Prologo de la novela ’Coma’ de Fernando Blanco Inglés
COMA Y PUNTO
COMA Y PUNTO
Arquitectura de la pausa, del silencio bien construido a golpe de latidos como percusión única. Vacía de melodía. Niebla donde acotar realidades, para intuirlas después con cinceladas mágicas. Un péndulo que baila entre dos perspectivas, la impuesta y la verdadera, manchando a cada una de ellas con el perfume de la otra. Un columpio, un vaivén, puro movimiento estático. Se reducen casi todas las posibilidades de la naturaleza sintética, dotándose nada más de un sentido corpóreo. A través de él, y a modo de cordón umbilical, se alimentan e infectan las actividades neuronales y sensoriales de la obra literaria.
No me atrevo a aseverar que los planos a priori ejecutados, conformen la estructura impalpable del templo. Es más, sugiero que los factores aparentemente externos, erosionan los trazos originales (tal vez sólo grabados en el pensamiento del autor), otorgándole una delineación más cruel e incisiva, alterando las conclusiones nacidas del conocimiento, que tanta tendencia tienen a ser proyectadas bajo foco de equívoca analítica.Cuando la nieve se derrite sólo sabe que ha de llegar al mar. Desconoce el trayecto, pero lo cursa en su preciso momento. Desciende, se filtra, se estanca o se encauza. Sin premeditación, sin vanidad. Con amor a sí misma, eliminación de memoria y muerte: única moraleja fabulística, si cabe, ponderada por la balanza de la propia vida.
He aquí el alimento que no puede ser ingerido sin haber aprendido a cazarlo. Sin ese meritorio suceso, la mecánica del hastío se robotiza en criba constante de supervivencia. Suero para el zángano, carne para los leones... Coma, no por hambre ni por gula, hágalo en agradecimiento al movimiento orgánico. Coma lentamente, a ser posible, con la aguja clavada del alacrán rubio, para sentir el choque de las muelas, el descenso traqueal en fricción y la batalla en la plaza. Coma, para permitir gélida la absorción de la sangre. Coma, me digo a mí misma, en esa tercera persona que reina el vaporoso pedestal del espejismo de la educación. Con los residuos que el razonamiento no digirió, da Fernando Blanco de comer al misterio. Se me presentan sabores en forma cruda, unos desde la genuina estructura, otros disfrazados con ironía de guarnición, los más importantes aparecen y desaparecen vivitos y coleando. La digestión no es cómoda, cuando lo es no recordamos el laberinto instintivo. Y el rumor de los jugos gástricos no cantan nada que esté por inventar. Inevitablemente, y puestos a degustar, olvido la saciedad. El ingrediente estrella, pesado hasta imposibilitar otro pensamiento que la propia molestia, nos regala una evacuación que arrastra tóxicos olvidados, lastres de la memoria, agudizando el placer de defecar a su paso por el esfínter del saber mal enfocado.
Coma, para respirar hondo y no perder motricidad. Coma, para no ahogarnos y así rescatar ruinas sensoriales. Coma, para expirar lo respirado, tratando y maltratando la conciencia. Coma, para no comprar cruces a la vuelta de la esquina ni regalar penitencias. Coma, para mantener al horizonte siempre a la misma distancia, ya sea avanzando, retrocediendo o vegetando. Coma, para ponerle obstáculos al pasado. Coma, para vomitar las palabras que hasta ella se han escrito. Coma, para llegar al punto con los pulmones bien vestidos. El humo y la desnudez rigen valores parecidos.
Del tratado de la aspereza surge el sentido del humor. De tinta incestuosa, de reveses congénitos y golpes bajos por tanto mirar al cielo. De espejos diseccionados, carne adherida para los sementales del terror. De mirar a través y al revés, dolor del iris costumbrista. De sangre y arena, la primera como tal y la segunda como ángel, se embadurna el autor. El traje de luces se lo cede al Personaje, aguardando en sus sombras con capa. El animal sagrado está dentro de ti y tiene la forma que tus miedos le hayan otorgado. Es Coma, pues, una invitación. Sol que se filtra entre las cañas quemando las pestañas: ajusta los ojos hasta estar casi cerrados, y te ofrece contemplar brillantes y diminutas partículas, tocadas por la mágica luz del universo, acorde con el ángulo y la extensión de tu prisma hecho lágrima. Cuerpo desnudo, rostro cubierto. Realidad, tocada por la aguda perspectiva del volar. Irrealidad, angosta hechura donde acordonar los sucesos provocados por la fantasía hecha debilidad.
Cualquier entelequia erguida desde la inseguridad, la insatisfacción, la frustración o el complejo, será correspondida con altas dosis de dolor veterano, clásico. En contrapeso, la jactancia maleada desde la propia y subjetiva pureza del amor, hará de la realidad un vitral salpicado por todas las bellezas contenidas e inflamables, hoguera de maderas nobles, honestas astillas, resinas de sexo dorado y otras estrellas. Y elegantes llamas, pulverizando espacios y tiempos con su implacable desvinculación de la forma preestablecida. Así pues, coma fantasía y realidad según antoje su fisonomía, el Mago le corresponderá en consecuencia.
Un abanico de tallados árabes y flamencos, responsable directo de la ventilación asistida. De atributos bóvidos corriendo por sus venas se ha esculpido la parálisis. De tanto guarnir las mesas con ostentaciones superfluas, por anhelar argentas cuberterías de motivos tan barrocos como presuntuosos, por no encender las velas apropiadas (que no son otras que las propias, sagradas), se nos extingue la capacidad de devorar con hambre real. Esa carpanta que pongo en duda tenga y que aniquila, una vez en el yugo de la verdad más aplicable y contundente, todos los sabores que el amor supo desterrar, aún manifestándose ante nosotros como el más suculento de los banquetes vitales.
Señor Fernando Blanco, no hago de su regalo una receta: sólo una humilde cocina donde poner a fuego lento las huellas de sus migas dormidas, tan vivas.
Paula Grau
Los interesados en conseguir un ejemplar pueden escribir directamente a: fblancoingles@hotmail.com
No me atrevo a aseverar que los planos a priori ejecutados, conformen la estructura impalpable del templo. Es más, sugiero que los factores aparentemente externos, erosionan los trazos originales (tal vez sólo grabados en el pensamiento del autor), otorgándole una delineación más cruel e incisiva, alterando las conclusiones nacidas del conocimiento, que tanta tendencia tienen a ser proyectadas bajo foco de equívoca analítica.Cuando la nieve se derrite sólo sabe que ha de llegar al mar. Desconoce el trayecto, pero lo cursa en su preciso momento. Desciende, se filtra, se estanca o se encauza. Sin premeditación, sin vanidad. Con amor a sí misma, eliminación de memoria y muerte: única moraleja fabulística, si cabe, ponderada por la balanza de la propia vida.
He aquí el alimento que no puede ser ingerido sin haber aprendido a cazarlo. Sin ese meritorio suceso, la mecánica del hastío se robotiza en criba constante de supervivencia. Suero para el zángano, carne para los leones... Coma, no por hambre ni por gula, hágalo en agradecimiento al movimiento orgánico. Coma lentamente, a ser posible, con la aguja clavada del alacrán rubio, para sentir el choque de las muelas, el descenso traqueal en fricción y la batalla en la plaza. Coma, para permitir gélida la absorción de la sangre. Coma, me digo a mí misma, en esa tercera persona que reina el vaporoso pedestal del espejismo de la educación. Con los residuos que el razonamiento no digirió, da Fernando Blanco de comer al misterio. Se me presentan sabores en forma cruda, unos desde la genuina estructura, otros disfrazados con ironía de guarnición, los más importantes aparecen y desaparecen vivitos y coleando. La digestión no es cómoda, cuando lo es no recordamos el laberinto instintivo. Y el rumor de los jugos gástricos no cantan nada que esté por inventar. Inevitablemente, y puestos a degustar, olvido la saciedad. El ingrediente estrella, pesado hasta imposibilitar otro pensamiento que la propia molestia, nos regala una evacuación que arrastra tóxicos olvidados, lastres de la memoria, agudizando el placer de defecar a su paso por el esfínter del saber mal enfocado.
Coma, para respirar hondo y no perder motricidad. Coma, para no ahogarnos y así rescatar ruinas sensoriales. Coma, para expirar lo respirado, tratando y maltratando la conciencia. Coma, para no comprar cruces a la vuelta de la esquina ni regalar penitencias. Coma, para mantener al horizonte siempre a la misma distancia, ya sea avanzando, retrocediendo o vegetando. Coma, para ponerle obstáculos al pasado. Coma, para vomitar las palabras que hasta ella se han escrito. Coma, para llegar al punto con los pulmones bien vestidos. El humo y la desnudez rigen valores parecidos.
Del tratado de la aspereza surge el sentido del humor. De tinta incestuosa, de reveses congénitos y golpes bajos por tanto mirar al cielo. De espejos diseccionados, carne adherida para los sementales del terror. De mirar a través y al revés, dolor del iris costumbrista. De sangre y arena, la primera como tal y la segunda como ángel, se embadurna el autor. El traje de luces se lo cede al Personaje, aguardando en sus sombras con capa. El animal sagrado está dentro de ti y tiene la forma que tus miedos le hayan otorgado. Es Coma, pues, una invitación. Sol que se filtra entre las cañas quemando las pestañas: ajusta los ojos hasta estar casi cerrados, y te ofrece contemplar brillantes y diminutas partículas, tocadas por la mágica luz del universo, acorde con el ángulo y la extensión de tu prisma hecho lágrima. Cuerpo desnudo, rostro cubierto. Realidad, tocada por la aguda perspectiva del volar. Irrealidad, angosta hechura donde acordonar los sucesos provocados por la fantasía hecha debilidad.
Cualquier entelequia erguida desde la inseguridad, la insatisfacción, la frustración o el complejo, será correspondida con altas dosis de dolor veterano, clásico. En contrapeso, la jactancia maleada desde la propia y subjetiva pureza del amor, hará de la realidad un vitral salpicado por todas las bellezas contenidas e inflamables, hoguera de maderas nobles, honestas astillas, resinas de sexo dorado y otras estrellas. Y elegantes llamas, pulverizando espacios y tiempos con su implacable desvinculación de la forma preestablecida. Así pues, coma fantasía y realidad según antoje su fisonomía, el Mago le corresponderá en consecuencia.
Un abanico de tallados árabes y flamencos, responsable directo de la ventilación asistida. De atributos bóvidos corriendo por sus venas se ha esculpido la parálisis. De tanto guarnir las mesas con ostentaciones superfluas, por anhelar argentas cuberterías de motivos tan barrocos como presuntuosos, por no encender las velas apropiadas (que no son otras que las propias, sagradas), se nos extingue la capacidad de devorar con hambre real. Esa carpanta que pongo en duda tenga y que aniquila, una vez en el yugo de la verdad más aplicable y contundente, todos los sabores que el amor supo desterrar, aún manifestándose ante nosotros como el más suculento de los banquetes vitales.
Señor Fernando Blanco, no hago de su regalo una receta: sólo una humilde cocina donde poner a fuego lento las huellas de sus migas dormidas, tan vivas.
Paula Grau
Los interesados en conseguir un ejemplar pueden escribir directamente a: fblancoingles@hotmail.com
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