Y recuerdas. Y recuerdas que luego llamaron al loquero.
Y RECUERDAS PORQUE TODA TU VIDA HAS ESTADO INTENTANDO OLVIDAR AQUELLO.
Y lo recuerdas. Vaya si lo recuerdas.
Tu prima Mareva y su verbo visionario. Aquella con la que pasaste tantas tardes de inviernos lluviosos y heridas abiertas en el alma. Tu prima Mareva. Y su pasión. Pasió por la poesía repleta de locura contenida. Sus ojos grandes, expectantes. Los movimientos incesantes de sus brazos y sus manos jugando sobre su cabeza, formando formas imposibles y creando universos imposibles delante de tus ojos. Tu prima Mareva y su verbo visionario, el día que se bajó el vestido y, recortada contra el chorro de luz violento que se derramaba contra la ventana de tu habitación de autista adolescente, recitó aquel tremendo poema sobre una tierra santa bajo escupitajo de luz negra brotando de tu cerebro.
Mareva, desnuda, danzando como derviche etílico entonó un fiero canto monocorde bajo las dentalladas emocionales que escaparon fugaces de los ojos de Hezskha Lauzone, que descubrió un significado aparente y abstracto del término amor.
El canto, en forma de versos arrebatados, decía así:
He
conocido Jericó.
he tenido también yo mi Palestina,
las murallas del manicomio
eran las murallas de Jericó
y una charca de agua infectada
nos ha bautizado a todos.
Ahí adentro eramos hebreos
y los Fariseos estaban arriba
y allí estaba también el Mesías
confundido en la multitud:
un loco que aullaba al Cielo
todo su amor por Dios.
Todos nosotros, rebaño de ascetas
eramos como los pájaros
y cada tanto una red
oscura nos aprisionaba
pero íbamos a las misas
las misas de nuestro Señor
y Cristo Salvador.
Fuimo lavados y sepultos,
olíamos a incienso.
Y después, cuando amábamos
nos hacían los electroshocks
porque, decían, un loco
no puede amar a nadie.
Pero un día dentro del sepulcro
tabién yo fui reanimada
y también yo como Jesús
he tenido mi resurrección,
pero no subí a los cielos
descendí al infierno
desde donde vuelvo a mirar atónita
las murallas de la antigua Jericó.
he tenido también yo mi Palestina,
las murallas del manicomio
eran las murallas de Jericó
y una charca de agua infectada
nos ha bautizado a todos.
Ahí adentro eramos hebreos
y los Fariseos estaban arriba
y allí estaba también el Mesías
confundido en la multitud:
un loco que aullaba al Cielo
todo su amor por Dios.
Todos nosotros, rebaño de ascetas
eramos como los pájaros
y cada tanto una red
oscura nos aprisionaba
pero íbamos a las misas
las misas de nuestro Señor
y Cristo Salvador.
Fuimo lavados y sepultos,
olíamos a incienso.
Y después, cuando amábamos
nos hacían los electroshocks
porque, decían, un loco
no puede amar a nadie.
Pero un día dentro del sepulcro
tabién yo fui reanimada
y también yo como Jesús
he tenido mi resurrección,
pero no subí a los cielos
descendí al infierno
desde donde vuelvo a mirar atónita
las murallas de la antigua Jericó.
Luego, Mareva enmudeció. Cogió el vestido y salió corriendo de su habitación.
Y fue mucho tiempo después cuando Hezska Lauzone supo que aquel poema pertencía a Alda Merini,
(una pequeña abeja furibunda. Una abeja a la que le gustaba cambiar
de color. A la que le gustaba cambiar de medida)
una poeta italiana, la que escribió Tierra Santa, aquella Tierra que hizo suya mi prima Mareva.
("Tierra Santa", el lugar de los locos,
de los heridos; es el lugar en que expresa su amor por la pobreza o los
marginados, un amor antiguo con el que se compromete y desde el que entiende el
mundo que la rodea. Sus poemas, asì, están tocados por lo terrenal y lo divino
y una se da cuenta que la belleza no se encuentra en cualquier sitio, sino que
se encuentra donde menos se la esperaba y es en ese lugar y en ese momento, en
que nos ilumina)
Y recuerdas. Y recuerdas que luego llamaron al loquero.
Y RECUERDAS PORQUE TODA TU VIDA HAS ESTADO INTENTANDO OLVIDAR AQUELLO.
Y lo recuerdas. Vaya si lo recuerdas.
(continuará)
Nota del autor: Entrada dedicada a Mareva Mayo,
que me ha guiado a Tierra Santa.
Foto: Alda Merini & Óptika Orgánika
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