Monday, July 21, 2008

Klaus Kinski, esa bestia con uñas.


La inminente publicación de Hank Over o más exactamente la realización del blog que se está realizando en torno a dicha publicación me ha llevado a realizar una especie de ejercicio retrospectivo de mi memoria “subcultural”. He vuelto a mirar cajones semiolvidados con libros de culto de mi adolescencia, discos de vinilo que ahora son auténticas joyas de coleccionista. Qué buenos tiempos!.
Uno de los libros que han vuelto a atraer poderosamente mi atención es el de Klaus Kinski: Yo necesito amor. Conocí a Klaus (el actor) a través de un ciclo de la 2, -cuando no había tantas cadenas para elegir-, dedicado al director de cine Werner Herzog. Películas como Aguirre, la cólera de Dios, Fiztcarraldo, y Woyzeck me impactaron poderosamente y crearon en mi mente una malsana adicción por todo ese tipo de películas que se alejaban del star system americano. A partir de ese momento me introduje en el submundo del cine de autor.
Después de las películas me encontré con el libro de Kinski, autobiografía visceral del año 1991 y publicada por Tusquets en mayo del 92 (yo compré el libro en agosto de ese mismo año), en la que desde el principio nos introduce,- a través de una representación teatral sobre Jesucristo-, en su pasión arrebatadora por la vida y sobre todo por las mujeres, en la búsqueda de un amor que cubra carencias que agrietaron su infancia; también nos habla de sus comienzos como actor, de sus hijos... “una confesión descarada y escandalosamente íntima, escrita sin temor ni pudor, un escalofriante testimonio de un hombre exasperado, a la búsqueda incansable de un afecto que jamás supo o conseguir o conservar, y cuya ansiedad acabó resolviendo siempre, a cada instante, en sexo, sexo a secas, sin rodeos, sin máscaras, en todas sus posibles facetas, hasta sus últimas consecuencias, desde las más triviales y fortuitas hasta las más violentas y sórdidas. La obsesión de Kinski por el sexo sólo es comparable a la adicción del heroinómano. Vida y sexo no son sino una y única cosa”.

Kinski nos habla también del cine, de las películas. Cine que deviene en instrumento para ganar dinero, poco más. Su relación de amor/odio con Herzog ocupa algunas páginas, al igual que las películas que realizó con él, que, casualmente, fueron las que le dieron el prestigio que como actor tiene.

“La compleja (y fascinante) relación creativa entre Herzog y Kinski, llevó al director a realizar en 1999 (8 años después de la muerte de Kinski) el documental Mein Liebster Feind (Mi querido enemigo). Mein Liebster Feind combina imágenes de archivo (como las del happening mesiánico), making off de varias de sus películas (impagable el barco de Fitzcarraldo a la deriva), entrevistas, y narraciones en primera persona”.

Desde el inicio del libro, Kinski se zambulle sobre la página en blanco con la osadía del kamikaze emocional y parece mudar de piel para mostrar todo su yo visceral; se podría decir como apuntan certeramente en un blog dedicado a su persona que “realiza una autopsia de sí mismo en vida”. Este ejercicio lo realiza de forma natural y sincera, de tal manera que se ofrece en sacrificio en más de una ocasión.

La dedicatoria inicial del libro casi lo expresa todo:
“Para mi hijo Nanhoi, al que amo por encima de todo”

“En noviembre de 1991, el actor Klaus Kinski fue encontrado sin vida en su casa de California, cuando, al parecer, llevaba muerto más de veinticuatro horas. Pocos creyeron que Kinski falleciera realmente por causas naturales. En efecto, alguien que dice de sí mismo ‘soy como una bestia con uñas. Si no fuera actor, me habría convertido en asesino o mártir’ no puede morir como todo el mundo. Estas memorias nos aclaran la razón profunda, casi intolerable, de su extraño comportamiento”.

Cierro los ojos después de dejar el libro autobiográfico de Kinski sobre la mesilla de noche. Hay que tenerlos bien puestos para escribir desde el interior y sacarlo todo sin censuras de ningún tipo. Hay que tenerlos bien puestos. Luego, en una especie de trance delirante, imagino a Klaus Kinski andando hacia mí entre la bruma… vestido de blanco y con sombrero también blanco. Tras él, la espesura de la selva y un enorme y majestuoso barco arrastrado por indígenas de camino hacia el centro mismo de la locura. Así me lo imagino. Luego, dejo de imaginar.

Fundido en blanco.

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