Chatarra y carne
José Manuel Vara
Amasijo de chapa ,
Pintura metalizada,
motor destrozado,
gasolina en la carretera...
chatarra y carne,
carne ennegrecida entre las ruedas quemadas,
labios que se estrellan
contra un asfalto humeante,
chatarra y carne,
amasijo de almas
condenadas al festival de lo obsceno,
los pezones contra el tapacubos
en un último acto indecente
como toda tu vida,
el hombre degollado a tu lado,
su cuerpo inerte,
los pantalones bajados
y por toda respuesta
la ausencia de ella,
sólo el gemido aullante
de la chatarra y de la carne,
y tu mano perdida
en los límites de lo moralmente soportable.
Chatarra y carne
Y sangre por semen
En un último orgasmo,
Entre amasijo de chapa
De pintura metalizada
De chatarra y carne,
Chatarra y carne.
Lo que dicen de Vara:
(Adriana Bañares Camacho)
Muchas fueron las veces que de pequeños nos contaban aquel cuento de la cigarra y la hormiga. Colorear sin ganas, sin salirse de los bordes, las tristes fotocopias de algún cuento de todo a cien.
Tantos cuentos, tantas historias... todas mentira… o verdad, pero muy relativa. La verdad, digo.
El hecho de que la vida sea corta… no, el hecho de saber que la vida es corta, puede llevarnos en ocasiones a vivir locuras. Por eso de que total, qué más da todo lo que nos hayan contado si al final somos todos la misma mierda. Da igual tener el cerebro comprimido en media docena de cervezas o terminar la noche proponiendo o ser propuesta para ser la nueva puta entre las putas. Para ser algo que, coño, ¿somos o no somos?
Me sorprendió llegar a casa haciendo honor de universitaria, un jueves, con las cervezas que te cuento, pensando en este hecho, y encontrarme con una entrada en el blog de una web porno en la que viene a decir que todas somos unas putas (y cuanto más nos tachan de ello, más lo queremos ser…) y sentarme frente al ordenador con de ganas de escribir todo lo que no he sido capaz de escribir por la tarde (porque este sol naranja de marzo que entra, en forma de aire congelado, no deja lugar para la concentración, porque aunque me tomé un par de cafés bien calientes el frío de la impotencia creativa se ha colado ya hasta las entrañas) y dedicar las palabras que le debo a José Manuel Vara.
Vara es de las pocas personas que conozco (qué coño, la única…) que en su día me dijo algo que, pese a que no fuera un consejo, sino una sentencia en toda regla, me ha servido para considerar qué es realmente, no tanto la literatura, pero sí “saber escribir”, y la poesía en sí: escribir con las tripas. Él lo hace. Escribe desde dentro, desde lo más oculto en su ser, y en el ser humano en sí porque de hecho es esa decadencia, esa decadencia que tratamos de ocultar para parecer racionales, lo que en verdad nos hace humanos y de lo que está hecha la sangre: esa rabia contenida por la obscena obsesión de lo políticamente correcto hacia la violencia y el sexo más perverso, que tan oculto ha quedado en nosotros que a veces sólo es posible vomitar a través de la palabra, el ritmo y el alcohol (que se lo digan a Bukowski …)
La rabia, en ocasiones más romántica que un puto ramo de rosas, a veces tan desgarradora como el humo de un cigarro estando de resaca, nos la muestra Vara en sus poemas de un modo penetrante, (e incluso atormentado, diría yo…) que sin duda no dejará indiferente a nadie.
Porque nos muestra tal y como somos, cómo somos y qué realmente queremos ser aunque duela… aunque duela admitir lo que somos y qué es lo que marca el ritmo de nuestras arterias. Él lo deja ahí, puesto ante nuestros ojos en hojas de papel, tan puro como las ostias de la primera comunión… palabras capaces de revolvernos las tripas y el alma hasta ensuciarla de nuestros más bajos instintos y sentir, como nunca hemos sentido, la llamada de la naturaleza hasta querer vivir la vida hasta las últimas consecuencias, porque lo que siempre hemos querido desde que nacemos, es vivir eternamente, y las únicas vías que nos hacen tener contacto con la permanencia son el sexo y la propia muerte. Y José Manuel Vara nos pone frente a ella de una manera brutal, nos enfrenta a nuestras propias tensiones pulsionales, dejándolas al descubierto. Nos permite regresar al estado salvaje, animal… y verdaderamente monstruoso. Y a mí, y seguro que a ti también, ese estado… me encanta.
(Lee esta entrevista sobre Adriana Bañares:)
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