El placer. El placer de regresar al útero de lo casi invisible.
Escapar de la densidad de la comunicación cero, pero aparente. Black Mirror. El principio del fin.
Volver a ese momento íntimo...
A esa poesía descarnada escrita por mujeres que son fieras de sí mismas. Fieras de una sociedad que no derrama una lágrima por ellas.
Hace poco me han invitado a hacer un epílogo para un libro de 5 poetas. Intensas. tremendas. sinceras. viscerales o no, pero auténticas e incorruptibles.
Lo he hecho visceral, pero no sirve. El poder de lo convencional nos seduce. Pero, recuerdo que dejé de ser convencional hace años... y desde que trabajo en lo que trabajo le he perdido completamente la pista a esa palabra... a ese término que huele a "convencional". Pero, entiendo a la editora, ese diamante en bruto en medio de la mediocridad del momentazo actual que vivimos en que TODO EL MUNDO ES POETA...
De hecho, yo en breve, dejo un club al que quiero mucho... pero, todo en la vida son ciclos y hay que reconocer cuando llega el tuyo, tu propio fin... como buen "esquimal de los de antes"... ese harakiri emocional, ese ave fénix que, en el fondo, renuncia a serlo...
Ya no hay generaciones, generaciones de nuevos escritores que digan algo que conmueva a la humanidad, porque la humanidad murió, ya que sólo quedamos cuatro que en el metro leemos libros... ese volver a leer, ese redescubrir el placer del escapismo que la ficción puede proporcionarnos... todavía... ese
Volver y escapar de la densidad de la comunicación cero, pero aparente.
Volver a ese momento íntimo.
y NO DIRÉ NOMBRES ESTA VEZ, como en esa película aparentemente francesa donde los amantes follan sin decirse los nombres... porque lo de debajo de la piel quema... de forma irreversible.
¿Y qué coño dicen esas poetas que lo son?
Cosas como las que siguen:
Esta
es la noche del guateque, esta es la noche del cazador. Esta es la noche en que
jugamos a la ruleta rusa todos los veteranos del Vietnam. Esta es la noche en
la que yo, mujer educada y contundente, les hablo despacio como sólo se le
habla a un niño, después de una invitación al vacío en los ojos del mar muerto.
Esta es la noche. Esa noche.
Esta
es la noche de aporrear baquetas invisibles sobre espacios tímidos donde mis
piernas sólo están abiertas para ti y para todos los veteranos del Vietnam que
juegan a la ruleta rusa la noche del cazador, mientras la Dolce Vita de Fellini
se cobija bajo mi árbol en esta fiera noche de tormenta, donde los adioses son
y serán sólo para siempre. Esta es la noche. Esa noche.
Esta
es la noche donde pondremos el taxímetro a cero y ofertaremos nuestros cuerpos
desnudos sin caretas, sin roles, sin nombre ni apellidos, ni huella digital, ya
que esta es, definitivamente, la noche. La noche del cazador. Y el cargador
está repleto de balas. Esta es la noche. Esa noche en que jugamos a la ruleta
rusa todos los veteranos del Vietnam. La noche donde se cuaja el ansia, el
ansia de no tener.
El
ansia de no tener, del abandono a secas. La sombría ausencia de quien existe
tanto, pero no está. La ausencia. La carencia en sí. La nada absoluta. Números
que no sirven y no querer ver nada más. La ausencia. Herida. Rota. Ausencia del
gesto. La nada. Gritar sin voz. No saber nombrar. Números que no sirven una vez
más y haber olvidado cómo se quiere. No sentir porque yo, carne y sangre de tu
vida, guardo la memoria de tu adiós en mi regazo, junto al ansia de no tener,
del abandono a secas, con esa sensación de batalla perdida. Cuando siento que
poco a poco nada tiene sentido, salvo para los locos, los salvajes, los que no
se dejan domesticar,
(los más cuerdos entonces)
que tienen el triunfo asegurado. Benditos
sean aquellos que han logrado sobrevivir al destierro. Ese destierro. Ese ansia
de no tener, del abandono a secas. Benditos como ese momento, que todo hombre y
toda mujer deben superar, ese momento posterior al adiós extremo en que el alma
sufre un estado muy particular, más allá del ansia. El ansia de no tener, del
abandono a secas. Y tal vez sea esta noche donde pondremos los taxímetros a
cero para jugar a la ruleta rusa con los veteranos del Vietnam.
Mírame. Más allá del revolver cargado de balas que usan los veteranos de
ese Vietnam cada vez más ausente, y más cercano del abandono a secas. Por eso
te digo: mírame. No te avergüences de
mi impúdica figura. No ladees la cabeza y clava en mí tu mirada más
concupiscente. Mírame con los ojos febriles del adolescente. Te ha vencido el
veneno de la hermosa flor abierta para ti, sólo para ti. Mírame con la boca del
sediento en medio del mar, porque, en el fondo, sabes lo que soy: una sirena
que escapa a sus eslabones, aunque en tu deseo me comas el alma. Y aunque yo ya
no sienta nada cuando con tu mano buscas el milagro de mis bragas mojadas
debajo de la falda. Mírame, porque yo ya no soy tu esclava, ni tu sumisa amante.
Mírame, te digo, ya que ahora soy la mujer con alas de cuervo, la que destila
lágrimas negras y borrosas al final de una función sin público, la que se ganó
a pulso el falso título de “mujer fatal” y todos la creyeron… y que, en el
fondo, no es más que una niña asustada, sola en una caverna de sombras donde
consiguió vencer al miedo. Sola, como siempre. Por eso te lo pido, que me
mires. A los ojos. Al centro del huracán de mis pupilas, porque ahora esa
mirada, la mía, es la que hace temblar al Infierno. Mírame. Y sucumbe al veneno
de mi hermosa flor abierta en canal para ti, ya que yo también soy de las que
siento que poco a poco nada tiene sentido, salvo para los locos, los salvajes,
los que no se dejan domesticar,
(los más cuerdos entonces)
que tienen el triunfo asegurado.
(Suena el eco sordo de un disparo)
Sólo
tengo lo necesario esta madrugada de los falsos poetas porque ya llegué al
final del camino honesto. Sólo tengo la deslealtad de los antiguos amores
porque de ahí brota la pureza del poema desnudo. Sólo tengo un abrazo infinito
que te ampare de este perpetuo invierno, porque hice todo lo que tenía que
hacer.
-Jugué a la ruleta rusa con todos los veteranos del Vietnam.
-Guardé la memoria de tu adiós en mi regazo.
-Ser una niña asustada, sola en una caverna
de sombras donde conseguí vencer al miedo.
(porque hice todo lo que tenía que hacer)
sólo
tengo el recuerdo de la existencia del principito como la mayor mentira de mi
infancia. Y sólo tengo la sensación, como dijo Peter Pan, de que sólo los
desamparados son dueños de la poesía más pura, que es aquella que brota del
dolor. Y, también, de que los adultos son niños eternos que tratan a hombres y
mujeres como muñecos rotos exiliados en un sucio trastero de desilusión, porque
yo ya hice mi parte, porque yo ya hice todo lo que tenía que hacer, que no es
otra cosa que pensar que sólo tengo lo necesario en esta madrugada cuajada de
falsos poetas, puesto que ya llegué al final del camino honesto, ese camino
donde brota la pureza del poema desnudo, ese que te hace fuerte. Si, sólo tengo
lo necesario para decir que lo tengo. Y ofertaremos nuestros cuerpos desnudos
sin caretas, sin roles, sin nombre ni apellidos, ni huella digital, ya que esta
es, definitivamente, la noche. La noche del cazador, donde nada tiene sentido,
salvo para los locos, los salvajes, los que no se dejan domesticar.
Somos niños alucinados expuestos a fiebres
perversas. Somos Los suicidas entran en la muerte con las manos amputadas por
el peso de los candiles.
(los suicidas son obligados a arrastrar
decenas de cencerros atados a sus botas, de ahí que los médicos practiquen
sangrías a los melancólicos que acarician sogas cuando cae la noche)
Somos las interferencias del televisor. Somos los caballos de la locura
que no has de temer. Y como cada noche, las cabezas de los poetas mexicanos
susurraban un veneno distinto a la muchacha, la muchacha que había sido niña
asustada, sola en una caverna de sombras donde consiguió vencer al miedo. Sola,
como siempre. Como esos niños alucinados expuestos a fiebres perversas de
veteranos del Vietnam.
Somos los ángeles de alas membranosas que habían atado a las muchachas a
las vías del tren y antes de eso a postes bajo los que encendían hogueras.
Somos los ángeles de rodillas supurantes seguían corriendo por los tejados
hasta que llegaba una tormenta. Somos vacilantes como los escritores ciegos
vestidos por sus madres o los ancianos que dejan crecer sus cabellos y los
arrastran por el suelo y los guardan en los cajones de su mesilla de noche. Somos
la costumbre de los muertos de murmurar en la tumba los días de tormenta. Somos
la excesiva producción de polen de las adormideras. Somos la domesticación de
las babosas en medio del invierno. Somos las ideas de suicidio que crecían en
la cabeza de las enfermeras.
Somos, en definitiva, la noche del guateque, la noche del cazador. Somos
la noche en que jugamos a la ruleta rusa todos los veteranos del Vietnam, donde
nada parece tener sentido, salvo para los locos, los salvajes, los que no se
dejan domesticar.
Y ahora te toca elegir ficha y descubrir a la poeta y lo que se esconde detrás de su verbo, mientras recuerdo las palabras de aquella que decía que la poesía no es otra cosa que
"Eyacular el poema
perfecto que derrumbe y destroce al paraíso oscuro de la pérdida".
Y ahí lo dejo. Como frase elegida para este renacimiento extraño, pero renacimiento a fin de cuentas, mientras Nick Cave lo da todo en los cascos con su blues triste, pero certero. Triste y necesario.
Y SI LEEN ESTO, disfruten del momento porque nunca se sabe, Y gracias a las cinco poetas (seis si incluimos a la de la cita, no menos importante en este preciso momento etílico y creativo y solitario y de tormenta nocturna en mi cerebro...) por su verbo caliente, aunque doloroso en ciertos momentos, ya que la poesía no es otra cosa que dolor. Y sinceridad. Esa que no gusta.
Gracias a esas poetas, porque la hipocresía social, gracias a ellas, aún no ha conseguido dejarme ciego.
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