Sunday, January 29, 2012

Janet Frame

JANET FRAME

 
"La vida es un infierno, pero hay premios".
Janet Frame (Neozelanda, 1924-2004)

















Janet Frame al margen del alfabeto

Luisa Futoransky





De película

En los años cincuenta creían que normalizaban a los perturbados mentales imponiéndoles electroshocks. A Janet Frame le efectuaron unos 200. Fueron practicados por profesionales encarnizados, aplicados o indiferentes. Y ni con esas impidieron que menguara su pasión por la escritura.

La leyenda de su vida se alimenta de literatura. En 1952 está en la lista de operaciones inminentes del hospital Seacliff de Otago, Nueva Zelanda. Diagnóstico: (erróneo, sabremos más tarde) esquizofrenia. La cura propuesta es una lobotomía para facilitarle “la normalidad”. La madre, confusa y “horrorizada”, aceptó el dictamen y autorizó la operación.

Pero cuando nadie lo esperaba interviene el hada madrina de la literatura. Conceden a Lagoon (La laguna y otras historias), su primer libro, el premio más prestigioso del país.

Las autoridades del hospital interrumpieron la proyectada lobotomía. Que el cirujano Blake Palmer y la burocracia del hospital de Otago leyeran ese día en los periódicos la concesión del Hubert Church Memorial Prize a la internada Janet Frame es obra de prodigio.

Los crímenes que empiezan por “lo hice por tu bien”, porque ofrecen “darte una nueva personalidad” suelen ser irredentos por ser “argumentos convincentes que conducirán a que un hombre acepte su propia destrucción”, dirá después.



Para ubicarla en el tiempo el espacio

Nació un 28 de agosto de 1924 en Duneddin y se fue el 29 de enero de 2004, después de tanta agua que corriera bajo los puentes, en la misma ciudad.

Un ángel en mi mesa (1990) la película de Jane Campion, basada en los tres volúmenes de su autobiografía, fue premio especial del jurado del Festival de Venecia y la propulsó a la admiración internacional. A ella le arrancó el siguiente comentario: “Hasta la película de Jane Campion me conocían como la escritora loca. Ahora como la escritora loca y gorda”. Su especialidad, cultivada a lo largo de casi 80 años, fue desmenuzarlo todo, sin ahorrarse una sola espina. Así, nunca dejó de pensar en su amiga de aquella época, Nola, y en las otras a quienes no salvó de la lobotomía ningún premio de nada y siguieron convertidas, para siempre, en silenciosas zombies. “...Fue devuelta al grupo conocido como ‘las leucotomías’; les hablaban; las llevaban de paseo; las arreglaban con maquillaje y pañuelos de flores cubriendo sus cabezas rapadas. Eran silenciosas, dóciles; sus ojos eran grandes y oscuros, y sus caras pálidas”.

Las retrató en Faces on the Water (Rostros en el agua). Allí, una vez más, cuenta la locura por dentro. La protagonista no se llama ni Janet ni Nola sino Istina Mavet. Me pregunto: ¿sabría, a la hora de escribir, que en hebreo mavet es la palabra absoluta que designa la muerte? En esta novela comprueba que ni la locura definitiva ni la muerte llegan cuando se las busca ni convoca.



Como los escritores creían que sabían sentir y relatar (algunos creen todavía) cuánto siente una mujer en el parto o durante el orgasmo, los profesionales de la locura suelen reducir los casos clínicos a meros papers de congresos donde alardean sus conocimientos sobre la intimidad de los colifatos que cayeron en el mejor de los casos bajo sus lupas, y en el peor bajo sus garras. Experiencias, contraexperiencias, modas por oleadas. Psiquiatría y antipsiquiatría lo confirman. Frame en cambio instala su voz en otro mundo, el de los vencidos, en el revés mismo de la trama, detrás de las rejas, los sedantes, la camisa de fuerza: su testimonio es el de los cuerpos, del pensamiento encerrado en la prisión que es el loquero.

Los enfermos se dividen, aprenderá a sus expensas, en buenos enfermos, tocados y refractarios, que son los que, como ella, no dejan de pensar.

A estos últimos les tienden el electro, una trampa que se cierra “sobre las tinieblas del abismo”.



Eran cinco hermanos...

Verso melodramático de tango. En efecto, la familia Frame estuvo compuesta por cinco hijos. Un varón y cuatro mujeres.

El padre, obrero ferroviario, estuvo sujeto a frecuentes traslados. La madre, antes del nacimiento de Janet, fue durante un tiempo mucama de la familia de la escritora Katherine Mansfield.

La vida de los Frame quedó estigmatizada para siempre por varias tragedias: dos hijas, con diez años de diferencia, murieron ahogadas. El hermano fue epiléptico.

En su infancia se la rechaza por su físico ingrato, de joven la atormentan por su excesiva timidez. La dentadura, “el infierno de las encías”, no la ayuda para nada y el profesor de quien se enamora la convence, tras un torpe intento de suicidio donde ingiere un tubo de aspirinas, de que ingrese en el manicomio. Así lo hizo, pasando prácticamente ocho años internada en instituciones neuropsiquiátricas. Antes las llamaban menos eufemísticamente loqueros.

Esquizofrenia. Nunca se movieron del diagnóstico primero. Fueron agregando periódicamente sellos que corroboraban, tenaces, el error. Una suerte de pecado original.

Admitámoslo: como Janet era muy pobre fue considerada loca. Si hubiera nacido rica y en Londres la hubieran admirado y respetado por excéntrica.



Ella misma describe el tratamiento: “Las seis semanas que pasé en el hospital Seacliff en un mundo que nunca hubiera pensado que pudiera existir, fueron para mí un curso condensado de los horrores de la locura. Desde mis primeros momentos allí, supe que no podría volver a mi vida normal ni olvidar lo que vi. Muchos pacientes confinados en otros pabellones no tenían nombre, solo apodo; sin pasado, sin futuro, solo un Ahora encarcelado; una eterna tierra del presente, sin horizontes que la acompañen”.



De su diario:

“Ellos piensan que voy a ser maestra, pero voy a ser poeta.

En cuota de miedo, cada electro equivale a una ejecución.

Comprendí que era soñadora porque la realidad aparecía tan sórdida y baldía”.



Scented Gardens for the Blind, Jardines perfumados para los ciegos, relata las peripecias de una familia en decadencia que después se revela como el delirio de una mujer internada desde hace 30 años en un neuropsiquiátrico.



Segunda destacada intervención del hada madrina de los escribidores: al término de la pesadilla hospitalaria conoce al reputado cuentista Frank Sargeson, veinte años mayor que ella y mentor de la nueva camada de escritores neocelandeses y precursor de la liberación gay. Le presenta gente, alimenta su voracidad sin límites por la lectura y la persuade de que debe escribir a tiempo completo. Para que pueda hacerlo la instala en una cabaña dentro de su propiedad en Takapuna, al norte de Auckland. Al año terminó su primera novela Owls do cry (Los búhos lloran). No conforme con todo eso, Sargeson la convenció y ayudó a reunir el dinero suficiente para que viajara a Europa.

A la muerte de Sargeson, cuando se vendió el terreno que contenía la cabaña —la casa es hoy día un museo comunal—, ésta fue destruida pero la colcha de patchwork que en señal de agradecimiento le confeccionó Janet sigue ahí, desflecada, para que otros necesitados y frágiles de espíritu abriguen sueños, alejen y si pueden olviden, las pesadillas.



Volver para contarlo

El barco de Janet finalmente amarró en Inglaterra. Obligada estadía en París donde descubre cuánto malentendido puede traer consigo un idioma, aunque sea de prestigio, como el francés. Es hora, piensa, de buscar las luces del sur. A Barcelona pues. Ejemplo del infierno en que puede convertirse la traducción. En la estación de Austerlitz deposita sus valijas en la consigna con el lógico deseo, tal como aprendió que se hace en los aeropuertos, de recuperarlas en destino. Al trasbordar en la frontera al tren español le informan que consigne en el ferrocarril de Francia es otra cosa, es un mero depósito a término. Llega pues a España como literalmente quería Machado, “ligera de equipaje”. Sin nadie que la espere.



Recala una larga estadía en la Ibiza de los años cincuenta, isla de magia y de pobreza, isla sin cerrojos como los que traía puestos su propia vida. Aprendió allí sobre la guerra civil española de boca del campesino que le alquilaba su casa: “El caudillo puso ahí en fila a los comunistas y los fusiló, yo lo vi”, recogió.

Ruda y cándida admite que tiene 36 años e ignora hasta qué es masturbarse y ni hablar de lo sexual. Entonces aterriza en el panorama ibicenco Bernard, poeta norteamericano segundón. Cuenta, como es ella de rotunda, su primera noche con él: “Supe que había venido a eso”. Qué más.

Tras un tiempo vuelve sola a Londres donde busca trabajo de enfermera. Desde el vamos la rechazan por sus antecedentes mentales. De nuevo los estigmas, de nuevo pide voluntariamente que la internen esta vez en el hospital londinense De Maudsley. El hada se presenta por tercera vez a su puerta bajo la forma del médico Alan Miller, quien cuestiona el diagnóstico inicial afirmando que nunca padeció esquizofrenia. La insta a seguir un tratamiento psicoanalítico y exorcizar toda su travesía vertiendo con palabras la experiencia. La convence además de que ejerza la escritura en forma absoluta y definitiva.

Como lo exigen la fuerza mágica del número y los signos, tras siete novelas dedicadas a su psicoanalista R. H. Cawley volvió a su país siete años después. Como debe ser.

A partir de entonces se sucedieron premios, becas, residencias de escritores, condecoraciones, viajes y doctorados honoris causa pero también controversias sobre su obra y su persona. En suma las peripecias artísticas de normal administración.



Al margen del alfabeto

Encontré mi primer libro de la Frame hace más de cuarenta años en el estante de la biblioteca de alguien. Un libro de quiosco de estación. Cubierta oscura nada atrayente; un muchacho rubio sentado en una tranquera con un hatillo al hombro y una oveja al pie. En la contracubierta más ovejas. Al margen del alfabeto. Ninguna explicación. Nada que a uno le tiente y sin embargo.

Un par de subrayados míos de la época me explican un poco por qué me atrapó. Releerla fue revivir la cuota de dolor que incluye hasta la inocencia de la niñez. Rasguño sin cicatrizar, indeleble. Ya se trate de la aureola de sudor en un vestido de fiesta, la codicia por la propina de un cliente en la mesa que está sirviendo, una visita al dentista. Un arrorró. Un juego infantil. Balbuceos. El lenguaje corrosivo y compasivo. Nimiedades pero al límite de lo soportable. Flor de paradoja.

Hasta hoy. “Al margen del alfabeto todas las serpentinas se rompen. Es difícil vivir aquí”.

Tanto.



Postdata

Indispensables: La autobiografía de Janet Frame. Tres volúmenes agrupados bajo el título de Un ángel en mi mesa, el mismo que la lanzó al estrellato internacional y la película-culto de Jane Campion de 1990, que precedió en un año a otra también memorable: Una lección de piano.

Janet Frame tuvo en común además del signo astrológico, virgo, algo bien fuerte con Jorge Luis Borges. Se habló de ambos con frecuencia como una martingala, una fija para el premio Nobel de Literatura que nunca obtuvieron. O sí, al margen del alfabeto, en un planeta más benévolo, compasivo y a veces espléndido o divertido, qué tanto.

Todo a fojas cero. El sitio oficial de Janet Frame querella a Wikipedia por si cierto biógrafo que la considera autista tiene o no razón. O si tal historiador puede permitirse y con qué derecho cierta crítica. Los devotos que no saben encogerse de hombros murmurando “y eso a quién le importa” y hacerse a un lado, no rinden servicio alguno a la memoria de la Frame y mucho menos al lector, interlocutor único y responsable detrás del empeño mayor que es la página del libro que no se puede dejar.







PERFILES

Janet Frame



(28 de agosto de 1924 - 30 de enero de 2004)

Por Sergio Di Nucci

En los antípodas de las islas Británicas, Nueva Zelanda constituye un archipiélago cuya lejanía literaria triunfa sobre la geográfica. El destino de la novelista Janet Frame, quien murió discretamente el pasado 30 de enero, confirma estas distancias. Considerada en su país la escritora más representativa y a la vez la más irreductible, sólo fue conocida más allá de los límites patrios después del éxito del film Un ángel en mi mesa (1990) de Jane Campion, basado sobre los tres volúmenes de su autobiografía.

La imagen neocelandesa más frecuente concita maoríes rebeldes y disciplinado rugby. Nada de esto se encuentra fácilmente en los relatos de Frame. Su vida y su obra guardaron una relación inextricable, pero no menos antipódica. La locura y la muerte (nunca el amor) son la materia de la que están hechas las memorias y la ficción de Frame. Pero si en las primeras el tono es ligero, indulgente, humorístico incluso, en la segunda es feroz, implacable, pero también lúcido y como inexplicablemente racionalista.



OCHO AÑOS EN EL MANICOMIO

Una infancia más extraña y caótica que la de todos fue seguida por una adolescencia que tuvo su largo clímax en los ocho años que pasó encerrada en un manicomio, gracias a un diagnóstico erróneo de esquizofrenia.

El padre de Frame era obrero ferroviario en perpetua mudanza; su madre, una mucama que trabajó por un tiempo para la familia de Katherine Mansfield, la cuentista que murió asceta y tuberculosa en Fontainebleau en los brazos de su gurú Gurdjieff, un año antes de que naciera Frame. La pobreza, las deudas, la enfermedad y la tragedia fueron su vida cotidiana. Su hermano mayor vivía epiléptico y rutinariamente apaleado por el padre de Frame; su hermana mayor, Myrtle, se ahogó en una pileta a los 13 años; diez años más tarde, su hermana menor, Isabel, también se ahogó; su madre era de una secta cristiana que atribuía valor religioso a los objetos identificados de la vida diaria.

Frame fue una lectora voraz, y comparaba su vida con la de las hermanas Brontë. Era de una timidez que exacerbaban su pelo de un rojo zanahoria y sus dientes podridos. Estudió magisterio en Dunedin y empezó a estudiar psicología en la Universidad de Otago. En 1945, una inspectora entró a su clase para ver cómo enseñaba; Frame salió del aula para no volver nunca más. Pero siguió estudiando psicología. Una noche tomó aspirinas para suicidarse. A la mañana siguiente se levantó sin secuelas, y escribió un ensayo sobre su tentativa. Sus profesores decidieron que estaba loca.

La acción de la segunda novela de Frame, Rostros en el agua (1961), corresponde casi a la década siguiente que pasó en instituciones mentales. Entre los aullidos y sollozos de sus compañeras de internación, el sadismo de las enfermeras y los electroshocks, Frame consiguió terminar su colección de relatos La Laguna. En 1954 iban a someter a Frame a una lobotomía frontal. Uno de los cirujanos, sin embargo, supo del libro. “Decidí –le dijo– que usted se va a quedar como está.”



DAÑOS COLATERALES

Liberada del hospital, pero frágil por la medicación, fue “adoptada” por el escritor Frank Sargeson, cuyo nombre a veces se asocia con la gay liberation. Frame vivía en una cabaña en el jardín de Sargeson. Durante este período, trabajó en Las lechuzas lloran (1961), una novela sobre cuatro hijos de una familia indigente. A partir de 1956, pasó siete años en Inglaterra. Allí escribió Jardines perfumados para losciegos (1963), la narración de una familia en decadencia que después se revela como el delirio de una mujer internada desde hace 30 años en un neuropsiquiátrico.

De vuelta en Nueva Zelanda, publicó El hombre adaptable (1965), Estado de sitio (1967) y Los pájaros de la lluvia (1968). Esta última es la historia de un joven que se despierta del coma para descubrir que todos se habían resignado a que se muriera; antes que contentos por su recuperación, familia y amigos están fastidiados y desorientados.

El desierto de la alienación y la falta de compromiso afectivo son el tema central de toda la obra de Frame, que no obstante resulta inapresable y aun repugnante para el humanismo liberal o los particularismos reivindicacionistas. En Terapia intensiva (1970), Frame compuso una fábula moral y futurista dirigida a los movimientos sociales: las autoridades deciden suprimir a todos los marginales, pero los que sobreviven a la masacre ejercen después la peor de las dictaduras. Este resumen deja un sabor a dos demonios, que sólo la lectura de la obra desmiente.

Frame siguió escribiendo, y su prosa eufónica y personal alcanzó la fama literaria, primero nacional, y después en el entero ámbito de la lengua inglesa. Muchos describen Viviendo en el Manioto (1981) como su obra maestra. Los años noventa vieron la publicación de los tres volúmenes de su autobiografía. Fueron lo más cercano a una voz pública para esta escritora que vivía clandestina bajo un nombre falso, y que se rehusaba a las entrevistas.



Bugs eat books




sábado 22 de agosto de 2009

'Hacia otro verano' de Janet Frame



Oí hablar por primera vez de Janet Frame en la maravillosa película 'Un ángel en mi mesa' de Jane Campion, una película preciosa que se basa en la autobiografía de esta escritora neozelandesa. La película me cautivó por su tristeza y por su belleza. Pude palpar el dolor de Janet Frame. En su juventud, una depresión la diagnosticaron erróneamente como esquizofrenia y entonces pasó un largo periplo por psiquiátricos. Cuando estaban a punto de empezar con ella un tratamiento de electroshocks, uno de sus libros ganó un premio y después de esto pudo escapar. Pero su historia es también una historia de supervivencia, de conseguir salir adelante pese a todo. Y es por esto que la película es tan bella. Antes de los títulos de crédito ya intuía que Janet Frame era una escritora para mí. Sin embargo, han pasado años antes que leyera un libro suyo, en parte porque es difícil encontrar obras suyas traducidas y en parte porque tenía algo de miedo que en realidad Janet Frame no fuera para mí y si Janet Frame no era capaz de hablar de mí, ya nadie lo podría hacer.



Se puede decir que durante mucho tiempo he sido fan de Janet Frame sin haber leído nada de ella, pero por fin he leído 'Hacia otro verano' y ha sido maravilloso. Se ve que Janet Frame escribió esta novela en 1963 pero rehusó publicarla en vida porque la consideraba demasiado personal, así que la guardó con cuidado durante toda su vida y se publicó póstumamente. La novela está protagonizada por Grace Cleave, una escritora neozelandesa que desde hace años reside en Londres. Una pareja la invita a pasar un fin de semana a su casa en el norte y ella, después de dudarlo mucho, acepta, pero tan punto ha dejado caer la carta en el buzón se arrepiente de haber aceptado. Grace Cleave es solitaria, introvertida y, por culpa de falta de práctica, torpe en cualquier situación social. Grace Cleave, sin prácticamente amigos, no se relaciona con nadie y vive siguiendo una rutina que es como un refugio. Es invierno y Grace Cleave, incapaz de encajar entre los humanos, siente que se ha convertido en un pájaro migratorio y empieza a añorar su Nueva Zelanda, cuando hacía tiempo que ya ni siquiera pensaba en su antiguo hogar.



'Hacia otro verano' es simplemente la narración de este fin de semana que la protagonista pasa en casa de esta pareja y sus dos hijos pequeños. Y la narración de los esfuerzos, dificultades y pequeños fracasos de Janet Frame por ser lo que se llama un animal sociable y relacionarse con sus huéspedes de "forma normal y satisfactoria" se intercala con la descripción de recuerdos de su infancia que le vienen a la memoria. Es una obra personal (por supuesto), introvertida, intimista, de una sensibilidad exquisita y una sinceridad extrema, con una atención por el detalle preciosa y un estilo poético maravilloso. Por todas estas características puede que no sea un libro para todo el mundo, pero yo he sentido que hablaba de mí como hacía tiempo que no sentía que un libro hablaba de mí. Puede costar entrar en él, pero si lo haces notarás que es un libro que te lo da todo, que te quiere con un amor sin límites. Es un libro para los que más de una vez se han sentido como unos ineptos sociales, para los solitarios que no quieren sentirse tan solos, para los introvertidos que quedan exhaustos después de un intenso intercambio social, para los tímidos que se sienten incomprendidos, para los que se sienten tristes y quieren ser reconfortados. Es magnífico.

Publicado por Núria en 13:30







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