"me sirvo un trago y se pone en ebullición la deuda
con lo insolvente que
las palabras destierran en su sino
y prestan a las ensoñaciones que no
vuelven a buscarte ni malvenden el absurdo
en la misericordia humillada
de los cobijos
si no tenemos ni puta idea,
ya tenemos el licor en la mano,
el ave que
grita nos tributa su regazo
cuando las flores dejan su espina dorsal en
el vacío de un cuerpo
que desentraña cualquier destino
si nada nos colma,
ni nos abriga,
ya es nuestra la clandestina luz lunar
que filtra la ansiedad de los lobos en los cuchillos de los lagos
que
levantaron nuestros sueños
cuando no había techo encima...."
Mareva Mayo
Y recuerdas.
Las olas prosiguen su agónico harakiri.
Y recuerdas que
yukio mishima se llevó a Mareva
la soledad se adhería a los flancos de tu desgastada chaqueta obligandote a subir el cuello de la misma, y que el frío resbalaba entre tus dedos temblorosos, y que los recuerdos te envolvían en una delirante nube azul, y que el silencio taponaba tus oídos, y que las luces deslumbraban y herían a tus ojos en lo más íntimo, allí donde tu personalidad devenía hombre figurante o sombra de sí mismo. Intimidad esquiva y errónea. La de tí mismo.
Era como estar ante un paso a nivel que tiene bajada la barrera de barras rojas y blancas. Y las luces centellean parpadeantes y de forma intermitente advirtiendo un peligro que se aproxima o lo que es lo mismo, la llegada de un tren que circula a gran velocidad, con su gran ojo que todo lo ve y que no advierte nada. Y el aire se te enreda en el pelo obligándote a mirar hacia la caseta del guardaagujas, que, sin duda ninguna, desearía morir en acto de servicio, y descubres unas manos de dedos crispados que se aferran con ansia al marco de la vieja y desvencijada ventana de la caseta del guardaagujas. Y luego miras más allá de ese fragmento de realidad aparente y descubres una gorra rota junto a la vía, una gorra teñida de rojo violento abigarrado, de sudor y de aceite de motor quemado, y más allá un pañuelo, y más allá un zapato aplastado sobre el que reposan perezosos unos cordones retorcidos en espirales imposibles de desamor, y más allá una lata vacío, hueca en su fuero interno y autista de emociones irreversibles, y una caja de galletas que nunca fueron deglutidas, y los restos resecos de lo que fue antaño un adorable gato, y cientos de colillas blancas amarillentas y cientos de colillas marrones chupadas con desesperacaión de enfermo terminal de vacío anímico, y chapas de botellas, chapas oxidadas por el tiempo que te lanzan guiños de complicidad, y los restos olvidados de un inservible coche de juguete, y la cabeza de una muñeca de trapo, y algunas páginas de una revista pornográfica, y monedas pulidas por la violencia indirecta de las ruedas de los trenes persistentes y rutinarios en sus trayectorias rutinarias y persistentes, y un jirón de jersey de color verde moho, y unas rodajas resecas y pestilentes de queso, y miles, millones, de piedras blanquinegras que se aprietan en fiera competencia contra la frialdad del metal de los raíles de las vías, y algunas cartas de viejas barajas esparciadas entre las maderas que cortan transversalmente las líneas de metal paralelo e infinito, y tubos secos de pegamento que ya no pega, y bolsas de patatas fritas vacías de patatas fritas, y botellas de plástico, y cepillos de dientes usados por dientes desgastados de tanto cepillado, y peines para el pelo, y blusas sin botones, arrancados, y un solitario calcetín totalmente destrozado, y los restos de una bufanda descolorida, y la culata de plástico de una escopeta de juguete con la que jugar a muertes simuladas en un mundo matadero de inocencias infantiles, y unos tirantes, y la cremallera rota de unos pantalones de color gris, y
por qué gris, ese color neutro entre el blanco y el negro, ese color que no define
decenas y cientos de paquetes de tabaco sin cigarrillos, estrujados, arrugados, aplastados por manos de adictos a humos cancerígenos, humos violadores de pulmones, y cartones de bingo sin premio, y entradas de discoteca de desesperanzas, y números de lotería perdidos, y trozos de cds partidos por la mitad de un solo tajo, y llaveros sin llaves y sin sentido, y llaves oxidadas, y el mango sucio de un martillo, y clavos retorcidos de punta roma, y bisagras de puertas invisibles, y programas de conciertos, y tarjetas de visita, y restos de billetes de tren sólo de ida,
y restos de tí y
paquetes de detergente, y latas vacías de mejillones y de aceitunas, y lonchas de jamón ennegrecidas por el tiempo, y relojes digitales con números inexistentes, y cadenas, y cinco céntimos cubiertos de polvo disidente, y la suela del otro zapato que faltaba para crear un par absurdo, y una botella de bourbon vacía y amputada en el cuello, y otros cientos de billetes para más trenes con rumbos a lugares distintos y, probalmente, equivocados, y una entrada de cine para una mala película americana, y un pendiente de plata que alguien lazó después del típico desengaño amoroso de sábado por la noche, y una foto de una chica en blanco y negro, quizá la misma que se desprendión del pendiente de plata, y un carnet de identidad sin identificar, y botones de camisas, chaquetas y un sinfín de prendas textiles más, y teclas arrancadas a una vieja máquina de escribir, y una funda para gafas de solo, y clips, y folios arrugados, y tarjetas de crédito rotas en cientos de fragmentos de plástico inservible, y una lentilla para un ojo ciego de deseo de ver , y un pintalabios sin usar sobre labio alguno, y un bote de colonia perfumada sin perfume, y una corbata a rayas blancas y rojas, como barrera de paso de tren, y una carta en la que aún podía leerse el fragmento delirante de un hombre increíblemente tímido a la mujer de sus sueños,
que no existía, por supuesto
y algunas compresas pintadas con espray rojo, y difuminados paquetes de pañuelos de papel multiuso, y botes de pintura para uñas secos de pintura, y latas de refrescos imprecisos, y condones usados con semen muerto en su interior, y
todo pasa como en un sueño, a cámara lenta, como en un sueño, y como en una película antigua
sigues con tus recuerdos mientras miras los harapos a los que llamas cariñosamente ropa. Y los recuerdos se te agolpan y te conducen a Mareva. Y sus juegos con los peluches en el viejo lavabo de gran bañera traumática. Y recuerdas. Tu universo particular tejido por sus manos de cirujana de infiernos para dos. Mareva y Hezskha y el oculto vacío de sus secretos.
el oculto vacío de la vida arrebatada, el oculto vacío que hace que Mareva me mire y diga que
la bañera escupe sangre hacia dentro, siempre lo hizo; de alguna manera aquella
escena,que ahora reproduzco hasta el más mínimo detalle, forma parte del tejido neuronal
de mi memoria;
Hoy me dispongo a regresar al
trauma uterino, hoy debo sumergirme de nuevo en el líquido amniótico, hoy quiero volver a
experimentar lo que se siente en el interior de la placenta, hoy quiero encontrarme conmigo
misma o perder definitivamente la
cordura.
Todas mis performance se basan
en viejos traumas anclados en lugares oscuros de
mi cerebro, silenciosos como oscuros
pasajeros de lagunas estigias
particulares;
Conozco a la perfección cada centímetro cuadrado de mi cuarto de baño, con ese telón de fondo sensitivo que es el
olor a humedad, rancio como las traicioneras puñaladas de mil fracasos;
Cuento mentalmente cada ojo de
cerdo ensartado en el palo, ritual fisiomecánico que
responde a pulsiones internas que me llevan a extremar el
concepto de oralidad, a destruir todos los conceptos
aprendidos desde pequeña;
Necesito experimentar algo
similar a la repulsión, notar el vómito fluyendo desde lo más íntimo de mí después del acto cotidiano de la
masticación de algo ajeno a nuestros hábitos culturales: masticación – vómito, masticación – vómito, apreciando el sabor agridulce
de la bilis con hedor a dioses apestados y
cosas muertas;
El peluche siempre estuvo allí, jugando cruelmente a practicar
regresiones de mi yo a partes oscuras y violentas de
mi niñez, es por ello que planeé asesinarlo.
Asesinar a mi peluche
predilecto se convirtió en un acto obsesivo compulsivo donde planificaba hasta el
extremo el más mínimo detalle
de cómo se realizaría tal carnicería bizarra, el peluche devorador de risas
infantiles con el ansia desbocada de un
asesino en serie
días previos a su primer crimen;
El peluche del amor odio,
el peluche que quería masticar,
engullir,
tragar,
trozo a trozo,
pelo a pelo,
bocado a bocado
hasta ahogarme en él
obstruyendo mis vías respiratorias
en una apnea violenta,
escapando,
huyendo de una realidad hecha
jirones,
cosidos de nuevo por modista
ciega
aquejada de tuberculosis
espiritual;
Me hundo con él en el agua turbia de la bañera, con su textura malsana
acariciando mi piel desnuda, me hubiera gustado que alguien
entrara de repente y me hubiera follado allí mismo, en el fondo abisal de mi
infancia…
…y que me hubiera incrustado el
peluche en mi vagina mientras su polla se me
atragantaba en la garganta… y, luego, al final, me daría la vuelta como despojo
humano, y mientras el agua inundaba mi
boca y mis fosas nasales su miembro erecto navegaría por las entrañas de mi recto, buscando, quizá, un oasis cuajado de
excrementos; y luego la nada, el vacío, el ahogamiento definitivo mientras azotaba mis nalgas
con correa de padre violento, castigándome por haber sido mala, una niña muy mala…
…y luego me quedaba sola, perdida en un mar minúsculo de agua helada, entre mi propia sangre, mi
propia mierda y filamentos amorfos
de semen coagulado adherido a
mi piel, a mi oscuridad, a mi negación, a mi abismo personal de locura
contenida, a mi realidad absurda, a mi peluche asesinado con
cuchillo de cocina oxidado, como los recuerdos de los
amantes que nunca fueron nada sincero, sólo usureros emocionales que me hicieron mutar en
marioneta catatónica,
adicta al odio y a la
metanfetamina, y a la marihuana, y al alcohol
en noches agrias de bilis y rabia, y a la ketamina, y a la cocaína, y al cristal cuando me apetecía visionar colores imposibles dentro de uno de mis tantos
cerebros paralelos y a escapadas neuronales por el
DF en noches donde los demonios
andaban sueltos copulando con mentes-vagina en trastiendas de luz mortecina y olor a pescado en
descomposición, y a todo tipo de sustancias que supusieran subir un peldaño más en la escalera de la
autodestrucción…
…así era yo desnuda ante la bañera, la vieja bañera que escupía sangre hacia dentro, como si tuviera el don de la
menstruación, menstruación dolorosa y vengativa, como poso ranció de amantes asesinados por sueños mutilados de pasión enrarecida;
Y me fascina mi propia imagen, ensangrentada, mirándome desde el espejo que filmo
inconscientemente con la cámara de vídeo digital que sostengo en la
mano…
… me miro, me analizo, me observo, y me doy cuenta de que algo
anda mal
dentro de mi cabeza. Enfoco al suelo: sangre desparramada sobre mis pies desnudos, y tomo conciencia de que hoy aún no he follado;
Muchas horas pensando en esto:
pelo mojado y olor a humedad enganchado en
el cuello, silencio abisal, un peluche flotando muerto en
la bañera, la imagen estática de un niño llorando, quizá mi propio hermano o yo misma
vestida con ropas de niño, entonces y sólo entonces decido cerrar los
ojos y hacer un desesperado fundido
en negro mientras dejo que la cámara siga grabando…
y la imagen estática de un niño llorando, quizá mi propio hermano o yo misma
vestida con ropas de niño
o yo mismo, Hezskha Lauzone, la imagen estática de una niña llorando al ser secuestrada, arrebatada, quizá mi propia hermana o yo mismo vestido con ropas de niña
Colaboración fotográfica: Noelia Palma.
(continuará)