Meshes Of The Afternoon
Cargado por cinefalo
LA VERDAD DE LA FLOR
La flor es ese objeto que circula entre todas las figuras del relato: del sujeto de la enunciación a los sujetos del enunciado.
Se podría decir que la flor, en el relato de “Meshes of the afternoon”, tiene la misma función que la carta del cuento de Edgar Allan Poe, “La carta robada”, que analiza J. Lacan en “El seminario II”: “Es un símbolo desplazándose en estado puro, al que no es posible rozar sin ser de inmediato apresado en el juego.” Un juego que atrapa y arrastra a los personajes por algo que “domina con creces sus particulares individualidades”. O dicho en otros términos, la flor, como la carta del cuento de Poe, “es, (tal y como señala Lacan), para cada uno de los personajes del relato su inconsciente.”
Ahí radica la importancia de ese objeto dejado en campo, a modo de don, por el sujeto de la enunciación.
La flor es el inconsciente, ese agujero en espiral donde se esconde la verdad del sujeto. Pero, a veces, encontrar la verdad arrastra al sujeto a la muerte o a la locura.
¿Y no es cierto que al final vemos a la protagonista muerta con los trozos de un espejo?
El espejo, ese objeto que simboliza el espejismo de la unidad, es paradójicamente fragmentado para rasgar la yugular de la protagonista.
Todo se inicia con esa flor depositada en campo por el sujeto de la enunciación y que recoge el sujeto del enunciado. A partir de aquí, la flor, entre las manos de los personajes, inicia el trayecto en el espacio de la casa -interior (salón-comedor)/exterior (jardín). Un trayecto físico que connotará un trayecto hacia lo real de la flor: metamorfosis de la flor en cuchillo, en espejo fragmentado. La flor, ese objeto que punza, que rasga la verdad de ese sujeto femenino: la impotencia para ver(se) “otro”.
Como dice Georges Bataille, “somos seres discontinuos, individuos que mueren aisladamente en una aventura ininteligible; pero nos queda la nostalgia de la continuidad perdida.”
“Meshes of the afternoon” enuncia esa mirada melancólica sobre la unidad perdida, literalmente reflejada en ese plano cargado de plasticidad donde la protagonista mira a través de la ventana a esa figura vestida de negro que lleva la flor. Unidad irrecuperable, nostalgia de completud que lleva a la protagonista a la muerte.
La protagonista no puede saber de la discontinuidad de su ser, de su propia diferencia del “Otro” de su yo, o del “otro” masculino. O por lo menos, no puede integrar de manera simbólica la discontinuidad del sujeto; por eso la flor, ese don otorgado por la enunciación, se convierte en cuchillo siniestro para rasgar al protagonista, al otro masculino, cuando intenta acariciarla.
Al comienzo, en el primer plano está la flor -la incertidumbre, el inconsciente-, al final, en el último plano se halla la muerte - la certidumbre, el consciente-, y en medio toda una estructura narrativa circular que no ha podido evitar ese trágico suicidio.
(Tomado de tramayfondo.com)