LA MUJER HUECA
(una novela de Vara)
"El sentimiento de lo sublime es un sentimiento mixto. Está compuesto por un sentimiento de pena, que en su más alto grado se expresa como un escalofrío, y por un sentimiento de alegría, que puede llegar hasta el entusiasmo y, si bien no es precisamente placer, las almas refinadas lo prefieren con mucho a cualquier placer".
Schiller, De lo sublime, 1801
"No hay nadie que haya jamás escrito, pintado, esculpido, modelado, construido, o inventado a no ser para salir del infierno".
Antonin Artaud
pero del fruto del árbol que está en medio del huerto, ha dicho Dios: "No comeréis de él, ni lo tocaréis, para que no muráis." [4] Y la serpiente dijo a la mujer: ciértamente no moreréis [5] Pues Dios sabe que el día que de él comáis, serán abiertos vuestros ojos y seréis como Dios, conociendo el bien y el mal.
Génesis 3:3-5
-Minino de Cheshire, ¿podrias decirme, por favor, qué camino debo seguir para salir de aquí?
- Esto depende en gran parte del sitio al que quieras llegar - dijo el Gato.
- No me importa mucho el sitio... -dijo Alicia.
- Entonces tampoco importa mucho el camino que tomes - dijo el Gato.
- ... siempre que llegue a alguna parte - añadió Alicia como explicación.
- ¡Oh, siempre llegarás a alguna parte - aseguró el Gato -, si caminas lo suficiente!
Lewis Carol, "Alicia en el País de las Maravillas"
Intro
El trauma, a veces, pasa totalmente desapercibido. Así esconde el momento mismo de su gestación, el instante en que fue creado y se ancló en el cerebro para siempre. Hay traumas de todo tipo, inclusive ficticios. Muchas veces le daba por pensar en esto, en la idea de la posibilidad de que todo aquello que impregnaba su existencia de negatividad no fuera más que una mera artimaña simulada por algunas sinapsis aleatorias. Muchas otras veces le daba por emborracharse y algunas otras, sencillamente, se limitaba a escribir. Pero, eso solía ocurrir de noche. Y cuando el alcohol había hecho sus efectos. Su vida era un devenir por extremos que gravitaban en torno a un hecho que podía ser una ficción barata de su encéfalo para justificar la vileza y la abyección de la mayoría de sus acciones. Para dar un sentido a su absurda relación con los demás, que se basaba en conceptos de interés a los que llegaba como consecuencia de una infinidad de herramientas psicológicas de carácter manipulativo. Su vida, en definitiva, era un caos. Y, en el fondo, le gustaba que fuera así y no de otra manera. El caos era una especie de motor repleto de engranajes mecánicos y orgánicos dotados de cierto orden obsesivo, de cierta escrupulosidad en cuanto a funcionamiento, de cierto orden aparente. En ese caos cohabitaba todo un torbellino de pequeños caos paralelos con nombre, habitualmente, de mujer. Mujeres que daban sentido a sus noches de furia desatada, donde él, Gabriel, daba rienda suelta a sus pulsiones más perversas y abyectas. Noches de sexo demente y drogadicción arrebatada. Un caos carnal donde el trauma, a veces, se revolcaba lujurioso para pasar totalmente desapercibido a los ojos de observadores inexpertos. Pero, lo que era inevitable era que el trauma no fuera o, lo que es lo mismo, no existiera. El trauma existía. Era real, tuviera una base real o pseudoficticia. Estaba allí, entre sus axones, entre sus dendritas, moviéndose a sus anchas bajo su corteza cerebral, segregando neurotransmisores que influían aquí y allá. Segregando. Supurando. Violando deseos propios y mutando en inconfesables. Trauma como perro en celo. Trauma como bestia. Etilismo violento de una silueta de persona humana que se aguantaba como podía los jirones de yo enganchados a un cuerpo, que, con regularidad, no sentía como propio. Muerte habitual de la conciencia. Muerte habitual de uno mismo, del control mental, de la capacidad de tomar decisiones. Sobredosis de endorfinas que producían alteraciones químicas irreparables e irreversibles. Sobredosis que le precipita a los abismos insondables de la locura o, en el mejor de los casos, a una desquiciada enajenación mental transitoria. El trauma era su vicio. El trauma era su vida. El trauma era él mismo. Trauma y persona compartiendo el mismo habitáculo óseo. Persona y trauma bajo la misma ropa, bajo la misma apariencia de persona normal. Trauma y persona escribiendo sobre otra gente con otros traumas, que escondían traumas todavía más oscuros que los suyos. Escribiendo. Implicándose. Ansiando vivencias que le hicieran sentirse algo más vivo, aunque no necesariamente más humano. Trauma. Follando con él a destiempo mientras la droga corría salvajemente por las venas. Trauma interminable. Trauma hiriente. Perversión latente en la antesala de su infierno particular en la tierra. A sus espaldas, un par de libros de poemas, una colaboración en el guión de una película que fue relativamente famosa, una novela inacabada y una página en blanco en la pantalla del ordenador desde hacía dos semanas, que no hacía otra cosa que recordarle que era un fracasado. Un fracasado y un politoxicómano de dolor ajeno, que traficaba con sueños desgarrados y vivencias que producían más heridas que las balas de delincuentes de segunda categoría. La página en blanco. Aquel color odioso que parecía escupirle a la cara. Blanco. El puto color de su trauma.
(Continuará)
De la foto y del texto: Vara
De la ilustración: Denisse Sánchez Erosa
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