Friday, July 25, 2008

Líbranos del mal, de Amy Berg.



Extraído de:



Líbranos del malDirector: Amy BergEstados Unidos, 2006. Intérpretes: Thomas Doyle, Jeff Anderson. Guión: Amy Berg. Duración: 101 mins.
Esta es la historia de un monstruo. Como Henry Lee Lucas, como Fred y Rosemary West, como Josef Fritzl. El Padre Oliver O’Grady nunca llegó a asesinar a nadie pero su delito es muy grave: durante más de veinte años se dedicó a abusar sexualmente de niños de entre tres meses y diez años. O’Grady era un lobo con piel de cordero. Primero se ganaba la confianza de las familias católicas –abusó también de alguna madre adolescente–, llegando a dormir en su propia casa; posteriormente vejaba a sus hijos...Este brillante documental de la debutante Amy Berg –oriunda de California, estado donde O’Grady cometió la mayoría de los abusos–, se presenta como una pieza tan incisiva como necesaria, contundente y directa como un puñetazo al estómago. Sitúa en primer plano al ex-párroco, narrando con una frialdad insoportable los nefastos hechos en que estuvo envuelto, y dedica el contraplano a las víctimas y sus familiares, literalmente arrasadas por la tragedia. El ejercicio era realmente complejo pues hubiera sido fácil caer en las redes del sensacionalismo político a lo Michael Moore, o caer en la dureza de la pornografía narrativa que una temática tan delicada puede llegar a ofrecer. Berg, por el contrario, se dedica a reconstruir los hechos a partir de las palabras de los involucrados: lo que convierte Líbranos del mal en un ejercicio de sutileza extrema que, sin renegar a la puntuación adecuada en el momento adecuado –los acentos narrativos están usados ejemplarmente–, se sustenta sobre la transparencia absoluta de lo narrado. La historia de la humanidad es un relato plagado de injusticias, de dolor, de maldad en estado puro. Ahora bien: conseguir retratar esa infamia o, en otras palabras, lograr poner rostro al mal, es uno de los ejercicios más complejos que ha perseguido, por lo general sin conseguirlo, el arte cinematográfico. Berg huye de la representación, logra filmar al diablo y sale indemne de la confrontación. Su película no necesita de subrayados, los protagonistas reales quedan retratados por sí mismos a través de sus palabras (y sus silencios). Por esa razón Líbranos del mal no necesita de ninguna floritura estilística o amaneramiento formal que le otorgue valor a la narración. No es necesario. Su contenido es lo suficientemente doloroso como para que nadie quede indemne a su visionado.
Alejandro G. CALVO






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