Saturday, September 01, 2007

El hombre de los seis dedos en las manos. Relato de Vara.


El hombre de los seis dedos en las manos

El hombre era delgado y estrecho de hombros, tan estrecho que podía colarse por cualquier grieta que hubiera en las paredes o en los techos. Más de una vez, aquella cualidad había provocado algún que otro infarto entre sus vecinos, que todavía no estaban acostumbrados a tales apariciones o desapariciones. Bien, como decíamos, el hombre era delgado, de aspecto desaliñado e incluso sucio en contadas ocasiones. Su truco es que sabía usar con gran acierto todo tipo de colonias y desodorantes para ocultar o, al menos, enturbiar el nauseabundo olor que salía por todos y cada uno de sus poros. Sus cejas eran espesas y no había separación entre ellas, lo cual le daba un aspecto muy animal. De hecho, había algunos que dudaban de que fuera humano. Pero, eso eran ya pensamientos delirantes provocados, sin duda, por la visión de teleseries tipo Expediente X. No había que darles la mayor importancia. Pues eso, sigamos: su mirada era triste y su boca aparecía torcida en una extraña mueca de asco perpetuo. En definitiva, aquel tipo no caía bien ni a Dios. Luego, estaba lo de los seis dedos. Sí, tenía seis dedos en las manos. Pero, lo curioso es que todos los dedos eran pulgares. Y aquello si que era podidamente raro. Al hablar también producía curiosos gorgoritos provocados por una malformación en sus cuerdas vocales. “Un caso entre un billón” –solían decir los médicos. Pues eso, el hombre de los seis dedos se ganaba la vida vendiendo biblias de puerta en puerta. Al menos, eso era lo que el decía. Pero, lo cierto es que nadie jamás le había comprado una. Era extraño, sí. Pero, todos le llamábamos cuando se nos atrancaban los desagües. Entonces, aparecía vestido con su mono azul y se ponía manos a la obra. Se iba al lavabo y se metía de cabeza por la taza del wáter. Al momento, el desagüe quedaba libre por completo. Luego, no volvíamos a saber de él hasta el cabo de unos días, hasta que volvía con su traje y sus biblias. Nadie sabía por dónde salía del desagüe. Nadie sabía dónde vivía ni de qué. Éramos unos putos egoístas, sólo lo llamábamos cuando teníamos las tuberías atascadas. Ya teníamos bastante con nuestros propios problemas. ¿A quién coño le importaba un tío que tenía seis dedos en cada mano y encima pulgares?. Así es la vida.

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