EPÍLOGO NO AUTORIZADO A REPÓKER
DE REINAS
(Gracias infinitas a Ana Patricia Moya, que me pidió un epílogo y me permitió leer en primicia este tremendo libro. Que luego no se incluyera el texto es lo de menos)
1.
A MODO DE EPÍLOGO PARA REPÓkER DE REINAS.
Repóquer, repóker
1.
nombre
masculino
En el juego del póquer, combinación de
cinco cartas o cinco dados del mismo valor.
“Las
antologías exclusivamente de mujeres poetas son un apartheid, una segregación
que no sirve para vender más libros, ni para que se lea a más mujeres, ni para
dar voz a nadie. No nos engañemos, son pura apariencia. Y opino que ojalá dejen
de hacernos comulgar con ruedas de molinos. Que llamemos a las cosas por su
nombre.”
Nares Montero
Si
me paro a pensar en cual es el factor
que une todo esto, lo que de alguna manera establece un vínculo que quizá sólo
tiene sentido dentro de mi cabeza es el trauma. Trauma como rompecabezas
anárquico en esencia. No quiero decir con ello que todas las chicas de repóquer
de reinas estén traumadas, pero sí que he apreciado algo en su arte que parece
nutrirse de ello, del trauma… o de lo que Crista Smith apunta en su frase: "Eyacular el poema perfecto que
derrumbe y destroce al paraíso oscuro de la pérdida".
Ana
Patricia Moya me pide que haga un epílogo para este libro, para este repóquer
de reinas, esa combinación de escritoras con el mismo valor… a saber: Ada
Menéndez, Ana Vega, Lucía de Fraga, la propia Ana Patricia Moya y Layla. Pues
si eso es lo que quiere ahí va:
Reina 1: Ada Menéndez. “La noche del cazador”.
Esta
es la noche del guateque, esta es la noche del cazador. Esta es la noche en que
jugamos a la ruleta rusa todos los veteranos del Vietnam. Esta es la noche en
la que yo, mujer educada y contundente, les hablo despacio como sólo se le
habla a un niño, después de una invitación al vacío en los ojos del mar muerto.
Esta es la noche. Esa noche.
Esta
es la noche de aporrear baquetas invisibles sobre espacios tímidos donde mis
piernas sólo están abiertas para ti y para todos los veteranos del Vietnam que
juegan a la ruleta rusa la noche del cazador, mientras la Dolce Vita de Fellini
se cobija bajo mi árbol en esta fiera noche de tormenta, donde los adioses son
y serán sólo para siempre. Esta es la noche. Esa noche.
Esta
es la noche donde pondremos el taxímetro a cero y ofertaremos nuestros cuerpos
desnudos sin caretas, sin roles, sin nombre ni apellidos, ni huella digital, ya
que esta es, definitivamente, la noche. La noche del cazador. Y el cargador
está repleto de balas. Esta es la noche. Esa noche en que jugamos a la ruleta
rusa todos los veteranos del Vietnam. La noche donde se cuaja el ansia, el
ansia de no tener.
Reina 2: Ana Vega. “El ansia de no tener, del
abandono a secas”
El
ansia de no tener, del abandono a secas. La sombría ausencia de quien existe
tanto, pero no está. La ausencia. La carencia en sí. La nada absoluta. Números
que no sirven y no querer ver nada más. La ausencia. Herida. Rota. Ausencia del
gesto. La nada. Gritar sin voz. No saber nombrar. Números que no sirven una vez
más y haber olvidado cómo se quiere. No sentir porque yo, carne y sangre de tu
vida, guardo la memoria de tu adiós en mi regazo, junto al ansia de no tener,
del abandono a secas, con esa sensación de batalla perdida. Cuando siento que
poco a poco nada tiene sentido, salvo para los locos, los salvajes, los que no
se dejan domesticar,
(los más cuerdos entonces)
que tienen el triunfo asegurado. Benditos
sean aquellos que han logrado sobrevivir al destierro. Ese destierro. Ese ansia
de no tener, del abandono a secas. Benditos como ese momento, que todo hombre y
toda mujer deben superar, ese momento posterior al adiós extremo en que el alma
sufre un estado muy particular, más allá del ansia. El ansia de no tener, del
abandono a secas. Y tal vez sea esta noche donde pondremos los taxímetros a
cero para jugar a la ruleta rusa con los veteranos del Vietnam.
Reina 3: Lucía de Fraga. “Mírame”.
Mírame. Más allá del revolver cargado de balas que usan los veteranos de
ese Vietnam cada vez más ausente, y más cercano del abandono a secas. Por eso
te digo: mírame. No te avergüences de
mi impúdica figura. No ladees la cabeza y clava en mí tu mirada más
concupiscente. Mírame con los ojos febriles del adolescente. Te ha vencido el
veneno de la hermosa flor abierta para ti, sólo para ti. Mírame con la boca del
sediento en medio del mar, porque, en el fondo, sabes lo que soy: una sirena
que escapa a sus eslabones, aunque en tu deseo me comas el alma. Y aunque yo ya
no sienta nada cuando con tu mano buscas el milagro de mis bragas mojadas
debajo de la falda. Mírame, porque yo ya no soy tu esclava, ni tu sumisa amante.
Mírame, te digo, ya que ahora soy la mujer con alas de cuervo, la que destila
lágrimas negras y borrosas al final de una función sin público, la que se ganó
a pulso el falso título de “mujer fatal” y todos la creyeron… y que, en el
fondo, no es más que una niña asustada, sola en una caverna de sombras donde
consiguió vencer al miedo. Sola, como siempre. Por eso te lo pido, que me
mires. A los ojos. Al centro del huracán de mis pupilas, porque ahora esa
mirada, la mía, es la que hace temblar al Infierno. Mírame. Y sucumbe al veneno
de mi hermosa flor abierta en canal para ti, ya que yo también soy de las que
siento que poco a poco nada tiene sentido, salvo para los locos, los salvajes,
los que no se dejan domesticar,
(los más cuerdos entonces)
que tienen el triunfo asegurado.
Reina 4: Ana Patricia Moya. “Sólo tengo lo
necesario”.
(Suena el eco sordo de un disparo)
Sólo
tengo lo necesario esta madrugada de los falsos poetas porque ya llegué al
final del camino honesto. Sólo tengo la deslealtad de los antiguos amores
porque de ahí brota la pureza del poema desnudo. Sólo tengo un abrazo infinito
que te ampare de este perpetuo invierno, porque hice todo lo que tenía que
hacer.
-Jugué a la ruleta rusa con todos los veteranos del Vietnam.
-Guardé la memoria de tu adiós en mi regazo.
-Ser una niña asustada, sola en una caverna
de sombras donde conseguí vencer al miedo.
(porque hice todo lo que tenía que hacer)
sólo
tengo el recuerdo de la existencia del principito como la mayor mentira de mi
infancia. Y sólo tengo la sensación, como dijo Peter Pan, de que sólo los
desamparados son dueños de la poesía más pura, que es aquella que brota del
dolor. Y, también, de que los adultos son niños eternos que tratan a hombres y
mujeres como muñecos rotos exiliados en un sucio trastero de desilusión, porque
yo ya hice mi parte, porque yo ya hice todo lo que tenía que hacer, que no es
otra cosa que pensar que sólo tengo lo necesario en esta madrugada cuajada de
falsos poetas, puesto que ya llegué al final del camino honesto, ese camino
donde brota la pureza del poema desnudo, ese que te hace fuerte. Si, sólo tengo
lo necesario para decir que lo tengo. Y ofertaremos nuestros cuerpos desnudos
sin caretas, sin roles, sin nombre ni apellidos, ni huella digital, ya que esta
es, definitivamente, la noche. La noche del cazador, donde nada tiene sentido,
salvo para los locos, los salvajes, los que no se dejan domesticar.
Reina 5: Layla (repóquer de reinas) “Somos
niños alucinados expuestos a fiebres perversas”
Somos niños alucinados expuestos a fiebres
perversas. Somos Los suicidas entran en la muerte con las manos amputadas por
el peso de los candiles.
(los suicidas son obligados a arrastrar
decenas de cencerros atados a sus botas, de ahí que los médicos practiquen
sangrías a los melancólicos que acarician sogas cuando cae la noche)
Somos las interferencias del televisor. Somos los caballos de la locura
que no has de temer. Y como cada noche, las cabezas de los poetas mexicanos
susurraban un veneno distinto a la muchacha, la muchacha que había sido niña
asustada, sola en una caverna de sombras donde consiguió vencer al miedo. Sola,
como siempre. Como esos niños alucinados expuestos a fiebres perversas de
veteranos del Vietnam.
Somos los ángeles de alas membranosas que habían atado a las muchachas a
las vías del tren y antes de eso a postes bajo los que encendían hogueras.
Somos los ángeles de rodillas supurantes seguían corriendo por los tejados
hasta que llegaba una tormenta. Somos vacilantes como los escritores ciegos
vestidos por sus madres o los ancianos que dejan crecer sus cabellos y los
arrastran por el suelo y los guardan en los cajones de su mesilla de noche. Somos
la costumbre de los muertos de murmurar en la tumba los días de tormenta. Somos
la excesiva producción de polen de las adormideras. Somos la domesticación de
las babosas en medio del invierno. Somos las ideas de suicidio que crecían en
la cabeza de las enfermeras.
Somos, en definitiva, la noche del guateque, la noche del cazador. Somos
la noche en que jugamos a la ruleta rusa todos los veteranos del Vietnam, donde
nada parece tener sentido, salvo para los locos, los salvajes, los que no se
dejan domesticar.
José Manuel
Vara
9 de Marzo
del 2016
-
2.
EPÍLOGO NO AUTORIZADO A REPÓKER
DE REINAS
Libro coordinado por Ana Patricia Moya
Subtítulo:
Volver
y escapar de la densidad de la comunicación cero, pero aparente.
El placer. El placer de regresar al útero de
lo casi invisible.
Escapar de la densidad de la comunicación
cero, pero aparente. Black Mirror. El principio del fin.
Volver a ese momento íntimo...
A esa poesía descarnada escrita por mujeres
que son fieras de sí mismas. Fieras de una sociedad que no derrama una lágrima
por ellas.
Hace poco me han invitado a hacer un epílogo
para un libro de 5 poetas. Intensas, tremendas, sinceras, viscerales o no, pero
auténticas e incorruptibles. Sí, En breve se editará un libro digital
cojonudamente ovárico... 5 poetas, 5 maneras de ver el mundo, 5 vísceras
desparramadas en forma de verso o de letra manchada de emoción y desgarro...
El primer acercamiento al epílogo lo he
hecho visceral, pero no sirve. El poder de lo convencional nos seduce. Pero,
recuerdo que dejé de ser convencional hace años... y desde que trabajo en lo
que trabajo le he perdido completamente la pista a esa palabra... a ese término
que huele a "convencional". Pero, entiendo a la editora, ese diamante
en bruto en medio de la mediocridad del momento actual que vivimos en que TODO
EL MUNDO DICE QUE ES POETA...
De hecho, yo en breve, dejo un club al que
quiero mucho... pero, todo en la vida son ciclos y hay que reconocer cuando
llega el tuyo, tu propio fin... como buen "esquimal de los de
antes"... ese harakiri emocional, ese ave fénix que, en el fondo, renuncia
a serlo...
Ya no hay generaciones, generaciones de
nuevos escritores que digan algo que conmueva a la humanidad, porque la
humanidad murió, ya que sólo quedamos cuatro que en el metro leemos libros...
ese volver a leer, ese redescubrir el placer del escapismo que la ficción puede
proporcionarnos... todavía... ese volverr
y escapar de la densidad de la comunicación cero, pero aparente.
Volver a ese momento íntimo.
Y NO DIRÉ NOMBRES ESTA VEZ, como en esa
película aparentemente francesa donde los amantes follan sin decirse los
nombres... porque lo de debajo de la piel quema... de forma
irreversible.
¿Y qué coño dicen esas poetas que lo son?
Cosas como las que siguen:
"Somos
niños alucinados expuestos a fiebres perversas. Somos la excesiva producción de
polen de las adormideras. Somos la domesticación de las babosas en medio del
invierno. Somos las ideas de suicidio que crecían en la cabeza de las
enfermeras. Somos la noche en que jugamos a la ruleta rusa todos los veteranos
del Vietnam, donde nada parece tener sentido, salvo para los locos, los
salvajes, los que no se dejan domesticar."
Y yo aquí, sentado frente a esta pantalla de
ordenador absurdo no dejo de pensar en el entramado neuronal de estas poetas,
tan brutales, tan descarnadas, tan sabias, tan sinceras...
Y doy las gracias por ciertas propuestas que me hacen abrir universos olvidados
en otras redes alternativas, que no dejan de serlo porque el abismo de la
fagocitación infinita se abra a nuestros pies, tan frágiles, tan ansiosos de
tierra fértil y caliente, que cobije nuestras miserias... esas que ciertas
poetas abonaron para hacernos la vida más llevadera... esa vida saturada de
poesía emocional tan necesaria como la idea de "Eyacular el poema perfecto
que derrumbe y destroce al paraíso oscuro de la pérdida", que diría mi
querida y respetada Crista Smith.
Gracias intensas a Ana Patricia Moya, por tener el honor de descubrir
universos al alcance de ojos inquietos, aventureros y arriesgados.
¿Y qué coño dicen
esas poetas que lo son?
Ada Menéndez,
Ana Patricia Moya, Ana Vega,
Lucía Fraga y Layla Martínez.
Quizá nos digan cosas como las que siguen:
Esta es la noche en la que yo, mujer educada y contundente, les hablo
despacio como sólo se le habla a un niño, después de una invitación al vacío en
los ojos del mar muerto. Esta es la noche. Esa noche. La noche donde se cuaja
el ansia, el ansia de no tener. La sombría ausencia de quien existe tanto, pero
no está. La ausencia. La carencia en sí. La nada absoluta. Cuando siento que
poco a poco nada tiene sentido, salvo para los locos, los salvajes, los que no
se dejan domesticar,
(los más cuerdos entonces)
que tienen el triunfo asegurado. Y aunque yo ya no sienta nada cuando
con tu mano buscas el milagro de mis bragas mojadas debajo de la falda. Mírame,
por eso te lo pido, que me mires. A los ojos. Al centro del huracán de mis
pupilas, porque ahora esa mirada, la mía, es la que hace temblar al Infierno.
Mírame.
(Suena el eco sordo de un disparo)
Sólo tengo lo necesario esta madrugada de los falsos poetas porque ya
llegué al final del camino honesto. Sólo tengo la deslealtad de los antiguos
amores porque de ahí brota la pureza del poema desnudo. Sólo tengo un abrazo
infinito que te ampare de este perpetuo invierno, porque hice todo lo que tenía
que hacer.
(porque hice todo lo que tenía que hacer)
sólo tengo el recuerdo de la existencia del principito como la mayor
mentira de mi infancia. Y sólo tengo la sensación, como dijo Peter Pan, de que
sólo los desamparados son dueños de la poesía más pura, que es aquella que
brota del dolor. Y, también, de que los adultos son niños eternos. Somos niños alucinados expuestos a fiebres
perversas. Somos Los suicidas entran en la muerte con las manos amputadas por
el peso de los candiles.
(los suicidas son obligados a arrastrar decenas de cencerros atados a
sus botas, de ahí que los médicos practiquen sangrías a los melancólicos que
acarician sogas cuando cae la noche)
Somos las interferencias del televisor. Somos los caballos de la locura
que no has de temer. Y como cada noche, las cabezas de los poetas mexicanos
susurraban un veneno distinto a la muchacha, la muchacha que había sido niña
asustada, sola en una caverna de sombras donde consiguió vencer al miedo. Sola,
como siempre. Como esos niños alucinados expuestos a fiebres perversas de
veteranos del Vietnam.
Y ahora
es cuando llega ese preciso momento en que te toca elegir ficha y descubrir a
la poeta y lo que se esconde detrás de su verbo, mientras recuerdo las palabras
de aquella que decía que la poesía no es otra cosa que "eyacular
el poema perfecto que derrumbe y destroce al paraíso oscuro de la
pérdida".
Y ahí lo dejo. Como frase elegida
para este renacimiento extraño, pero renacimiento a fin de cuentas, mientras
Nick Cave lo da todo en los cascos con su blues triste, pero certero. Triste y
necesario.
Y si tienen la
suerte de haber llegado hasta este libro disfruten del momento, porque nunca se
sabe, Y gracias a las cinco poetas (seis si incluimos a la de la cita, no menos
importante en este preciso instante etílico y creativo y solitario y de
tormenta nocturna en mi cerebro...) por su verbo caliente, aunque doloroso en
ciertos momentos, ya que la poesía no es otra cosa que dolor. Y sinceridad. Esa
que no gusta.
Gracias a esas poetas, porque la
hipocresía social, gracias a ellas, aún no ha conseguido dejarme ciego.
José Manuel Vara
16 de Marzo
del 2016 en un precioso y necesario día de lluvia