Wednesday, February 18, 2015

CAPÍTULO 2. EL AKER (DIABLO): La Negación (7)




   ¿En qué piensas, Hezskha?- preguntó la Voz.
   "Nada, no quiero pensar Nada".
 
   No quiero pensar nunca en nada.
 
   Y la noche parece mirarte de reojo con cierta expresión de compasión.
   Has estado toda la noche por las calles tapizadas de piel enferma de la ciudad creada por tu delirio. "Una noche, sin duda, asquerosa". Realmente, piensas que los coches estropean el encanto de una calle desierta y oscura. Sí, es cruel, pero es así. Sonido, ruido y luz cegadora. Ruptura homeostática profunda. Después, uno se para a contemplar las placas doradas de las puertas, las rejas oxidadas de las ventanas,

   rejas para que nadie entre, rejas para que nadie salga

   las niñas uniformadas de gris con la cara pintada de blanco muerte que van en procesión absurda hacia un colegio cerrado a esas horas, las ruedas desgastadas de los coches aparcados a ambos lados de la calzada, y te pones a pensar en todas las pequeñas cosas absurdas que no has hecho y que, probablemente, nunca harás y que nunca dejarás de hacer. Así de claro. La certeza de la confusión interna. 
   Sientes la tentación de volver a sentarte frente al paso a nivel, pero decides pasar de repetirte como esquizofrénico decadente y te diriges al bar habitual a ventilarte cinco o seis cervezas, seguidas de los correspondientes whiskys para poder acabar bien lo que resta del día agónico que has vivido hoy, que, como viene siendo costumbre desde hace algunas semanas, se hará infinitamente largo, como pesadilla inacabable. El resplandor lunar o lo que queda de él, se deja resbalar desde los tejados de las enfermizas casas hipotecadas y te recuerda de forma distorsionada a aquella mujer que conociste tiempo atrás en una parada de autobús. Llevaba pantalón tejano azul, jersey rosa de punto y una mirada que derretía el asfalto justo por debajo de la piel quemada de su mejilla derecha.

   Ella te habló de un amante agresivo, de una mala experiencia

   Ella te habló, pero no recuerdas sus palabras, ya que el sonido del autobús al llegar a la parada las acuchilló dispersándolas como recuerdo equivocado.

   Ella se fue con su piel quemada por ácido violento

   Recuerdo dolorosoArraigado en lo más profundo de alma herida de sufrimientos compartidos. La esencia del dolor humano más profundo. Ese dolor que te convierte en lo que eres, en un animal apuñalado de melancolía. Densa, como niebla de jirones de infierno.
   Y cambias de historia o, al menos, lo pretendes. O, al menos, lo intentas, aunque, en el fondo, eres consciente de que no va a haber cambio alguno.
  
   El whisky empieza a sudar. Ella sigue doblando la ropa de esa forma particular. Y la música te entra por la boca y acaba viajando a través de tus costillas, y te acaricia malsanamente el plexo solar,

   ¿esta sensación existe o te la acabas de inventar?

   y atraviesa la garganta en el tiempo que dura un suspiro, y acaba saliendo por tus oídos para regresar al negro pozo de la insuficiencia cardiorespiratoria.  Después, te despatarras en el suelo y permites que las hormigas imaginarias creadas por tu dañado cerebro se te suban a los brazos o te hagan cosquillas finitas de color azul turquesa. Y te pones, como acto reflejo y lógico, a pensar en el mar, en el espejismo aceptado de su color, y en el humo de los cigarrillos que llevas adherido a la suela de tus zapatos, como escondido, como agazapado, para evitar ser descubierto por fumador adicto, por fumador compulsivo. Y, entonces, te despiertas y te sorprendes lo justo al descubrir o percibir, para ser más exactos, que estás bañado en ese habitual sudor frío que acompaña a tus desvaríos, a esos juegos crueles de tu conciencia alterada por las benzodiazepinas.
   Inmediatamente después alguien enciende un televisor que emite luz negra indiscriminadamente.
   Y recuerdas

   (siempre el viejo recuerdo que esclaviza a tus neuronas)

   que, en algunas ocasiones, te sentabas en un destartalado banco y te ponías a pensar en quién habría inventado el desodorante para disimular los olores, y la pasta de dientes para evitar las caries, y el jabón, y los pañuelos, y el papel higiénico, y el detergente, y los desinfectantes, y la colonia, y tantas otras cosas para aparentar una reluciente y virginal pureza interior.

   jajajajajajajajajajajajajajajajajajaaj

   PUREZA PERFECTA E IMPOLUTA dentro de un universo de suciedad, descomposición y detritus. De un universo tocado irreversiblemente por la mediocridad higiénica personal e intransferible.
   Y punto y aparte (a parte, recuérdalo, siempre, recuérdalo siempre, mientras vivas)

   (...)
   

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