Viaje en tren.
A veces, sorprende la inspiración que llega furiosa y violenta, como este poema escrito para la revista Excodra, de Rubén Darío Fernández:"Las guerras íntimas".
A veces, sorprende la inspiración que llega furiosa y violenta, como este poema escrito para la revista Excodra, de Rubén Darío Fernández:"Las guerras íntimas".
LAS GUERRAS ÍNTIMAS
José Manuel Vara
Las guerras
íntimas se iniciaron
con los disparos de metralla desde tu boca
generando reproches que comprendían
una infinita gama de negros y grises,
salpicados de tonos de desesperanza,
rabia, ira y, ocasionalmente, fracaso personal…
Ira como detonante,
Violencia que
vendieron como nacida de la nada,
agresividad innata
como segunda piel,
corazones
desgarrados por las fiebres de la ira,
una ira despótica como pedregada desbocada
en infierno de tempestades
emocionales;
el fragor de la
batalla antes de una ruptura
el silencio atroz
tras la derrota del amor,
sangre derramada en
urinarios de suicidas,
semen acumulado en
desagües oxidados
tras la muerte de la
pasión;
estandartes
ennegrecidos sobre suelo marchito
de habitación violenta,
arrebato de ira que
nos contaminó
con el virus del
sufrimiento visceral,
irreversiblemente
destructivo
como voz rota de
viejo cantante de jazz
consumido por la
heroína…,
y, de fondo, los
graznidos omnipresentes
de los cuervos,
ciñéndose estrictamente al guión,
guión escrito por un demonio menor
borracho de ira
malsana,
esa violencia subliminal
que arrasó
universos infinitos
de ternura,
donde la
rabia mutó en arma de combate cuerpo a cuerpo,
encarnecido
y sofisticado en crueldad;
Rabia como
odio,
ese odio que
es
una palabra breve,
pero dolorosa,
una consonante criminal
y tres vocales hirientes,
desgarradoras…
(y una de ellas repetida con
orgullo)
Odio es más que un concepto,
es una áspera emoción,
que se cuaja como clavos
oxidados
en el epicentro del corazón.
Odio es alambre de espinos,
es campo de concentración,
quirófano de miedos
y quimioterapia inútil
frente a tumor emocional.
Odio es una palabra breve,
casi como un suspiro.
Odio es rabia egoísta
y frustración narcisista.
Odio es dependencia enfermiza,
celotipia afectiva,
lujuria de crueldades
engendradas en manicomios de
angustia
y de dolor.
El odio enciende las hogueras
de la nueva Inquisición,
es una áspera emoción,
que se cuaja como clavos
oxidados
en el epicentro del corazón.
Odio es alambre de espinos,
es campo de concentración,
quirófano de miedos
y quimioterapia inútil
frente a tumor emocional.
Odio es una palabra breve,
casi como un suspiro.
Odio es rabia egoísta
y frustración narcisista.
Odio es dependencia enfermiza,
celotipia afectiva,
lujuria de crueldades
engendradas en manicomios de
angustia
y de dolor.
El odio enciende las hogueras
de la nueva Inquisición,
aquella que nos devora por
dentro
y nos amamanta como psicópatas
de feria ambulante
en suburbio infectado
por el virus de la mediocridad,
que fue creado en laboratorios
de lujo
bajo la sombra de enormes
fortunas
de tipos que se creen mejor que
tú.
Odio es una puta del alma.
Odio es básicamente rabia,
y una palabra envenenada
en el cerebro de un francotirador.
Y el FRACASO
EMOCIONAL como conclusión inevitable
de esa
contienda absurda
por mantener
ese delirante status
de
poseedores de la verdad absoluta,
que tanto
daño nos hace,
nos hizo,
nos hará,
invariablemente,
hacia dentro,
en lo más
profundo de nuestras emociones,
que
conservábamos en tarros de cristal
impregnados
de soluciones de formol,
resguardando
esa esencia de inocencia de niño,
que sólo
usábamos en los momentos de dolor
más extremo.
Extremo como
el uso de toda tu artillería pesada
contra
desprotegido corazón,
blindado
únicamente por venas cansadas de serlo
y arterias
heridas en su orgullo,
aquel que
nunca, tal vez, tuvieron…
y los
misiles tierra-aire diezmando, inmisericordes
(todo
en las guerras íntimas lo es)
las escasas ganas que teníamos de luchar
“por salvar
lo nuestro”.
Nuestro,
pronombre POSESIVO de primera persona del plural.
Gramática
ausente de sentimientos, afecto y emoción,
gramática
apocalíptica,
gramática
fría como balas perdidas,
disparadas
en la lejanía del olvido
por
francotirador
mutilado de
afectos,
(afectos que devienen en odio
y el Odio que es básicamente rabia,
y, además,
una palabra envenenada en su cerebro,
que soporta un viejo lastre )
con pesada
mochila de carencias afectivas,
mochila
cosida literalmente a su espalda,
más allá de
la ominosa percepción del dolor,
ese dolor
extremo.
Extremo como
este proyecto de guerra íntima
que
iniciamos aquel atípico mes de junio,
seis meses
después de la muerte de nuestro único hijo
en aquel
absurdo accidente de tráfico,
accidente
que nos condenó
(a la
rabia infinita y )
al infierno de una vida vacía,
y al coma
auto inducido del reproche infinito,
que busca
otro culpable que no sea uno mismo,
por una vez,
por un
instante,
por un
segundo,
ese culpable
que no sea yo,
pronombre
personal de primera persona del singular.
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