Y recuerdas.
estabas jugando con tu prima Mareva en el jardín de la casa. Rosas y geranios formaban extraño universo a vuestro alrededor. jungla imaginaria. Todo era perfecto. Todo era. Era. El hombre que pasaba por allí se quedó mirándola. Todos los días pasaba a la misma hora, en silencio, y la miraba. Era negro y tenía la piel como quemada, quizá devorada parcialmente por el fuego del infierno. De un infierno que no alcanzabas a entender. El hombre ese día se paró. Quizá la hora también era diferente, distinta. Entonces la llamó. Llamo a Mareva mientras tú estabas allí, inmóvil, mirando. La llamó. Ella se acercó. Él la cogió en brazos, se la cargó al hombro y echó a correr más allá del jardín de rosas y geranios. Más allá del jardín protector de la casa. Y se alejó hacia la negrura de lo desconocido, de aquello que los adultos se negaban a nombrar.
y recuerdas que no hiciste nada y recuerdas
Veías que ella gritaba pidiendo ayuda como queriendo, deseando, anhelando que tú la salvases de aquel hombre malo que llevaba la cara pintada de betún. Y que se la llevaba a lo negro de la vida. Y tú no podías hacer nada, eras consciente de ello y esa conciencia fue la que te jodió hasta el tuétano toda tu vida futura o la apariencia de tu vida posterior. Eras pequeño. Demasiado pequeño para luchar cuerpo a cuerpo contra aquel gigante descomunal de dientes blancos como nieve y, además, tenías miedo, ese miedo infinito que caracteriza a los cobardes de largo recorrido. Como tú. Atleta consagrado de maratones de ansiedades profundas. trauma. Miedo. Cobardía.
y recuerdas que no hiciste nada y recuerdas que era un jodido cobarde de mierda y
Nunca volviste a ver a tu prima Mareva. Fue una lástima. Una pena. Un horror. La familia se tragó el trauma y lo silenció como si no hubiera existido jamás. Cosas que hacen las mejores familias. Ocultar el dolor.
¡disfrutabas tanto con ella jugando en aquel jardín secreto de vuestros sueños!
Disfrazar el insomnio crónico con pastillas recetadas por pisquiatras abyectos y ebrios de ego. Chutes de farmacología para minimizar la culpa. El dolor. La cobardía. El miedo. El sentimiento de asco profundo que te hacía vomitar en tu fuero interno. Allí donde la soledad se hizo fuerte y dinamitó cualquier atisbo de comunicación con el exterior. Luego, el dolor se hizo isla, y la isla tu mundo interior, donde el silencio dominaba sobre cualquier otra fuente de sonido imaginable e inimaginable. Silencio y Nada. Vacío y Soledad. Tú. Fractura interna. No había nada más que decir. No había opciones a las que recurrir. Autismo autoinducido para escapar de la furia autodestructiva de corazón herido por el rayo de la culpabilidad. Y luego vieno lo de las cortinas. No antes. No después. Exactamente, en aquel mismo instante. Las cortinas. Y tras las cortina el miedo. Miedo Puro.
Ese miedo,
Ese miedo,
El miedo nunca se fue,
agarrado en la espalda como
fuego desatado
en combustión espontánea,
como alas de ángel en llamas;
ambos
sabemos mucho de él,
conocemos la incertidumbre
sinuosa
de sus meandros decadentes
y el olor inmundo de sus aguas
estancadas,
como nuestras vidas,
en forzado standby emocional
con el vértigo clavado en el cerebro
y la degradación vertiginosa en los talones,
pudriéndonos de abajo arriba
como planta terminal que se
consume
en segundos interminables,
como aquella mirada que nos
condenó
al fracaso
y a ser engullidos
por la voracidad caníbal de un miedo atroz,
que siente pánico de su propia sombra;
miedo del miedo
y sudor frío en un acto irreverente
donde las gotas se cuajan y
solidifican
a la altura aproximada del
corazón;
miedo en arrebato de fuego,
miedo
en éxtasis de llamas,
miedo inmisericorde,
miedo intestinal
que ennegrece la sensibilidad
del paladar,
que aún atesoraba reseco
el aliento de nuestro último beso,
desesperado como la luz en los
ojos
de los ajusticiados por
desamor...
en fragmentos de crueldad
trascendente
anclada en miedo que quizá nunca se fué,
agarrado en la espalda
como
fuego desatado en combustión espontánea
consumiendo las cortinas o telón rojo aterciopelado de locura y recuerdas que
Recuerdas. Recuerdas que las olas siguen rompiéndose contra las rocas. Y recuerdas la luz negra que te impide ver lo que se oculta tras las cortinas de la ducha. Las cortinas con los estampados de flores. Las cortinas que se movían porque había algo detrás. Y llorabas. Y con el llanto vuelves a recordar que nadie te creyó en aquel hombre de cara blanca pintada con betún negro. El demonio que se llevó a Mareva.
¿Recuerdas?
(continuará)
No comments:
Post a Comment