INFERNONAUTAS.
Una novela de Vara
"El otro día al volver, mi cuarto cruzado, por ese otro sepia que
prestaron las brujas cuando se abandonaron hacia el vacío. Las conchas y
lapas y caracolas, pegadas en ese lienzo. Detenidas, con el rastro de
la sombra de mi mano, hundida en algún olvido. Y viajar en su mirada a
una metáfora en la que entramos al fin todos, también con nuestra
inexistencia. Mi memoria está pluriempleada entre una manzana y una
brecha de estrellas. Sólo grita a ratos. A ratos pasa la fregona con
saliva de ciervo O huye de tu vino como alma que asalta el diablo, en
rayuelas que luego van a comulgar al pretérito de la sangre que
pluscuamperfeccionó la estampida."
Mareva Mayo
Intro-misión.
Era el momento, quizás ese momento triste, el de replantearse las maneras de afrontar el mundo. Lo social. Las tecnologías. La pariencia de la comunicación. Lo sordo. Lo vacío. Lo atroz.
Mundo matadero era una simple estrategia en un juego virtual de adultos autistas. Con un egocentrismo ejemplar dañado en vacíos crespusculares de relaciones invertebradas que no fueron. Más allá de la brecha de estrellas de la que hablaba a menudo Mareva. Brechas de estrellas. Bonita expresión. Bonita. Biensonante. Como la épico de una composición de Ángelo Badalamenti para una de las extrañas configuraciones de David Lynch en formato película encriptada por la ley orgánica de la protección de datos. Así. Mundo matadero. Belleza contra cascada de olas de sangre que evitaban devorarse a sí mismo, como la cadencia agónica de un respirador artificial. Y luego, la nada.
Sonido lejano de máquina de escribir. Cadencia. Pasos. Un disparo. William Burroughs matando accidentalmente a su mujer, que nunca lo fue. Como esas mujeres que bailan en danza caleidoscopica al borde de un infierno diminuto como el poso de taza de café. Sonrisa altiva de camarero veterano. Y mirada de paciencia infinita. Y la luz mortecina anclada bajo una botella de Jack daniels. Humo en los cigarros y resentimiento en los corazones.
Limosna de ciego.
Pan para hoy y hambre para mañana a medias tintas.
Y los ojos del camarero de un bar de silencios. Y viajar en su mirada a
una metáfora en la que entramos al fin todos, también con nuestra
inexistencia. Bar de los infernonautas que entregan su traje reglamentario al acabar la faena. y TODOS DANZAN, danzad danzad malditos...
No hay nada más sincero que la propia muerte. Y el problema no es más que elegir un bonito ataúd de emociones fracasadas más allá de la constelación de Orión. Donde cenobitas de odios furtivos esperan su momento estelar. Y, en definitiva, el silencio del crepitar del fuego.
Infernonautas somos y en infernonautas nos convertimos. Era el momento, quizás ese momento triste, el de replantearse las
maneras de afrontar el mundo. Lo social. Las tecnologías. La pariencia
de la comunicación. Lo sordo. Lo vacío. Lo atroz. Y Él vió que lo atroz era bueno.
De la fotografía: Esther Eo
2 comments:
Vara! tu tinta retaguardia ese tiro insomne que arrebata lo opiáceo a picos que partir contra el hielo que las palas de los mortuorio despensan también en nuestras tripas... y será arma en ese viaje que descamisas con tu letra al rubor de la sangre... "no hay nada más sincero que la propia muerte" me endichó y rugió tu grito, y así; a bocajarro!
placer compartir con tu canto aullar de manicomios clandestinos!
salud
Y que sepas, Mareva... que te voy a llevar conmigo durante todo este viaje.
Si te hace, claro!
Abrazo neurótiko. De infernonauta a infernonauta.
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