiempo después el viejo Luis se quedó mudo, es decir, decidió
dejar de hablar. Lo otro, lo que vino después, ya son meras habladurías,
conjeturas y suposiciones, (ya se sabe lo que puede deformar la realidad lo del boca a boca).
Se dice que se lanzó desde una de las ventanas de la enfermería de su
pabellón (en un sexto piso) con las manos extendidas y una linterna
encendida atada a los pies y la cara sonriente. Se rompió la cabeza al
chocar contra el asfalto, pero eso él no lo supo jamás.
Sí, realmente el tipo de la 115 había sido un tipo único. ¡Ah, también
estaba lo de las goteras y lo de las telarañas en las paredes!. El viejo
Luis, -antes de irse para siempre a Utopía-,
solía hablar de ello al tiempo que arrimaba el oído a la pared para
escuchar los movimientos casi imperceptibles de las arañas. Yo le
comenté en cierta ocasión que había visto algunas en los lavabos y él me
lo confirmó. Él era así, siempre te daba la razón, incluso en las cosas
más absurdas. Aunque ése no era el caso de las arañas, además como él
afirmaba: “Ellos las ponen ahí a propósito, para volvernos locos”.
Luego, después de escribir la última frase, cerré el libro y lo escondí
en la almohada de mi habitación junto con el lápiz. Apagaron la luz y
respiré aliviado. Nadie sabía mi secreto: que yo estaba siguiendo el
libro que había comenzado el viejo Luis antes de convertirse en
luciérnaga.
(de los diarios de Hezskha Lauzone)
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