Monday, November 10, 2008

He empezado una novela...


He empezado a escribir una puta novela... hace tiempo que no escribía prosa... he vuelto a trabajar en la construcción por el puto dinero y por la necesidad de sobrevivir... el "arte" no dá para más... sólo para sentirme infinitamente libre...


(un día comentaré mi diario laboral en el infierno... una obra muy famosa de Barcelona... he hecho fotos para dar y regalar... en plena crisis, en pleno timo mediático, en plena mierda de sociedad... pero lo dicho, esta será otra historia...)


Ahora lo de la novela que he empezado a escribir, que surge de la idea de un corto o de la necesidad de sacar una historia que llevo dentro...


ahí va parte del primer capítulo...


La femme vudú.
Novela by Vara



1
Cementerio

Era un día cualquiera, como tantos otros. Había elegido una ropa informal, al azar. Sin ningún tipo de ilusión. Últimamente no tenía ilusión por nada. Últimamente no tenía ilusión por nadie. Vestía de negro por indiferencia, por no complicarse con colores que, en ocasiones, la irritaban. Odiaba las asociaciones de colores y personalidad. Odiaba la idea de que por ponerte un determinado pantalón de un color determinado ese día te ibas a sentir de una determinada forma. Odiaba a la gente que sabía de todo. Odiaba a la gente que decía cómo debías sentir, cómo debías actuar.
Déborah odiaba a sus padres. Ese es el pensamiento que estaba presente con más claridad en su cerebro. Y hoy no se había drogado. Al menos, todavía.
Llevaba la cámara fotográfica consigo y eso no era casual. Era lo único en su vida que no dejaba al azar. Era lo único que la motivaba. Eso y follar. Follar indiscriminadamente con todo tipo de hombres elegidos al azar en lugares también escogidos al azar. El juego de la “guía del ocio” y sus páginas de bares nocturnos se estaba haciendo habitual en su vida. En sus noches. Follar sin amar. Follar salvaje. Como animales. Últimamente se sentía animal. Animal depredador. Ella se veía a sí misma como una depredadora, sin afectos, sin sentimientos, sin idea de compartir emociones, sólo con la obsesión del propio disfrute, del egoísmo carnal. Déborah sentía que últimamente estaba cambiando y el problema era que no sabía hacia dónde se dirigía. De hecho, esa idea tampoco parecía importarle. Se dejaba ir y ya está. Se dejaba ir. Cómo las ramas de los cipreses del cementerio mecidas por un viento fuerte de mediodía.
Odiaba el sol, pero estaba allí. Bajo él. Vestida de negro, con la cámara fotográfica en las manos. Hoy no se había puesto ropa interior. Odiaba ponérsela. Odiaba lavarla. Odiaba que se la quitaran. Los hombres. Ellos. El sexo fuerte. Los hijos de la gran Puta.
Hoy era un buen día para sacar fotografías de nichos. Al azar, como siempre. Como venía haciendo desde los últimos dos meses. Desde que empezó con el proyecto del libro sobre la muerte. Otro proyecto de mierda. Otro encargo, otro trabajo por dinero. Una puñetera mierda. A ella le gustaban sus fotos y no quería compartirlas. Pero, sabía, en el fondo, que no tenía otras posibilidades de ganar dinero. Y, desde luego, -aunque pudiera hacerlo-, lo de cobrar por follar no pensaba explotarlo. El dinero lo pudría todo. Lo pervertía todo deformándolo. El dinero la asqueaba, pero se sentía bien con él en los bolsillos. Con el dinero atraía a los tíos, los llevaba a su casa y, en ocasiones, les sacaba fotos con su cámara arranca almas. Con su arma de poder absoluto. Bajo el objetivo lo que ella quería poseer. Y al disparar lo poseía. En verdad lo hacía.
La fotografía era su vida, pero su vida se había torcido. Se había metido por una carretera secundaria que no salía en ningún mapa. Una carretera con destino a ninguna parte o a algún tipo de infierno no explicado en ninguna biblia humana. Pero, lo más curioso de todo, era que a ella le gustaba esa sensación de conducir intuitivamente, casi a ciegas. De conducir por carreteras oscuras y de curvas interminables. Pensaba que, quizá, era una manera de encontrarse a sí misma y de escapar, de una vez por todas, de las lagunas que últimamente la atrapaban cada noche. Cuando el hombre de turno se iba y se quedaba sola en su cama-nicho. En su mausoleo de soledad. Ahí se agrietaba algo en su interior y nacía una espesa sensación de zozobra que sólo podía mitigar a golpe de valium. Valium como ángel de la guarda. Como salvavidas. Era una puta drogadicta de calmantes, de estimulantes. De subidas y de bajadas. Era una yonki de dolor ajeno. Disfrutando del de los demás, los hombres que elegía al azar, escapaba del suyo propio. Dolor.
Sus padres le habían hecho daño. Eso lo tenía claro.
Continuará o tal vez no...

1 comment:

xen said...

pues va de puta madre... enhorabuena por seguir contando años y cortos y palabras... un fuerte abrazo