Marcia, la striper. Por Óptika Orgánika.
El vino aviva sus sueños
y el infierno corona su ruina.
Sus ojos presagian tormenta:
¡Gloria al silencio nocturno!
Y bajo la misma lluvia Hezskha hace una pausa en su lectura
y guarda entre sus ropas aquel viejo y arrugado librito de páginas amarillentas que le acompaña
desde el inicio mismo de los tiempos: Comunidad Vigilia: La entidad del
delirio, de Garazi Gorostiaga.
Y la lluvia nos vuelve a pillar por sorpresa, ¿cómo no?, y vuelve a burlarse de
nosotros y nos abofetea la cara con toda libertad porque sabe que no tenemos
ningún medio de defendernos, ni siquiera mediante esos absurdos paraguas de
color negro, que se clavan en un jirón de nubes rasantes intentando, de forma
infantil, hacer cosquillas al creador o, únicamente, en su defecto, a los
ángeles,
(ni hay nada como la magia)
ángeles que se dejan descolgar por doquier y, sobre todo, a través de estelas de luz blanca que se difuminan a cinco metros sobre el suelo; solitarias atalayas formadas por un globo enorme. Apocalípticamente curvadas sobre sí mismas, amenazando con desprenderse y caerse de sí mismas y hacia delante en cualquier momento de delirio.
Y las plantas,
y las flores marchitas,
(¿las flores de Baudelaire?)
las vallas metálicas, los calendarios de hamburgueserías americanas y las bolsas vacías de patatas fritas, siguen contorsionándose y gimiendo como seres poseídos en interminables sucesiones de eternidad.
Y los coches gritan desde su soledad alzando sus morros para intentar, metafóricamente, no ahogarse en el transparente, ínsipido e inodoro elemento implorando, al mismo tiempo, la ayuda de los dioses del Olimpo. Pero, los dioses están viendo un partido de fútbol por televisión, o comiendo sopa recalentada de sobre, o quizá orinando y una estela de menesteres inimaginables e innecesarios, por ejemplo, pintando de azul blisters vacíos de medicamentos, colgando vasos de plástico usados en las cortinas de las duchas comunitarias, poniendo calcetines sucios dentro de la nevera y escondiendo las cuchillas de afeitar bajo los colchones de los más alucinados.
Y sucede que alguien percibe un claro entre las nubes,
un rayo de luz pastosa que se filtra desde lo alto, mientras áquellas parecen contraerse en espeasmos de placer y/o de dolor, como si estuvieran pariendo rayos de esperanza sobre una ciudad muerta, que se aprieta contra el suelo. Y la buenanueva vuela sobre las casas depositando unas migajas de lastre de optimismo sobre puertas y ventanas, esquivando, no sin esfuerzo titánico, a los desafiantes contenedores de basura tricolor, haciendo cabriolas entre los radios de las ruedas de las motos y remontándose por los ópacos tubos de los miles de millones de tuberías de desagüe, para acabar resbalando por el frío metálico artificial de las antenas de televisión oxidadas por un olvido mediático e intencionado, causado por los activistas del cable de fibra óptica. Y, al final, la BUENANUEVA se desvanece, como si nunca hubiera existido, tocada de muerte por un rayo esquizofrénico, rutinario, obsesivo, opaco, introspectivo y solitario, que le obliga a precipitarse en el interior de un desgastado zapato del 45 situado por azar bajo un cartel publicitario, y a ese ALGUIEN de algunas líneas más arriba le entra un terrible dolor de cabeza y una furiosa indignación porque le han cortado el suministro eléctrico. Lo que comunmente se da en denominar luz.
1:1
En el principio creó Dios los cielos y la tierra.
1:2 La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del
abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas.
1:3 Dijo Dios: "Haya luz", y hubo luz.
1:4 Vio Dios que la luz estaba bien, y apartó Dios la luz de la oscuridad;
1:5 y llamó Dios a la luz "día", y a la oscuridad la llamó "noche". Y atardeció y amaneció: día primero.
1:3 Dijo Dios: "Haya luz", y hubo luz.
1:4 Vio Dios que la luz estaba bien, y apartó Dios la luz de la oscuridad;
1:5 y llamó Dios a la luz "día", y a la oscuridad la llamó "noche". Y atardeció y amaneció: día primero.
¿Qué sandez es esta?
Aún no he encontrado un sentido a mi vida.
(Pero, ¿es que se puede encontrar alguna vez?)
Y la lluvia sigue bailoteando al compás de un tango decadente, perecedero, pero sin que necesariamente por ello pueda advertirse su fin. Una voz rota susurra desde el rincón oscuro unos versos imposibles mientras su público aparente y virtual dromita entre nubes rancias de vino barato. Otros, ajenos al espectáculo que ofrecen las calles, se agitan contorneándose en espirales y enlazándose bajo miles de luces de colores estroboscópicas siguiendo la cadencia de la música caótica y desenfrenada, y algunos dejan caer los vasos de sus manos
(que estallan bajo sus pies sin hacer el más mínimo sonido)
y se entregan a unos jugosos labios que se abren, ávidos de sensaciones nuevas, frente a sus ojos. Y las bocas se entrelazan en un desesperando intento de crear felicidad plástica, y las manos palpan de forma incansable, y rozando tal vez lo perverso, lugares inexplorados y virginales, y los párpados que se cierran escapando de la mirada penetrante del Otro, que reclaman ayuda para soportar tanta SOLEDAD y tanta FALTA DE TERNURA. Pero, la música y la luz los siguen envolviendo en un arrebatado in crecendo que acaba diluyéndose por las rendijas de la venyilación, atormentando los oídos de los borrachos de turno. Entonces, y sólo entonces, la lluvia se detiene en seco con un chirriar agonizante de nubes fantasmagóricas y crepusculares.
(si alguien pudiera...)
Las siluetas se contraen en torbellinos de locura provocada
(ya no eres mi amigo, ni amante, ni acorde-perro, ni cuenco-heroína, ni escupitajo-acabo de llegar eres una pulga pegada a la nube que nunca pasa por encima pero cala
hasta la muerte con eyaculada nieve de la venganza de los anti-llegados me transfieres sangre robada para manipular la herida que está harta de
la sangre nativa y divergente del síndrome de abstinencia de los gusanos
que te comen en el puto blues que empieza a sonar cuando se infartan
los olivos y marca el 112 el estreñimiento vecinal yo le escupo resina a la brecha para que pliegue colcha lunar el
anacoluto de mi laringe sobre la lascivia de tus olvidados y el dolor
cambia de manos y de idea, como las huevas de los peces de la tripa del
río y a patadas nos amanecen líbidos de fe renovadas en la cochambre que
ha quedado para echar palas de tierra sobre el grito de los girasoles y
rejuvenecer el odio estimado en las estrellas, destinado a perdernos de
vista y ganarnos de mechero)*
rejuvenecer el odio estimado en las estrellas mientras las siluetas se contraen en torbellinos de locura provocada, mientras mean caliente y beben cerveza de barril en las interminables barras americanas, dejando en ello el sueldo de la semana y algo más, porque es obvio que en algo hay que gastar y/o emplear y/o invertir el jodido dinero, y por ello la gente, en general, sigue sin darse cuenta de que la lluvia hace tiempo que ha dado marcha atrás.
como rebobinando
Y en Otro Lugar, En Otro Mundo No Muy Lejos De Aquí, pero no en Nuncajamás...
los solitarios tejen telarañas de aburrimiento,
los solitarios lloran porque se sienten solos,
los solitarios se intoxican,
los solitarios follan con las paredes untadas de cal viva,
los solitarios se desesperezan
mientras sus almohadas se inundan del neón de farolas invisibles, que suelen prender de algunos retales imprecisos de los sueños que preceden a una curda impresionante o a la ingestión desenfrenada de elementales dosis de ácido lisérgico, que te trasladan a horizontes volátiles, viscosos y cambiantes al segundo siguiente tras el primer segundo olvidado por fogonazo de dlirio a bocajarro, porque el presente deviene algo utópico que se deja resbalar insinuante desde los candelabros corintios que se encontraron en unas famosas excavaciones arqueológicas que nunca existieron; y así es como se levantan trabajósamente de los infectos lechos y se calzan unos viejos zapatos, desgastados por el vacío abismal de calles que no les pertenecen y por el aliento de vagabundos desahuciados de sí mismos, y salen al torrente vertiginoso de las calles una vez más, enfrentándose a sucesiones fugaces de rostros que no pretenden gesticular ni arrugar un solo centímetro de piel en un insinuante : hola, amigo, ¿cómo te va?. Nada, aunque sea un acto de pura hipocresía socializada, absolutamente Nada. Y los rostros se reflejan en escaparates y se funden con las cabezas de los ridículos maniquíes, y prosiguen su particular descenso a los infiernos atravesando calles vacías y oscuras, callejones tétricos y olvidados, angostos y fríos como un no abrazo, bares de los que emerge un rancio y desgastado
pero agradable
olor a costo, que como un alúd volátil de niebla atraviesa la frágil barrera de los sentidos y allí permancerá, testarudo y obstinado, por los siglos de los siglos. Amén.
Abramos un paréntesis para reflexionar.
Espacio. Espacio. Nada.
(querían hacer de nosotros gente seria y estreñida, y nos hablaron de que debíamos prepararnos para un buen futuro laboral, adquirir conocimientos como tragaperras para ser funcionales para ese sistema de ratas y de tristes, dejar atrás la juventud y nuestros sueños de nadar en la luna y tragar hormigón y respetar las leyes de los hormigonados y pujar en sus mercados y yacer en sus prostíbulos y ser una más entre las ovejas, que todo cuesta esfuerzo, que hay que pensar en el mañana y matar al ahora, pero lo nuestro sólo era lo gratis y los anacolutos temporales y preferimos ser mendigos que vivir una vida que no había perpetrado nuestro gozo y preferimos perder todos los caminos y colgar en la deriva que adaptarnos y pertenecer a la corrupción de lo civilizado y preferiremos morir en la intemperie rodeados de ladridos y graznares de desconocimiento, que haber sido atados por el mármol y el dogma, que haber cedido nuestro fulgor a las cuadrículas y peste de los semejantes) *
Y bocas que se ríen mostrando dientes inconcretos no definidos, como si no hubiera líneas que los limitaran, cubiertos de una ceniza atemporal y perpétua, y narices asfixiadas por un humo que nunca cesa, y unos ojos ensangrentados que buscan una luz a través de los lejanos tejados de las casuchas de tres pisos, y bares de maricones y de matones profesionales, y tiendas de ropa para punkis, news y jiviones de feria, y burdeles disimulados tras atractivas fotografías de mujeres desnudas, y el garito de Tania, la de los pezones quemados con ácido por un amante agresivo, y las sex shops que ofrecen a la calle sus neones ardientes lacerados por la bebida, la pornografía mal entendida, mal consumida, el masoquismo autoérico que mutila vidas, la desesperación, o la propia vida en su expresión más pura y cruda al unísono; y el hombre, o lo que queda de él, que sigue vagando sin rumbo a través de los interminables callejones olvidados de un boulevard y que se adentra en el abismo de la nocturnidad triturada por el pasapurés urbano del día a día, de la rutina abyecta y psicopática, con pasos mudos que le persiguen en danza paranoica, con risas y voces silbando y coreando canciones obscenas y obesas dentro de su cabeza, que le arrastran, de forma irremediable, que le vapulean y que le zarandean, que le condenan a franquear la puerta de un antro de mala muerte, vigilada por dos robustos marineros negros con cicatrices en la cara, rostros de lobo con fauces desmesuradas, marineros que nunca lo fueron y negros de maquillaje, que empujan amigablemente a los nuevos clientes como si se trataran de espantajos y sacos de huecos carentes de identidad ni objetivos,
¿Identidad?
(corta la angustia las cabezas defraudadas de la porcelana mal vendida de
tu carnícero olvido, en mis brazos, como una vez esos brazos atrajeron
los glaciares y prodigaron la letanía en mi ternura
mi cuerpo no es tránsito, mi vida será un simulacro en tu vida, me debo
como las urracas a plateadas lluvias en el fango que precipita el rocío
como flores que el veneno canta cuando mueren los ciervos
o esa prometida soledad que insiste en tu lápida en poner en préstamo la
caligrafía de una intención con sangre de colibrí apresada en el grito
que abandonaste al perder la puerta en mis ruinas
mi tragedia es la líbido lisérgica de lo que me salva, cuando se cansen
de hablar los olmos de tu destrucción, extranjeros equipajes arrancarán
la piel de esa mudanza de luz en el fuego de la taberna que pujó por tu
muerte)*
Tal vez la muerte de la propia identidad.
y los meten en el antro a la fuerza o por su propia violuntad sacándoles cien euros del bolsillo y a Otros algunos más, y diciéndoles al oído mientras les pringan de babas de marineros que no fueron: "¡vamos, imbécil, métete dentro, que hay espectáculo de varietés!", y los desgraciados que llegan a entrar en el tugurio se enfrentan a un sórdido ambiente de película barata de los 70 donde pululan los insultos a destiempo y a bocajarro, los vasos de ginebra a medio beber, el aliento característico de los derrotados, la música desgarradora y metálica, el hachís, los moros habituales, las fulanas de 50€, el tabaco de picadura, los ajustes de cuentas, el hedor familiar de los vómitos en las letrinas en descomposición permanente, y de los restos de comida olvidada entre los dientes, y de las manchas de orín en los pantalones, y de las manos sudorosas, y de las braguetas abiertas, y de las metidas de mano a destiempo, y de los dientes (otra vez) ennegrecidos por el hastío y la apatía, y de los polizontes camuflados que pretenden, con un mucho de suerte y un excesivo de mano dura, echar el guante a un buen alijo de polvo blanco para consumición propia, privada, particular e intransferible, y de olor a semen en las habitaciones de arriba donde los jadeos simulados son la norma, y de las tías que se te acercan y tratan de ponerte cachondo para que les sueltes algo de pasta para llegar a fin de mes o para pagar a su chulo de turno antes de que las cosa a hostias después de follársela,
El ángel azul de Marlene Dietrich nunca vino aquí (1)
Y una tal Marcia, que hace un ridículo y patético striptease en un más ridículo y patético escenario, además de diminuto, mientras cientos de manos grasientas y encallecidas le lanzan pellizcos a la flaccidez absurda de sus carnes y le meanosean muslos y nalgas heridas por los años de supervivencia al sexo más ingrato, al sexo más abyecto,a la carne por la carne, a la purga de una desesperación anclada en el alma de los abatidos por una vida que nunca les pertenció; pero a ella no parece importarle lo más mínimo e, incluso, parece esbozar una forzadísima sonrisa y/o mueca de asco ancestral bajo el carmín corrido de sus labios agrietados por el paso de los años. Y prosigue su actuación dejando al descubierto unos arrugados senos, y los hombres bestias silban jadeantes y excitados y lanzan al aire mohoso del antro toda clase de frases ingeniosas creadas por su inagotable fantasí sexual a un nivel estrictamente primitivo y sin compasión de ninguna clase hacia la sombra de la persona que se les muestra en canal desde un escenario devorado por luces de neón perverso, y Marcia sigue bailando
danzad, danzad, malditas
y acaba quitándose las diminutas braguitas rojas que le cubrían parcialmente el coño, y la cosa explota, la noche, los hombres bestias, jauría de animales en celo al acecho de la carne prostituida por el fracaso personal, y las manos se crispan lanzadas hacia delante, y las bocas se abren como fauces de lobos salvajes, y la saliva cae por las comisuras de las mismas entre dientes podridos, secos de afectos y emociones,y dos tíos como dos armarios se suben al escenario y se la tiran allí mismo porque esa es la segunda parte de aquel show insensible, y los micrófonos amplifican los jadeos, los gemidos, los suspiros, los gritos... y las luces se estrellan contra su cuerpo mostrando generosamente las gotas de sudor que escapan de todos y cada uno de los poros del cuerpo de la vieja prostituta, mientras la polla de uno de ellos desaparece tragada por su boca y la del otro se entierra en sus entrañas a través del recto, mientras los moros presentes en la sala aúllan como fieras enjauladas y algunos incluso se lían entre ellos quitándose las raídas túnicas, y otros cogen a las tías y las tumban sobre la barra
(cualquier sitio parece bueno para follar)
y entran los marineros negros que nunca lo fuernon y se dedican a repartir hostias contra todo bicho viviente en aquel local donde Sodoma y Gomorra se han manifestado, y algunos de los parroquianos, aún con los pantalones medio bajados, echan a correr y se lanzan de bruces a través de la puerta de salida porque tienen miedo de que les toque recibir una paliza de muerte esa noche, noche absurda en la que podrían perder incluso la vida, y luego todo parece desvanacerse cuando te alejas de la puerta oxidada de aquella antesala del Infierno y te precipitas calle abajo siguiendo el rastro de las cagadas incoherentes de perros y gatos y te vas sin saber a dónde, y te sigues yendo más allá, más abajo, aunque poco te importa el hacia dónde, y las fulanas te siguen llamando desde las esquinas angostas y especulativas levantándose las faldas invisibles para mostrarte abiertamente su material, y los travestís se pasan la lengua por los labios antes de enseñarte el culo, y tú vas y les haces los cuernos gritando un exagerado "que os den!", y echas a correr porque comienzas a sentir náuseas, y justo en ese mismo instante, todo se acaba, como un fogonazo delante de tus ojos. Todo desaparece y no hay calle, ni marineros negros, ni striper rancia, ni local, ni noche, ni lluvia.
BASTAAABASTAAAABASTAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA
TRAS EL RESPLANDOR HAY UN MOMENTO DE OSCURIDAD. Todo parece estar oscuro hasta que tus ojos vuelven a adaptarse a la luz de la vela que hay sobre la mesa de la vieja tarotista. Recuerdas. Es el momento. Ella te mira y tiende la mano delicadamente la mano y señala la carta y la baraja. Y tú sabes lo que tienes que hacer. Tomas la carta del MAESTRO y la colocas cuidadosamente dentro de la baraja. Te asombra por un momento el color blanco de los cabellos de la mujer. Blanco como la nieve. Color de pelo de bruja albina o bruja de película japonesa de esas que todos vuelan por el aire lanzándose patadas imposibles entre árboles milenarios y nieblas persistentes. Ella coge la baraja y la deja a un lado. Aún quedan cuatro cartas sobre la mesa, bajo el agradable olor a incienso que ella ha encendido antes de que entraras en su casa. Y, en ese preciso instante, es cuando vuelves a sentir las risas, las carcajadas de tu público que se estrellan contra tu cerebro haciendo añicos tu cordura. ¿Qué hace toda aquella gente allí observando como una vieja curandera te echa las cartas?. Entonces pareces comprender que si tu público se ríe de tí es que estás haciendo el ridículo porque la cosa no ha ido demasiado bien.
Como curiosidad, la película no estuvo exenta de polémica, además de por la propia historia, porque Marlene Dietrich aparecía con los muslos descubiertos, dando al cine una de esas imágenes que pasarán a la posteridad. De hecho recuerdo haber visto un grafiti de unos 15 metros en una estación de metro en Berlín con la imagen en cuestión. Seguramente de las películas germanas más importantes de la historia.
El ángel azul de Marlene Dietrich nunca vino aquí (1)
Y una tal Marcia, que hace un ridículo y patético striptease en un más ridículo y patético escenario, además de diminuto, mientras cientos de manos grasientas y encallecidas le lanzan pellizcos a la flaccidez absurda de sus carnes y le meanosean muslos y nalgas heridas por los años de supervivencia al sexo más ingrato, al sexo más abyecto,a la carne por la carne, a la purga de una desesperación anclada en el alma de los abatidos por una vida que nunca les pertenció; pero a ella no parece importarle lo más mínimo e, incluso, parece esbozar una forzadísima sonrisa y/o mueca de asco ancestral bajo el carmín corrido de sus labios agrietados por el paso de los años. Y prosigue su actuación dejando al descubierto unos arrugados senos, y los hombres bestias silban jadeantes y excitados y lanzan al aire mohoso del antro toda clase de frases ingeniosas creadas por su inagotable fantasí sexual a un nivel estrictamente primitivo y sin compasión de ninguna clase hacia la sombra de la persona que se les muestra en canal desde un escenario devorado por luces de neón perverso, y Marcia sigue bailando
danzad, danzad, malditas
y acaba quitándose las diminutas braguitas rojas que le cubrían parcialmente el coño, y la cosa explota, la noche, los hombres bestias, jauría de animales en celo al acecho de la carne prostituida por el fracaso personal, y las manos se crispan lanzadas hacia delante, y las bocas se abren como fauces de lobos salvajes, y la saliva cae por las comisuras de las mismas entre dientes podridos, secos de afectos y emociones,y dos tíos como dos armarios se suben al escenario y se la tiran allí mismo porque esa es la segunda parte de aquel show insensible, y los micrófonos amplifican los jadeos, los gemidos, los suspiros, los gritos... y las luces se estrellan contra su cuerpo mostrando generosamente las gotas de sudor que escapan de todos y cada uno de los poros del cuerpo de la vieja prostituta, mientras la polla de uno de ellos desaparece tragada por su boca y la del otro se entierra en sus entrañas a través del recto, mientras los moros presentes en la sala aúllan como fieras enjauladas y algunos incluso se lían entre ellos quitándose las raídas túnicas, y otros cogen a las tías y las tumban sobre la barra
(cualquier sitio parece bueno para follar)
y entran los marineros negros que nunca lo fuernon y se dedican a repartir hostias contra todo bicho viviente en aquel local donde Sodoma y Gomorra se han manifestado, y algunos de los parroquianos, aún con los pantalones medio bajados, echan a correr y se lanzan de bruces a través de la puerta de salida porque tienen miedo de que les toque recibir una paliza de muerte esa noche, noche absurda en la que podrían perder incluso la vida, y luego todo parece desvanacerse cuando te alejas de la puerta oxidada de aquella antesala del Infierno y te precipitas calle abajo siguiendo el rastro de las cagadas incoherentes de perros y gatos y te vas sin saber a dónde, y te sigues yendo más allá, más abajo, aunque poco te importa el hacia dónde, y las fulanas te siguen llamando desde las esquinas angostas y especulativas levantándose las faldas invisibles para mostrarte abiertamente su material, y los travestís se pasan la lengua por los labios antes de enseñarte el culo, y tú vas y les haces los cuernos gritando un exagerado "que os den!", y echas a correr porque comienzas a sentir náuseas, y justo en ese mismo instante, todo se acaba, como un fogonazo delante de tus ojos. Todo desaparece y no hay calle, ni marineros negros, ni striper rancia, ni local, ni noche, ni lluvia.
BASTAAABASTAAAABASTAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA
TRAS EL RESPLANDOR HAY UN MOMENTO DE OSCURIDAD. Todo parece estar oscuro hasta que tus ojos vuelven a adaptarse a la luz de la vela que hay sobre la mesa de la vieja tarotista. Recuerdas. Es el momento. Ella te mira y tiende la mano delicadamente la mano y señala la carta y la baraja. Y tú sabes lo que tienes que hacer. Tomas la carta del MAESTRO y la colocas cuidadosamente dentro de la baraja. Te asombra por un momento el color blanco de los cabellos de la mujer. Blanco como la nieve. Color de pelo de bruja albina o bruja de película japonesa de esas que todos vuelan por el aire lanzándose patadas imposibles entre árboles milenarios y nieblas persistentes. Ella coge la baraja y la deja a un lado. Aún quedan cuatro cartas sobre la mesa, bajo el agradable olor a incienso que ella ha encendido antes de que entraras en su casa. Y, en ese preciso instante, es cuando vuelves a sentir las risas, las carcajadas de tu público que se estrellan contra tu cerebro haciendo añicos tu cordura. ¿Qué hace toda aquella gente allí observando como una vieja curandera te echa las cartas?. Entonces pareces comprender que si tu público se ríe de tí es que estás haciendo el ridículo porque la cosa no ha ido demasiado bien.
(1) El ángel azul. Dirigida por Josef von Sternberg, y protagonizada por el mítico Emil
Jannings, la película nos cuenta la historia de un estricto profesor que
ante la noticia de que algunos de sus alumnos pasan las noches en un
cabaret llamado El Ángel Azul, decide ir por su cuenta una noche para
tratar de descubrir sus identidades. Lo que no se esperaba es que fuese
seducido por la principal cantante del local, Lola-Lola, interpretada
por Dietrich.
Al poco tiempo el profesor ha de dejar su puesto ante la imposibilidad
de ejercer como tal y tener una relación con una cantante de cabaret, lo
que será el principio de su caída a un pozo de humillación y
degradación.
Una auténtica joya no fácil de digerir, que me recuerda, por la temática
y el desarrollo del personaje principal a otra joya de los años 20, The
Crowd (Y el mundo marcha, King Vidor), aunque con un final un tanto
distinto. Pero es que es un film alemán, un film europeo, no busca un
final que haga sentir bien al espectador. Eso se lo podemos dejar al
cine norteamericano, con contadas excepciones. La película nos arrastra
en todo momento por un agobiante tour que nos permite experimentar de
primera mano los sentimientos del profesor, junto a su angustia y
agonía. Ha caído en una tela de araña de la que no puede escapar,
únicamente pegarse más y más, hasta su caída final.
La acción transcurre durante los años 20, haciendo una similitud de la
propia historia con la de la República de Weimar (1919-1933), donde la
personalidad de la gente se ha vuelto más dura, se han perdido muchos
valores, y personas respetables y tradicionales como el profesor, pueden
acabar sucumbiendo en esta locura de sistema. La actitud de la gente,
la forma de actuar, la constante humillación hacia los débiles como
medio de personificación de la fuerza... algo propio del ser humano,
pero resaltado con acierto en la película.
(La mítica imagen de Dietrich)
Como curiosidad, la película no estuvo exenta de polémica, además de por la propia historia, porque Marlene Dietrich aparecía con los muslos descubiertos, dando al cine una de esas imágenes que pasarán a la posteridad. De hecho recuerdo haber visto un grafiti de unos 15 metros en una estación de metro en Berlín con la imagen en cuestión. Seguramente de las películas germanas más importantes de la historia.
(*) Textos en cursiva tomados del blog de Mareva Mayo.
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