LAS GUERRAS ÍNTIMAS
Poema de Vara publicado en revista Excodra nº 29: LA GUERRA.
Las guerras íntimas
José Manuel Vara
Las
guerras íntimas se iniciaron
con
los disparos de metralla desde tu boca
generando
reproches que comprendían
una
infinita gama de negros y grises,
salpicados
de tonos de desesperanza,
rabia,
ira y, ocasionalmente, fracaso personal…
Ira
como detonante,
Violencia
que vendieron como nacida de la nada,
agresividad
innata como segunda piel,
corazones
desgarrados por las fiebres de la ira,
una
ira despótica como pedregada desbocada
en
infierno de tempestades emocionales;
el
fragor de la batalla antes de una ruptura
el
silencio atroz tras la derrota del amor,
sangre
derramada en urinarios de suicidas,
semen
acumulado en desagües oxidados
tras
la muerte de la pasión;
estandartes
ennegrecidos sobre suelo marchito
de
habitación violenta,
arrebato
de ira que nos contaminó
con
el virus del sufrimiento visceral,
irreversiblemente
destructivo
como
voz rota de viejo cantante de jazz
consumido
por la heroína…
y,
de fondo, los graznidos omnipresentes
de
los cuervos,
ciñéndose
estrictamente al guión,
guión
escrito por un demonio menor
borracho
de ira malsana,
esa
violencia subliminal que arrasó
universos
infinitos de ternura
donde
la rabia mutó en arma de combate cuerpo a cuerpo,
encarnecido
y sofisticado en crueldad.
Rabia
como odio,
ese
odio que es una palabra breve,
pero
dolorosa,
una
consonante criminal
y
tres vocales hirientes,
desgarradoras…
(y
una de ellas repetida con orgullo)
Odio
es más que un concepto,
es
una áspera emoción,
que
se cuaja como clavos oxidados
en
el epicentro del corazón.
Odio
es alambre de espinos,
es
campo de concentración,
quirófano
de miedos
y
quimioterapia inútil
frente
a tumor emocional.
Odio
es una palabra breve,
casi
como un suspiro.
Odio
es rabia egoísta
y
frustración narcisista.
Odio
es dependencia enfermiza,
celotipia
afectiva,
lujuria
de crueldades
engendradas
en manicomios de angustia
y
de dolor.
El
odio enciende las hogueras
de
la nueva Inquisición:
Es
una áspera emoción,
que
se cuaja como clavos oxidados
en
el epicentro del corazón.
El
odio enciende las hogueras
de
la nueva Inquisición,
aquella
que nos devora por dentro
y
nos amamanta como psicópatas
de
feria ambulante
en
suburbio infectado
por
el virus de la mediocridad,
que
fue creado en laboratorios de lujo
bajo
la sombra de enormes fortunas
de
tipos que se creen mejor que tú.
Odio
es una puta del alma.
Odio
es básicamente rabia,
y
una palabra envenenada
en
el cerebro de un francotirador.
Y
el FRACASO EMOCIONAL como conclusión inevitable
de
esa contienda absurda
por
mantener ese delirante status
de
poseedores de la verdad absoluta,
que
tanto daño nos hace,
nos
hizo,
nos
hará,
invariablemente,
hacia dentro,
en
lo más profundo de nuestras emociones,
que
conservábamos en tarros de cristal
impregnados
de soluciones de formol,
resguardando
esa esencia de inocencia de niño,
que
sólo usábamos en los momentos de dolor
más
extremo.
Extremo
como el uso de toda tu artillería pesada
contra
desprotegido corazón,
blindado
únicamente por venas cansadas de serlo
y
arterias heridas en su orgullo,
aquél
que nunca, tal vez, tuvieron…
Y
los misiles tierra-aire diezmando, inmisericordes
(todo
en las guerras íntimas lo es)
las
escasas ganas que teníamos de luchar
“por
salvar lo nuestro”.
Nuestro,
pronombre
posesivo de primera persona del plural.
Gramática
ausente de sentimientos, afectos y emoción,
gramática
apocalíptica,
gramática
fría como balas perdidas,
disparadas
en la lejanía del olvido
por
francotirador
mutilado
de afectos,
(afectos
que devienen en odio
y
el Odio que es básicamente rabia,
y,
además, una palabra envenenada en su cerebro,
que
soporta un viejo lastre)
con
pesada mochila de carencias afectivas,
mochila
cosida literalmente a su espalda,
más
allá de la ominosa percepción del dolor:
Ese
dolor extremo,
extremo
como este proyecto de guerra íntima
que
iniciamos aquel atípico mes de junio,
seis
meses después de la muerte de nuestro único hijo
en
aquel absurdo accidente de tráfico,
accidente
que nos condenó
(a
la rabia infinita y)
al
infierno de una vida vacía,
y
al coma auto-inducido del reproche infinito,
que
busca otro culpable que no sea uno mismo,
por
una vez,
por
un instante,
por
un segundo,
ese
culpable que no sea yo:
pronombre
personal de primera persona del singular.