Tuesday, June 28, 2011

Francesca Woodman, por Denisse Sánchez.




Video Cordura:




Cordura, no me abandones ahora, hoy no me apetece flotar entre nubes, Ni quiero ser juguete constante del miedo a despertar y respirar colores. Hoy no bebí el café de la mañana, me sabía a concreto. Los pájaros en el marco de la ventana me taladraron las orejas. Este disfraz de piel ya no me permite esconderme. Espero fugarme por el drenaje .Partiré en busca de la luz proyectada al interior de mis fosas nasales. No quiero sentir esos enormes grillos que raspan con su patas la punta de mi lengua. Por favor, No te rías, No seas infame. Te suplico que no me dejes mirando por la fisura en la madera de la puerta. Pues ya no quiero volver ahí, a la humedad, al goteo, a la angustia que genera el pensar que el cielo es el lavabo. No pretendo que la dolorosa luz me sorprenda aferrada a mis viejas sabanas. Imploro que no me dejes aquí, intentado encontrarte en el espejo roto. ¿Es que no ves que ya no quiero dialogar con el lápiz labial? Por favor, no permitas que le haga al amor al papel tapiz, ni que el piso me bese la espalda. Temo salir en tu búsqueda, y extraviarme entre botellas vacías o, en el intento de fumarte, descubrir que te has marchado junto con el humo muerto. No me impongas al olvido como único compañero. Bien sabes que el silencio pesa mucho más cuando uno mismo es ausencia. Hoy, le temo a la ira que habita en esas pausas, entre la respiración. Por favor, que ya voy sintiendo como mis parpados se secan. Y es que hoy estoy hecha de meros artificios. Hoy soy muro. Hoy Soy umbral. Te suplico cordura, que esta noche No dejes con esa otra yo. Esa, la que espera el momento oportuno para inhalarme a través de la pared.









Ayer por la tarde soñé que mil palabras afiladas trepanaban mi conciencia, mientras un espectro de color sustituía el vacío entre las partículas de oxigeno. Observé cuatro tornillos de fuego sujetando un ancestral retablo de vírgenes suicidas, decorado principal en uno de los muros de la habitación en la que me encontraba, como siempre, desnuda, invisible, observando, como cada tarde, esa cama repleta de santos exudando por sus pieles carcomidas los estupefacientes del sueño pasado. Sentí sus voces retorciéndose en mi conducto auditivo, pulverizando uno de mis huesos lagrimales. Yo ahí, ante treinta y tres dioses de papel decorativo, mimetizándome entre innumerables mariposas atadas a mi carne por un hilo, enredándose en mi cabello, chocando una y otra vez contra la ventana semi cerrada.

Afuera, en el jardín, un cordero bisectado intentaba brincar la cerca, esparciendo sus vísceras al otro lado, en el decorando de una fiesta infantil. Recargué la cabeza en uno de los muros, y permanecí, por unos segundos, ahí, acurrucada junto a un pequeño ojo marrón, que me confesó estar a la espera de una caricia vespertina, un el rose del bisturí. En la pupila de cristal tenia impresa la imagen de una mujer con las piernas de cigüeña, junto un trio de sirenas varadas en la orilla de un plato de porcelana. Aun recuerdo como las uñas de mi mano izquierda se transmutaban en palabras afiladas. Fue cuando abrí los ojos.

Entonces me di cuenta de que en el suelo había quedado la presencia de un instante pasado, aquella imperfección que deja el impacto de un momento, una laceración, tan tenue , tan dócil, pero tan intensa como para romper el trato amable entre el tiempo y el espacio. No pude más que volver a sumergirme en la nostalgia , aquella que se desataba por la carencia del aire que inconsciente cree haberlo enterrado. Me vi las puntas de los zapatos, y comprendí que las cicatrices abiertas son así, acechadoras, como animales que, hambrientos, observan escondidos detrás de un mueble, entre los pliegues de la ropa, en el perfume, en el sabor, de una naranja, en el humor, en el rumor. En tanto que el suelo no se abra y me absorba junto con la habitación, permaneceré aquí, contemplando el sedimento que mi yo ausente ha dejado sobre la madera del suelo.

Foto: Denisse Sánchez


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